Familia y futuro

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Acabamos de celebrar el domingo que la Iglesia católica dedica a las familias. Al mismo tiempo, y con relativa poca diferencia, han aparecido dos documentos que desde diversas perspectivas insisten en la importancia de la familia para la integración, el bienestar y el desarrollo social. Me refiero al mensaje del papa titulado La alegría del Evangelio y al Informe sobre Desarrollo Humano de El Salvador, 2013, del PNUD. En ambos se insiste en la importancia de la familia para impulsar un desarrollo humano con valores, con solidaridad y confianza en el futuro. Conviene en estos días, en que terminamos un año y comenzamos otro, evaluar lo que hacemos o no hacemos por la familia en el contexto salvadoreño. Contemplar los problemas de la familia en general nos ayudará a descifrar los pasos necesarios para mejorar nuestra realidad.

Si tuviéramos que mencionar los principales problemas que afectan a las familias salvadoreñas, la lista sería relativamente breve, pero con cuestiones de fondo. Y no tanto sobre la estructura familiar, sino externas a ella. La situación de pobreza en la que vive una buena proporción de nuestras familias es probablemente uno de los problemas que más la afectan. La pobreza crea decepciones, lleva a asumir riesgos y a veces a entrar en caminos que conducen a situaciones violentas o sin salida. Los sueldos miserables, como el salario mínimo agropecuario, impulsan definitivamente a la migración, golpeando en muchos casos a la unión familiar y su propio equilibrio emocional. También la violencia de nuestro entorno, con sus niveles de muerte, extorsión e impunidad, daña a la familia y motiva a abandonar El Salvador. Somos una sociedad que expulsa a su gente y que no ha logrado detener esa sangría de personas buenas que abandonan su tierra desde hace ya muchos años. Pobreza, violencia y migración son tres dimensiones que golpean como un mazo la estabilidad de la familia salvadoreña.

Por otra parte, tenemos una cultura en exceso consumista. El crédito bancario se ha deslizado peligrosamente desde la producción hacia el consumo. Y con frecuencia el consumo está plagado de sistemas de crédito con intereses usurarios. Aunque el consumo en sí mismo no es malo, el consumismo sí afecta negativamente a la vida familiar. Y entendemos el consumismo del mismo modo que la Real Academia Española: "Tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no siempre necesarios". Demasiadas familias se han visto envueltas en graves crisis debido a esta tendencia, o han desarrollado criterios que destruyen tanto la unión interna como ese valor que comienza en la familia y que es indispensable para la cohesión social, que llamamos solidaridad y que es una traducción laica de la radical fraternidad cristiana.

A estos problemas que golpean a nuestras familias se añade la corrupción, demasiado incrustada en nuestra sociedad tanto en los altos niveles del negocio como en la política. Aunque aparentemente la corrupción esté al margen de la familia, lo cierto es que algunos sectores de la clase política, entre los que hay expresidentes, han dado tan pésimo ejemplo que acaban debilitando ese mundo de valores que la familia debía construir y soportar. La institución familiar es la gran escuela de amor y solidaridad, de diálogo y capacidad de entendimiento. La corrupción de los poderosos, sean grandes empresarios o dirigentes políticos, crea unos ambientes que impulsan al egoísmo individualista, al aprovechamiento del prójimo y a la destrucción del concepto de lo público como el lugar preferente del ejercicio de la solidaridad. Al final, muchas de nuestras instituciones resultan profundamente excluyentes por la corrupción de las élites. Corrupción que aunque no sea ilegal en su totalidad (nuestro sistema legal es demasiado permisivo para los delitos económicos), sí muestra una voracidad egoísta e individualista que contrasta con el espíritu solidario de la familia.

En este contexto, si se quiere defender a la familia, hay que tener un poco más de visión y apertura que ciertos movimientos que se proclaman a sí mismos como defensores de la indispensable institución. Los golpes fundamentales a la familia no vienen de leyes injustas, sino de una cultura insolidaria que deja al pobre sin el apoyo necesario para desarrollar sus capacidades. De un modo de pensar y actuar que se preocupa más por el dinero que por el prójimo, que fomenta la exclusión y las graves desigualdades sociales, y que deja a los individuos a merced de la ley del sálvese quien pueda. Algunos de nuestros millonarios, con su voracidad, sus lujos excesivos y su desprecio por los pobres, han sido más destructivos de la familia que quienes desde las ideologías erróneas proclaman doctrinas o pensamientos enfrentados con la cohesión y unión familiar. Mientras nuestra cultura no se torne mucho más solidaria, difícilmente solucionaremos los problemas de la familia. Familia que, a pesar de todo, sigue siendo la principal fuente de valores de nuestro atribulado país.

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