Para cualquiera que conozca el funcionamiento de las democracias reales, el modo de hablar del expresidente Francisco Flores en su entrevista con los diputados es alucinante. Eso de contar que recibía dinero a título personal en beneficio del pueblo salvadoreño y que lo repartía en "saquitos", sin que entrara en las arcas de la nación ni quedara registro de su uso, no se concibe ni en las dictaduras más típicas de América Latina. En 1975, el general López Arellano, que desde 1957 o era dictador, o presidente constitucional, o Jefe de las Fuerzas Armadas de Honduras, fue despachado del poder tras filtrarse que la United Fruit Company le había dado un millón de dólares para su uso personal y para que influyera en una baja de impuestos. No lo repartió en saquitos, sino que se lo llevó a Suiza. Pero ni siquiera en el país que se ha tomado como paradigma de república bananera se permite recibir dinero para poner la influencia personal al servicio de intereses externos. Independientemente de que haya o no delito —que a mi juicio, y después de haber escuchado a buenos abogados, sí lo hay—, lo que hizo este expresidente no tiene cabida en una democracia que se considere a sí misma como tal.
Por eso llama la atención que el candidato Quijano haya salido defendiéndolo, hablando de linchamiento político y repitiendo la estúpida cantaleta con la que los políticos tradicionales buscan impunidad: nadie es culpable hasta ser vencido en juicio. Quien quiere gobernar desde la democracia no puede mantener como asesor a alguien que está patentemente contra la democracia al recibir dinero taiwanés de un modo tan turbio. Las leyes en El Salvador no prohíben alabar a Hitler o a Stalin, pero un político democrático no puede mantener como asesor a alguien que lo haga. Aunque toda esta historia oscura, en la que entran bancos de paraísos fiscales y se consuma con los saquitos, sea distinta de los saqueos de la United Fruit o de las alabanzas a Hitler o a Stalin, el nivel de traición a la democracia, tal y como está concebida y se vive en otros países, es evidente. Si Quijano ignora esto, sabe muy poco de democracia.
Nuestro pueblo está harto de corrupción en la política. Es innegable que ha habido demasiados funcionarios que se han enriquecido en el poder. Y ciertos empresarios, especialmente de los que se conocen como miembros de las "grandes familias" salvadoreñas, también la han favorecido o se han involucrado en esta. La historia de los saquitos, como la cuenta Flores, no solo es un atentado contra la democracia en su sentido estricto (un sistema de elecciones libres que mantiene controles sobre sus elegidos), sino que además demuestra, desde la arbitrariedad y el capricho, cómo se puede fabricar el caldo de cultivo de la antidemocracia. De hecho, cuando era presidente, Flores violó la Constitución al viajar a Nicaragua en el helicóptero de una de las "grandes familias" sin pedir permiso a la Asamblea. Y eso hubiera sido suficiente para excluirlo de la capacidad de aconsejar en una política democrática. Pero este modo de administrar dineros es algo mucho más grave, pues implica crear directamente escenarios de corrupción. ¿Hay que creerle al expresidente todo lo que dice sobre el buen uso de los saquitos? El tema no es creer o no creer; el tema es que los políticos tienen que demostrar con pruebas fehacientes el buen uso de los dineros públicos que administran y no relatarnos historias de saquitos que más suenan a saqueos que a otra cosa.
Hablar de estos temas en tiempos inmediatos a las elecciones puede hacer pensar que manejamos partidariamente los problemas. Pero este no es problema de gusto o disgusto por un partido político, sino un atentado contra la democracia que el mismo Quijano debería corregir sacando de su grupo de asesores al hombre del saquito. Ya demasiado se ha hablado del hombre del maletín, supuesto sobornador de diputados, tanto en tiempos de Flores como en la actualidad. Si los políticos han sido incapaces de echarle mano al hombre del maletín, al menos tienen ahora el reconocimiento confeso del hombre del saquito. Que hay incertidumbre sobre quién ganará la elección es obvio. Y Quijano es uno de los favoritos para mucha gente. Pero nadie debería comenzar un gobierno apoyándose en personas que ya en tiempo de democracia reciente, la pervirtieron con sus acciones. Como siguen pervirtiéndola quienes todavía a estas alturas mantienen en la brigada militar de San Miguel el nombre de un militar acusado de genocidio. Si Stalin y Hitler no salen a relucir es probablemente por el escándalo internacional que produciría. Porque con los niveles de concepción democrática de algunos políticos, fácilmente observable en el día a día, las alabanzas de ese estilo no serían raras. Y en buena parte algunas de las gremiales empresariales y alguno de sus "tanques de pensamiento" (que a veces no llegan ni a tanqueta) parecen seguir los mismos pasos cuando denuncian unas cosas y callan absolutamente en otras que son claramente antidemocráticas. Apartar a la escoria es una tarea pendiente en todos nuestros partidos políticos. Y el tiempo electoral ofrece siempre esa oportunidad. Aprovecharla o no depende de la conciencia democrática de los liderazgos.