Educación y PAES

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La publicación de los resultados de la PAES provoca todos los años un buen número de comentarios, de la más diversa índole. Algunos simplemente se lamentan de lo mal que están los estudiantes. Otros reniegan de la prueba. Pocos son los que hacen propuestas utilizando el material que a lo largo de los años se va acumulando y va dejando documentado el estado de la educación, al menos en sus resultados concretos. Ante la diversidad de opiniones, bueno es dejar sentados algunos criterios.

Para empezar, es importante señalar la importancia de la prueba. Tener un historial del rendimiento escolar es fundamental para cualquier tipo de política educativa seria que se desee implementar. Una reforma educativa que no tenga como base mediciones y evaluaciones previas se expone fácilmente al fracaso. Renegar de la PAES es la mejor manera de estancar la educación en el país, pues es rechazar la cultura de la evaluación. Otra cosa es mejorarla. Pero incluso esa mejora debe tener cierta continuidad con la prueba actual, dado el abundante material ya adquirido y disponible de los quince años que lleva realizándose. Esa continuidad permitirá la comparación en el correr de los años y posibilitará, si se utiliza bien, una mejora continua de la educación.

En segundo lugar, las sucesivas PAES nos indican sistemáticamente que debemos mejorar la calidad educativa. Algunos comentaristas han achacado la pérdida de calidad al abandono de las escuelas normales y la cesión de la educación del profesorado a las universidades. Esta afirmación carece absolutamente de datos empíricos que la respalden. Y los pocos datos de los que disponemos más bien apuntan a lo contrario. En efecto, los colegios con un cuerpo de profesores jóvenes, egresados de las universidades, suelen tener mejores resultados en la PAES que aquellos que están servidos por una mayoría de los antiguos profesores de las escuelas normales. Esta afirmación no es del agrado de muchos, pero los números suelen tener más razón que las impresiones ideologizadas por ese pensamiento tan tradicional que gusta repetir que "todo tiempo pasado fue mejor".

Sin embargo, no podemos quedarnos contentos con esta afirmación. Es necesario dar el salto hacia la calidad. Y para ello hay que salirse del esquema. No bastan las actualizaciones, aunque haya que continuar con ellas. Es necesario hacer algunas reformas en el sistema educativo. La primera es elevar el nivel educacional de los maestros. Es tiempo ya de exigir que en un plazo adecuado, tal vez unos cinco años, todos los maestros que den clases en el bachillerato tengan nivel de licenciatura. Para ello, debe reformarse también la Ley de Educación Superior y permitir que las universidades acreditadas puedan ofrecer licenciaturas de cuatro años, especialmente orientadas a educación.

Los actuales profesores, con un título obtenido luego de tres años de estudio, podrían acceder a la licenciatura con un año complementario en la disciplina en la que hayan obtenido el profesorado. Licenciaturas de cuatro años las hay en todas partes del mundo, y eso no tiene que significar un descenso de calidad con respecto de otras licenciaturas. Posteriormente, dado ese paso, podría ampliarse la exigencia de la licenciatura a los profesores que impartan clases entre séptimo y noveno grado. Todo ello implicaría, asimismo, una mejora en los salarios de los maestros, pues no es aceptable que un profesor, al terminar sus treinta años de servicio, tenga un salario equivalente al de un universitario recién titulado, como sucede en la actualidad.

Este tipo de reforma, simple pero eficaz en la medida que exige una preparación sistemática del maestro, y le abre además la puerta a ulteriores especializaciones, debe hacerse en diálogo con las universidades. Volver a las escuelas normales es absurdo y sería una clara marcha hacia atrás. La reforma educativa dio un paso adelante abriendo la formación del magisterio a las universidades. Evidentemente, lo que hay que hacer es seguir potenciando la calidad universitaria, para que esta redunde en la calidad del magisterio. Además, es indispensable que nuestras universidades comiencen a trabajar más en serio la investigación educativa.

De nada sirve buscar soluciones baratas a la calidad académica o tener caprichos de iluminados, creyendo que con leves reformas se construye la calidad. Los países que han mejorado su magisterio y calidad de la enseñanza lo han hecho apoyándose en las universidades, mejorando la titulación y el salario de los docentes, impulsando verdaderos equipos de trabajo en las escuelas e invirtiendo en contextos y medios de aprendizaje. En El Salvador, aun con los relativos avances realizados, la universalización del bachillerato, la dignificación del magisterio y la preparación diferenciada según el grado en que se imparta la enseñanza siguen siendo retos ineludibles. Los candidatos presidenciales deberían no solo pronunciarse sobre estos temas, sino comprometerse con el logro de acuerdos sociales y políticos que le den el impulso necesario a la calidad educativa.

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