El Coro Nacional y el concierto nacional

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José M. Tojeira
04/05/2010

El jueves pasado, el Coro Nacional dio un concierto en la UCA. Se turnaron canciones modernas con clásicas de Mozart y otros. Y en todas, el Coro dio muestras de una gran maestría. Voces perfectamente conjuntadas, convirtiendo la polifonía en sinfonía, la variedad de tonos en belleza acústica. La versión coral de la canción montada sobre la letra de Mario Benedetti, "y si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo...", fue tan impactante como espléndida.

Pero cuando del Coro Nacional pasamos al concierto político nacional, lo que es armonía en el primero se convierte en disonancia en el segundo: voces de todo tipo contradiciéndose, gritos más que razones, intereses más que convicciones. La capacidad de diálogo, que es la armonía fundamental del convivir humano, dañada por la superficialidad cuando no por la mentira o el interés egoísta. A veces incluso con justificaciones que no aguantan el más mínimo debate racional, como la afirmación de que de la suma de los egoísmos individuales puede nacer un pacto social productivo.

Mientras en el Coro Nacional todo es armonía y entonación adecuada, en muchas de nuestras instituciones sociales y políticas es más lo que desentona que lo que produce concordia. Los ricos desentonan con los pobres, Arena con GANA, el FMLN con muchas de sus promesas. Las instituciones dedicadas a proteger a la ciudadanía desentonan con la seguridad existente. El diálogo que podría llevar a la armonía es escaso. El ruido de la sociedad de consumo no deja escuchar los gemidos de los más pobres.

Y, sin embargo, en medio de los ruidos hay voces, las del Coro Nacional entre otras muchas, que nos dicen que se puede conseguir armonía. Que hay salvadoreños que son capaces de conjugarse y colaborar de tal manera que hacen que las cosas salgan bien. Que la racionalidad, cuando hay generosidad, esfuerzo, disciplina y buena conducción, acaba produciendo belleza, bienestar, alegría y gusto. La mayoría de los y las salvadoreñas es buena, trabajadora, y está preocupada por hacer bien lo que le corresponde. Y en muchos lugares las cosas salen y resultan bien. ¿Qué es lo que provoca, entonces, que en medio de tanta capacidad obtengamos tan pocos resultados en el terreno de la construcción social y la política?

Ciertamente, el egoísmo de muy pocos pesa demasiado frente a las necesidades de muchos. Es vergonzoso, pero también sintomático de ese egoísmo, el hecho de que dirigentes gremiales de la empresa privada, en su mayoría varones, se opongan al ingreso de las empleadas del hogar al Seguro Social. Ello sin mostrar, en contraparte, el más mínimo interés en aportar soluciones a los problemas que supuestamente pudieran generarse del ingreso de las trabajadoras, y que con seguridad no van a ser tantos como ellos dicen.

Los políticos pasan demasiado tiempo al servicio de sus propios intereses en vez de sacrificar sus conveniencias políticas al bien común. Intereses que con mucha frecuencia se mezclan con las ambiciones más egoísta de El Salvador. Entre el "despacio y buena letra" de los conservadores y la radicalidad de "lo que es digno de ser hecho es digno de ser mal hecho" hay mucho terreno intermedio. Terreno de reflexión, de diálogo y debate, de sinceridad mutua. Poner la política al servicio del pueblo salvadoreño no debería ser difícil cuando nuestra gente es trabajadora y decidida.

Un alto porcentaje de los medios de comunicación están también demasiado implicados en intereses comerciales y económicos, no siempre generosos. La libertad de expresión nunca ha llegado en nuestro país a incidir profundamente en la libertad de prensa. Al contrario, ha sido la libertad de prensa la que casi siempre se ha querido erigir como la representante única de la libertad de expresión, dejando al margen de esta última a muchas personas. Porque la libertad de prensa es sobre todo la libertad de los dueños de los periódicos. Y aunque no es malo que la tengan, es lamentable que no hagan demasiados esfuerzos por hacerla coincidir con la libertad de expresión de esa gran mayoría de salvadoreños que piden más justicia, mejores redes de protección social y mayor calidad en el campo de los derechos económicos y sociales.

El Coro Nacional, cantado a Mozart, repetía la siguiente frase del canto gregoriano Dies Irae: "Confutatis maledictis, acris flammibus adictis, voca me cum benedictis" (en traducción libre: "Confundidos los malditos, invadidos de penetrantes llamas, llámame con los benditos"). La referencia es al juicio final y refleja una petición de misericordia, sabiendo que Dios es misericordioso y que, por tanto, los bendecidos por Él son la inmensa mayoría. Si los malditos del canto quedan confundidos es porque se creían superiores a los demás y dueños del mundo y de la historia. Ojalá que estas duras palabras, tan bellamente cantadas por el Coro Nacional, no reflejen a un liderazgo que quedará maldecido por la historia al no saber sintonizar ni extraer la melodía del desarrollo de un pueblo fundamentalmente bueno y bendecido.

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Anónimo
05/05/2010
18:02 pm
exacto
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Anónimo
05/05/2010
07:42 am
¿Qué nos falta en este país? Corazón y humanidad
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