Muchos quisiéramos que la Navidad fuera la fiesta de todos. Pero ni lo es, ni todos nos esforzamos durante el año para que lo sea. No es extraño, porque para Jesús de Nazaret y su familia la Navidad no fue una fiesta. Hubo, sí, la alegría profunda de ver una nueva vida, el alivio y la ternura de José y María al ver que, aun en medio de la falta de solidaridad y pese a nacer en una covacha donde se refugiaba el ganado, la nueva vida del niño Jesús era sana y normal. Y la alegría de los pastores que descubrieron en esa nueva vida una promesa radical de esperanza y de paz. Pero nacer en un refugio de animales ni era bueno en aquel tiempo ni lo es en la actualidad. Las puertas cerradas a la Virgen embarazada siguen siendo símbolo de los egoísmos personales e institucionales que perpetúan hambres y guerras en el mundo en que vivimos.
Al niño Jesús de Nazaret le tocó una vida muy parecida a la de muchos salvadoreños. Nació en la pobreza. "Siendo rico se hizo pobre por nosotros", dirá posteriormente San Pablo. Sobrevivió a la masacre de niños que propició el rey Herodes, al igual que algunos de nuestros niños sobrevivieron las masacres en El Mozote, Sumpul, Quesera... Y finalmente le tocó emigrar huyendo de la muerte, como a tantos salvadoreños. Una historia que no se la podemos desear a ningún niño ni a ninguna persona adulta. Sin embargo, esa historia brutal la recogen los Evangelios desde la esperanza de quien está seguro que la salvación viene desde abajo y se vuelve más poderosa y universal desde la fidelidad y la resistencia apoyada en Dios en medio de la adversidad. María y José, como tantos salvadoreños y como tantos pobres de nuestras épocas ensangrentadas en guerras y migraciones forzadas, tenían puesta su confianza en Dios y lucharon por salir adelante y preservar la vida de su hijo.
Esta historia difícil y dura no acaba de movernos a los cristianos a la suficiente solidaridad con los más pobres, a pesar de nuestras celebraciones. Es cierto que damos pasos importantes al festejar en el calor de la familia la ternura de aquellos días. Y que todo lo que es intimidad, cariño, ternura nos prepara para la solidaridad, la construcción de la paz y el hambre y sed de justicia. Pero también con frecuencia la deriva hacia el consumismo, a la alegría artificial y al exceso nos separa del verdadero sentido de esta fiesta. Navidad no puede ser carcajada vacía e irresponsable; es la fiesta de la alegría de los pobres con esperanza, y así debemos verla. Esos pobres que, como los pastores, desean que la gloria divina en el cielo traiga aparejada la paz en la tierra para todos los seres humanos, hijos e hijas amados de Dios.
Navidad es creer en la vida. En esa vida que por humilde y sencilla que sea es expresión del amor de Dios. Esa vida que estalla llena de ternura en el rostro de un niño recién nacido, que da sentido a las familias y a la humanidad, que llena de esperanza en un futuro en el que el hambre, la guerra y la violencia se destierren al fin de esta tierra nuestra, con tanta frecuencia golpeada por la brutalidad de intereses turbios y egoístas. San Juan de la Cruz, ese poeta místico que los cristianos deberíamos leer con más frecuencia, tiene una serie de nueve romances en los que describe desde la encarnación de Dios al nacimiento del Niño. Y al final de la serie poética, el místico fraile dice que la Virgen Madre estaba admirada al ver al Niño llorando y a los pastores cantando de alegría y esperanza. Asombrada de ver "el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía". Dios asumiendo nuestro dolor y nuestro llanto para poner en nuestros corazones esperanza y alegría.
Feliz Navidad cuando vemos la esperanza de los pobres. Feliz Navidad cuando luchamos para que no nazcan niños en lugares solo aptos para animales del campo. Feliz Navidad cuando, siguiendo la vieja profecía de Isaías, que solemos leer los domingos previos a la Navidad, logremos que las espadas y las lanzas, las armas y los barcos de guerra, se conviertan en instrumentos de labranza, en inversión en desarrollo humano. Feliz Navidad cuando los salarios mínimos no se llamen mínimos, sino que tengan detrás el calificativo de decentes. Feliz Navidad cuando la violencia no sea alternativa de sobrevivencia o de autoafirmación. Feliz Navidad, en efecto, debe ser el gran deseo de todos los cristianos en esta época. Un deseo convertido en hambre y sed de justicia, en alegría del Reino de Dios que se manifiesta en la liberación de todos los males, sean estos personales o sociales. Feliz Navidad.