En busca de la felicidad

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Todos los seres humanos buscamos ser felices, en ocasiones incluso sin importarnos la infelicidad ajena. Y no nos damos cuenta que impedir o dañar la felicidad ajena se revuelve contra nosotros y nos hace menos felices. Y es que la vida no es una realidad solamente individual. Dañar la vida de una persona es dañar la vida en general, incluida la propia. En la política, quienes apuestan por liderar los destinos de los pueblos nos hablan siempre de bienestar, de concordia y de felicidad. Pero con frecuencia reparten felicidad a base de privar a otros de la misma. Al final, ese modo de proceder lleva a la crisis, cuando no a la polarización y a la revuelta.

En El Salvador vamos viendo cada vez con mayor claridad cómo ese afán de prometer felicidad se va convirtiendo en un proceso de negarla a mucha gente. Mejora la seguridad, pero aumenta el número de familias dolidas con detenciones injustificadas. Se ofrecen elecciones libres, pero los entusiastas del régimen tratan de imponer un éxito rotundo; sin importar que tuvieran asegurada la victoria electoral, tratan de aplastar a los débiles contrincantes, creyendo que eso les dará una alegría triunfal mucho mayor. Y al mismo tiempo, se permite que otros construyan su felicidad aun a costa de las dificultades económicas de muchos, sin buscar formas de solidaridad y justicia social que disminuyan el dolor y las carencias de la mayorías.

La crítica más seria a los mismos de siempre insistía fundamentalmente en señalar la injusticia de querer construir la felicidad de pocos sobre el dolor de muchos. Como en tiempos antiguos, los políticos actuales creen que se puede comprar la felicidad de los pobres con regalos. Y efectivamente algo se consigue con esa táctica. Pero en el largo plazo, la gente no quiere regalos que alivien un momento el dolor de la pobreza o de la carencia de derechos, sino oportunidades estructurales y concretas que conviertan la felicidad en el fruto del propio esfuerzo.

En algunas encuestas que medían la felicidad, el pueblo salvadoreño afirmaba que era mayoritariamente feliz. Probablemente afirmaba su felicidad desde la esperanza. Porque quien supera muchas pruebas y continúa con la esperanza viva tiende a manifestar su alegría por los problemas superados. Pero el goteo de negaciones de felicidad a grupos y sectores críticos con los liderazgos actuales, así como a víctimas de la pobreza, termina erosionando y desgastando el poder, por muy absoluto que se crea.

Como en todo conflicto, el camino duradero de solución se encuentra en el diálogo. Ese es siempre el ideal en la resolución de problemas y conflictos. Pero el acaparamiento y control de las instituciones del Estado llevan al aislamiento y a la sordera del poder. Hace años, ante la oposición a la reforma agraria de parte de terratenientes ganaderos, se decía que el mugido de las vacas les impedía escuchar los gritos de los pobres. Hoy es la propaganda de victoria y felicidad de algunos lo que les impide ver las carencias de felicidad en un gran número de personas. Bajar el ruido del triunfalismo, eliminar la prepotencia y escuchar las quejas del débil es el único recurso válido para lograr la felicidad de todos.

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