Fanatismo político

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Editorial UCA
05/03/2012

Entre los varios males que arrastra el ejercicio de la política en El Salvador, hay uno sobre el que convendría decir algo en estos tiempos electorales en los que se caldean los ánimos y son frecuentes los enfrentamientos callejeros entre militantes de diversos partidos. Si mucha gente dice que el país avanza en el proceso de democratización y convivencia ciudadana, cabe la pregunta: ¿cómo es posible que haya gente que llegue hasta la violencia para defender sus ideas? La respuesta está en un fenómeno que afecta al ejercicio de la política en nuestro país. Hablamos, por supuesto, del fanatismo.

El fanatismo no es exclusivo de la política. De hecho, sus orígenes están ligados a la religión, y el deporte es presa frecuentemente de este lastre de la humanidad. En términos generales, en el fanatismo, en la medida en que se asume la preeminencia absoluta de una idea, creencia o sector sobre el resto, se busca eliminar cualquier tipo de reflexión, porque donde no existe reflexión tampoco hay contradicción ni matiz. Así, el fanatismo es el mejor camino para producir violencia, tanto discursiva (por excluyente y negadora de la diferencia) como física (ante la falta de apertura y reflexión, se impone la fuerza). Y la violencia engendra odio, que a su vez produce más violencia y crea un círculo vicioso del que es difícil salir. Como de lo que se trata es de defender a toda costa una postura, una ideología o al grupo del que se forma parte, en el fanatismo es muy frecuente encontrar la mentira, el engaño y la astucia como fundamento de sus intereses.

En la política, el fanatismo aflora especialmente en tiempos electorales. El fanático político es el que defiende a ultranza sus opiniones y se enfrenta violentamente a las otras. El fanático de una causa política la defiende hasta con su vida, sin reflexionar si la causa por la que está dispuesto al sacrificio es la que corresponde a sus intereses. Este sujeto suele ser intolerante e intransigente. Ciertamente, todos creemos que nuestras ideas son buenas y mejores que las de otros; si no, no tendría sentido sostenerlas. Pero de ello al fanatismo hay un largo trecho. La obsesionada dedicación, la adhesión exagerada, el enfrentamiento violento son ya actitudes fanáticas lejanas al comportamiento de una persona normal.

Tal y como se practica la política en El Salvador, a varios líderes les conviene tener fanáticos y no compañeros, pues los primeros confunden lealtad con sumisión, convicción con creencia, poder relativo con poder absoluto, tolerancia con debilidad, flexibilidad con blandura, paciencia con inoperancia y entereza e integridad con fanatismo. El activista partidario fanatizado no cree en otras ideas más que en las suyas, no escucha otras opiniones, no acepta las críticas a su partido porque piensa que los que lo critican no lo quieren, no lo entienden y/o buscan destruirlo. Solo cree en sus encuestas y en su percepción de la realidad. El fanático es como el caballo con anteojeras: solo mira en una dirección y percibe al mundo a través de una ventana reducidísima y engañosa.

A pocos días de las elecciones, sería saludable que los salvadoreños nos preguntáramos cuánto de lo antes descrito hay en nuestras preferencias electorales. Pues el ejercicio político del que tanto nos quejamos no cambiará mientras el fanatismo sea el motor que mueve a la mayoría de las instituciones y personas a la hora de intervenir y participar en los asuntos públicos.

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Anónimo
03/12/2018
05:00 am
estuvo carbon de resolverlo
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