Educación en El Salvador, ¿qué y para qué es?

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Cuando a nivel planetario está ocurriendo una cuarta revolución tecnológica, es oportuno preguntarse cuál es la educación que una persona salvadoreña promedio debería tener. Sobre la base de la respuesta a esta pregunta valdría la pena indagar qué tan lejos está El Salvador de alcanzar esa meta. ¿Qué habría que hacer para reducir la brecha entre el ser de la educación en El Salvador y el deber ser? El artículo 53 de la Constitución reconoce el derecho a la educación y a la cultura de toda persona. ¿En qué consiste este derecho y cultura? ¿Cómo se ve afectado este derecho por la revolución tecnológica? ¿Está el Estado salvadoreño en condiciones de garantizar este derecho? Es decir, ¿cuenta con los medios adecuados (instituciones y servicios) para hacer vigente el mencionado derecho?

Según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples 2021, la escolaridad promedio de la población salvadoreña de 6 años y más es de 7.1 grados. Por supuesto que un dato promedio oculta las disparidades que existen entre diversos grupos poblacionales. Por ejemplo, la escolaridad promedio en el área rural es de 5.5 grados mientras que en el área urbana es de 8.1 y en el Área Metropolitana de San Salvador de 8.9. ¿Indican estos niveles de escolaridad la existencia de una población preparada para adaptarse a la cuarta revolución industrial? ¿En qué consiste esa adaptación?

Las preguntas planteadas solo constituyen un aperitivo para llevar a cabo una reflexión concienzuda sobre la educación en El Salvador, especialmente aquella que está organizada por el Estado y que cuenta con fondos públicos para su realización. Es claro que no solo el Estado interviene en este asunto con su política educativa, en la que quedan incluidos planes, programas y proyectos educativos, además del marco legal que le asiste. También intervienen los grupos familiares y las personas que se dedican a la función docente y todo el cuerpo administrativo.

En cierta forma, fuera del sistema público-estatal, hay otros agentes que operan en la estructura educativa de la sociedad salvadoreña. Allí están los agentes privados (colegios y universidades), dentro de los que hay que considerar los que gestionan centros educativos de organizaciones religiosas o laicas. Estos agentes privados, en promedio, suelen tener mejor desempeño en la gestión educativa comparada con la que realizan los agentes público-estatales. Aquí tiene lugar otra brecha educativa que hay que tener en cuenta cuando se analiza la educación sobre la base de promedios.

Al Gobierno actual se le achaca incumplimiento de promesas en materia educativa. Y aquel se defiende publicitando la construcción o mejora de las instalaciones de escuelas y la entrega de computadoras y tabletas. Es posible que haya algo de razón en ambas posturas: que el Gobierno tenga deudas en materia educativa y que se ha proporcionado computadores y tabletas, aunque ello no sea suficiente para estar a la altura del desafío que plantea la industria 4.0. La educación es más que equipos informáticos. Por ejemplo, ¿para qué y cómo los ocupan tanto estudiantes como docentes? Facilitar la interacción a distancia entre estudiantes y docentes podría mejorar el nivel de escolaridad, aunque no necesariamente. Incluso se podría haber generado una brecha adicional entre el área rural y la urbana en cuanto a su uso, sin mencionar los problemas de conectividad que enfrentan los estudiantes de escuelas rurales y, no se diga, la preparación informática que tienen las personas que se dedican a la docencia en dichas escuelas.

La cobertura y el nivel de escolaridad son asuntos de interés que es necesario mejorar. Pero la educación no se reduce a cobertura y escolaridad. La pregunta filosófica sobre qué es educar en el siglo XXI requiere ser respondida. Cuanto más pronto se encare esta pregunta de manera muy responsable, mejor será para la sociedad salvadoreña. La revolución tecnológica va más rápido que la preparación de docentes en todos los niveles educativos. Otra pregunta filosófica también debe ser respondida con prontitud: ¿para qué la educación?

A cada revolución industrial es posible identificarle un tipo de educación concretada en un tipo de escuela. ¿Qué piensan los distintos agentes educativos sobre la educación en el contexto del desarrollo de la inteligencia artificial? Aunque es necesario, no se trata únicamente de abrir carreras universitarias relacionadas con la informática. Piénsese nada más en la capacidad que tiene la aplicación ChatGPT para realizar tareas de composición que tradicionalmente los docentes asignaban a los estudiantes. No se trata necesariamente del cometimiento de plagio, sino de una tarea estudiantil que puede ser resuelta con la asistencia de un “robot” en menor tiempo y con buena calidad. La tecnología hoy disponible es análoga a las reglas de cálculo o las primeras calculadoras de bolsillo que permitían hacer operaciones cada vez más automatizadas. ¿Había que aprenderse la tabla del nueve para multiplicar si las calculadoras podían hacerlo sin error? Tómese en cuenta que actualmente no hay teléfono celular que no tenga incorporada como aplicación una calculadora.

Uno de los asuntos que se discuten en ámbitos de toma de decisiones sobre la educación tiene que ver con los procesos cerebrales que operan en los estudiantes y en la diversidad de estos. Se habla de inteligencias y formas de aprender diversas. Cada vez más se cae en la cuenta de la necesidad de personalizar la educación abandonando la homogeneidad de los salones de clase. Pero ¿cómo va a ser posible eso si los grupos de clase son numerosos? Para responder esta pregunta hay que tomar en cuenta el desarrollo actual de los tutores inteligentes, que es otro desarrollo de la inteligencia artificial. Sin considerarlos como la panacea de la personalización de los procesos de aprendizaje, no se puede ignorar la contribución que en estos procesos pueden tener tales tutores.

Por muy importante que sea la revolución tecnológica, no todo es tecnología en materia educativa. Hay otros asuntos que discutir; entre ellos, la influencia negativa que la emigración ejerce sobre la voluntad e interés de estudiar por parte de los estudiantes, y la frustración que supone para quienes lograr coronar una carrera universitaria no obtener un empleo en aquella profesión que estudiaron. Abogados manejando taxis, ingenieros cuidando vacas o sembrando frijoles y maíz, médicos emprendiendo negocios, laboratoristas trabajando como dependientes de farmacias, etc. Urge una reflexión que contribuya a educar en una sociedad de servicios donde el comercio, los restaurantes, los hoteles, la maquila textil, los servicios bancarios y de telecomunicación constituyen las principales actividades económicas. En esta sociedad, ¿qué y para qué es la educación?

 

* Álvaro Artiga González, docente del Departamento de Sociología y Ciencias Políticas.

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