Aunque suelen ser muy generales, los discursos iniciales de los presidentes marcan sus dinámicas e intenciones políticas. Luego, la realidad se encarga de ir matizando, mostrando avances y dificultades. Lo interesante es que la ciudadanía seleccione algunas de las frases más programáticas y las desarrolle lo más posible. En este artículo, nos limitaremos a hacer ese ejercicio, desde la propia visión del articulista, que no tiene por qué ser la de todos.
El "no a la corrupción" del discurso es una consigna apta para los que seguimos con más o menos pasión la política. El Salvador ha ido desarrollando en los últimos años instrumentos para luchar contra la corrupción. El Instituto de Transparencia, el Tribunal de Ética Gubernamental, la devolución de sus facultades a la oficina de Probidad de la Corte Suprema de Justicia facilitan la participación ciudadana y la auditoría popular de la honestidad política. Convencidos de la honradez personal con la que el nuevo Presidente dijo esa frase, a los ciudadanos nos toca supervisar a los políticos, sean del Gobierno o no, y denunciar cualquier abuso de poder, tendencia al nepotismo y a la facilitación de trabajo a familiares o correligionarios sin las cualidades necesarias para un puesto, así como cualquier mal uso de los recursos del Estado, incluida la utilización de carros oficiales para hacer las compras en el súper, y por supuesto cualquier negocio en el que el dinero sea parte del aceite que engrasa las voluntades. La corrupción sigue siendo un problema y, si bien es cierto que no se debe perdonar la del pasado, también lo es que se debe luchar con fuerza contra la actual.
Durante su discurso, Sánchez Cerén mencionó en repetidas ocasiones el término "justicia social". De nuevo, esta expresión debe convertirse en bandera ciudadana. Para muchos, incluido el que esto escribe, es una alegría que el Presidente haya empleado este concepto varias veces en su discurso. La justicia social es escasa en El Salvador. Lo que más brilla es la injusticia social de dobles y desiguales sistemas de protección social evidentes en salud, educación, vivienda, salarios mínimos, etc. Mediante ellos se divide a los salvadoreños en dos sectores: el de los que tienen futuro dentro del país y el de los que no, a menos que emigren. Aunque los subsidios a diversas actividades y personas puedan ser necesarios en algunos casos o durante cierto tiempo, la justicia social, que pasa siempre por la universalización de servicios públicos de calidad, empleo digno y salario decente, es indispensable para un desarrollo armónico, solidario y fraterno.
En su invocación religiosa inicial, monseñor José Luis Alas, arzobispo de San Salvador y presidente de la Conferencia Episcopal, pidió "acuerdos de nación" que nos ayuden a caminar hacia situaciones de mayor justicia y paz. El novel Presidente diría poco después que se comprometía a buscar "grandes acuerdos de nación", que implicaran progresos en el campo de la ética, así como transformaciones estructurales. La coincidencia de dos liderazgos importantes, orientados ambos en la misma dirección, debe sensibilizarnos respecto a la necesidad urgente de que este país nuestro se encamine definitivamente hacia un desarrollo equitativo que destierre las todavía abundantes señales de marginación de los pobres y de humillación de los débiles. El bien común, la inversión en nuestra propia gente, la universalización de derechos sociales y culturales básicos deben permear la política y conducirnos a acuerdos nacionales básicos.
Si algo podemos echar en falta en el discurso es una mayor concreción en los cambios estructurales que El Salvador necesita. Ya es positiva la afirmación, hecha en varias partes del texto, de que necesitamos cambios estructurales. Pero hubiera resultado esperanzador concretar más ese compromiso en el campo educativo o de la salud, crediticio y de vivienda, donde las estructuras y la institucionalidad existente son demasiado clasistas y excluyentes. Si es ahí donde el Presidente quiere concentrar los grandes acuerdos de nación, deberá presentar pronto las propuestas para el afinamiento, debate y ejecución. Sin duda, tendrá un gran apoyo si logra concentrar en estos puntos su deseo de cambio. Salvador Sánchez Cerén, aun en medio de las dificultades objetivas del país y del berrinche arenero por la derrota, ha comenzado bien su Presidencia. Su estilo personal, su honestidad austera y su talante de hombre con cercanía humana y capacidad de diálogo conectan bien con los deseos de la mayoría de salvadoreños. Ahora es tiempo de acción. Dadas las tensiones y problemas objetivos existentes, que no desaparecen por buenas que sean las cualidades presidenciales, conviene que pronto se advierta que hay pasos hacia ese futuro integrador que quedó reflejado en este primer discurso presidencial.