En pie de guerra. Así le ha tocado estar a la mayoría de mujeres en el país, luchando por sobrevivir en la sociedad y en medio de un ambiente donde la discriminación hacia ellas se mantiene. No hay que destilar negatividad y pesimismo a montones, decían unos en campaña, si ha habido cambios y se espera que en los próximos cinco años se profundicen y se impulsen otros; los otros, también en campaña, ofrecían que harían más y algo mejor que sus rivales. ¿Y qué dicen las mujeres? ¿Cómo es su día a día?
En 2012, según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples, la población salvadoreña era de aproximadamente seis millones doscientas cincuenta mil personas. De ese total, casi el 53% son mujeres. Esto significa que en ese momento había 90 hombres por cada 100 mujeres; en las zonas urbanas, 86 hombres por cada 100 mujeres; y en la rural, 96 hombres por cada centena de mujeres.
En lo relativo al analfabetismo, de la misma fuente se desprende el dato general: de diez años en adelante, casi 645,000 personas no sabían leer ni escribir. De esa cantidad, que representa el 12.4% de la población, el 7.8% eran mujeres y el 4.6%, hombres. En cifras, eso se traduce en más de 405,000 de ellas frente a cerca de 240,000 de ellos. Si se observa con más detenimiento, tanto en las ciudades como en el campo son las mujeres las que proporcionalmente están en desventaja frente a los hombres.
Y así andan los datos en otros rubros, tanto en lo nacional como en lo urbano y lo rural. El menoscabo de la calidad de vida según el sexo también aparece reflejado, dentro del citado documento oficial, en la asistencia escolar y en la escolaridad promedio, en lo que toca a problemas de salud, en su participación como población económicamente activa al estar en edad de trabajar, en su nivel de ingresos y en su ingreso promedio. A lo anterior se debe agregar lo que denuncia otro importante documento.
El último informe sobre desarrollo humano en El Salvador, del PNUD, pone una y otra vez el dedo en la llaga al señalar, entre otros asuntos, el machismo y el patriarcado, ambos históricos y prevalentes, así como sus efectos en las relaciones de poder desiguales e injustas. También lo hace cuando habla de la violencia física y sexual contra las mujeres por parte de su pareja o de otros, del embarazo adolescente y de los obstáculos que impiden la significativa participación femenina en lo educativo, político y económico. Una referencia oficial a destacar dentro del informe del PNUD es que entre el casi millón y cuarto de jóvenes que viven en el país, alrededor del 21% no estudia ni trabaja dentro o fuera del hogar. En esa población, de cada 10, siete son mujeres.
El PNUD destaca que para los hombres con más educación, que viven en el área urbana y en hogares poco numerosos, son de mediana edad y tienen ingresos más altos que el resto de la gente, el camino hacia el desarrollo es "menos turbulento" y con mejores oportunidades. En el otro extremo, están las mujeres que tienen la menor educación en el país, que habitan en el campo, que son de "edad más joven o avanzada" y que viven en hogares muy numerosos; ellas son las que "se encuentran al fondo de la escalera social" y ven lejos de sí "los primeros peldaños" para ascender en ella.
Otra situación condenable tiene que ver con el tráfico y la trata de personas, con especial énfasis en lo relativo a mujeres jóvenes y a niñas. "El Salvador", señala un reporte del Gobierno estadounidense, "es país de origen, de tránsito y de destino de mujeres y niños sujetos a la trata sexual de personas y al trabajo forzoso. Mujeres y niñas, muchas de ellas de las zonas rurales, son sujetas de explotación sexual en zonas urbanas". A ello súmese las que, aunque no sean víctimas de lo anterior, emigran para sacar adelante a su hijas e hijos, que queda en manos extrañas o de familiares. Manos que en algunas ocasiones no merecen confianza. Pero no queda alternativa en un país que brinca de elección en elección con sus politiqueros prometiendo el cielo y la tierra, aunque no tengan el dinero ni la intención de cumplirle a la gente.
Pero llaman a firmar pactos y los firman con toda la farándula posible, en un escenario de fiesta cuando, más allá de esas representaciones, lo que deberían hacer es otra cosa y en serio. Deberían garantizar la asignación de recursos suficientes para la aplicación real y efectiva de la legislación vigente: la Ley de Igualdad, Equidad y Erradicación de la Discriminación contra la Mujer, junto a la Ley Especial para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres. Eso para, entre otros asuntos, comenzar a superar de verdad su baja participación en la política y en los Gobiernos; también para poner freno a la alta cantidad de feminicidios, junto a otras manifestaciones de violencia contra ellas.
Se dedican en sus campañas a buscar el voto femenino, mientras mantienen el menosprecio cotidiano a discusiones trascendentales, como la autonomía que reclaman diversas organizaciones de mujeres sobre sus cuerpos y su participación en la toma de decisiones dentro de las estructuras estatales. Los politiqueros procuran que las mujeres asistan a eventos organizados por sus caras maquinarias proselitistas, pero no a los que organizan ellas para presentar sus demandas.
En 1930, el Consejo de Ministros de El Salvador no le permitió a Prudencia Ayala pelear la Presidencia de la República porque, según reza su respuesta a la solicitud de esta mujer, en esa época regían disposiciones legales que mantenían a las salvadoreñas "en situación jurídica inferior a la del hombre". Quedaron atrás esos tiempos, pero aún está muy lejana la materialización de todos los derechos de las mujeres que conmemoraron el 8 de marzo su día internacional; mucho más distante está para las que ni siquiera saben que existe ese día.
Unas y otras son guerreras; unas y otras deben saber que la democracia sin su participación no es auténtica democracia; unas y otras tendrán que seguir la lucha de Prudencia con toda la imprudencia —atrevimiento, audacia, osadía— que reclama vivir en una sociedad distinta: inclusiva, equitativa y en paz, con verdad y justicia.
A unas y otras, junto a los hombres que se suman a su causa y a los que no, les vienen bien los versos de la eterna Sara González: "¿Qué dice usted que una mujer no es capaz de construir, de analizar y de luchar por la vida, cuando la historia nos grita otra verdad? ¿Ves? Hace cien años comenzó la tradición, cuando alzó el machete una mambisa. ¿Ves? Y así siguió la tradición, siempre que luchar se necesita. Seis, seis lindas cubanas".