El miedo ha sido siempre el mejor aliado de los violentos. Los dictadores siempre han pensado que si no hay miedo al castigo, no hay gobierno posible. El que gusta solucionar los problemas a través de la fuerza bruta siempre desea usarla. Para que le respeten, suelen decir. Pero en realidad es para que le teman. Porque en el momento en que mucha gente deja de temer a la fuerza bruta, ésta deja de ser una fuerza real. Pero también están quienes tienen miedo a la conciencia de los pueblos. Son otro tipo de violentos más sofisticados, que tratan de ganar clientelas y construir esa violencia estructural que separa a los que viven bien de esa gran masa de excluidos. Al final, acaban coincidiendo, aunque de distinta manera, tanto los violentos a los que llamamos delincuentes como las élites sembradoras de miedo y a la vez con miedo de la conciencia de los pueblos.
El 15 de septiembre de 1821, un amplio grupo de notables guatemaltecos, reunidos en el Palacio Nacional de la Capitanía, discutieron la oportunidad de proclamar la independencia. Las razones a favor fueron muy diversas. Por una parte, otros países y regiones ya lo habían hecho. Pero además, según frase textual del Acta de la Independencia, los notables reunidos escuchaban, y con fuerza, "el clamor de ‘¡Viva la independencia!’, que repetía de continuo el pueblo que se veía reunido en las calles, plaza, patio, corredores y antesala de este Palacio". Ante eso, los notables, muchos de ellos hasta hacía poco partidarios de la unidad con España, deciden proclamar la Independencia. Y no vacilan al insistir de nuevo en el Acta en que se proclama "para prevenir las consecuencias que serían temibles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo". Todo un ejemplo de miedo profundo al pueblo el que dieron aquellos funcionarios del reino español, algunos incluso con títulos nobiliarios comprados a la realeza. ¿Independentistas? Probablemente no; simplemente cobardes que no querían perder sus privilegios.
Este miedo al pueblo se conservó durante demasiados años en nuestras tierras, y todavía en ciertos sectores está demasiado vivo. Por eso algunos grupos conservadores insisten en soluciones de fuerza frente a los problemas. Por eso apoyaron a Micheletti o recuerdan con nostalgia a Pinochet. Tienen miedo a "que el pueblo haga oír su voz", como decía Ellacuría, y exija respeto a pleno a su dignidad de personas trabajadoras con derecho a un bienestar que de momento aún se les niega.
Al lado de quienes tienen miedo al pueblo, e infunden miedo para controlarlo, están otros grupos. Grupos reactivos que frente a la injusticia, el desempleo, el fracaso personal en un contexto de sociedad fracasada, optan por sembrar miedo a quienes les rodean. A convertir el miedo ajeno en un instrumento de protesta contra la sociedad y en un medio para beneficiarse con el dinero, los bienes o la renta ajena. Son los mismos que hace casi tres meses quemaron a 15 personas en Mejicanos, masacraron en agosto a 72 emigrantes en Tamaulipas o ametrallaron a 18 trabajadores de una zapatería en Honduras hace pocos días. El miedo produce renta tanto a quienes quieren mandar sin tener en cuenta los deseos del pueblo, como a quienes quieren construir un estilo de vida a costa de los demás.
Las escenas de miedo ante unas noticias que no pasaron de ser en realidad rumores, o que al menos se divulgaron por la vía del rumor, nos dicen que en El Salvador el miedo ha cobrado carta de ciudadanía. Más miedo que en las épocas normales de la guerra civil. Tal vez porque entonces los campos eran conocidos y quienes querían la paz sabían qué decirles a unos y a otros. Ahora el terror es más anónimo, porque la muerte puede estar infiltrada en cualquier lugar o institución.
Si tuviéramos que decir cuál es la tarea concreta que la independencia exige hoy para El Salvador, no tendríamos ninguna duda. Si algo nos exige la independencia como valor, como compromiso que vuelve honorable la vida del esclavo, es simplemente vencer el miedo. El Gobierno debe ayudarnos a vencer el miedo. Pero la población debe también ayudar al Gobierno a enfrentar a los autores del miedo, estén arriba o abajo. Y enfrentarlos con hambre de paz, de justicia, y con su grito de independencia. El clamor produce conciencia y la conciencia derriba todos los muros, incluso el del miedo.