Futuro y poder

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Editorial UCA
21/03/2012

Ya conocidos los resultados electorales, han comenzado las preocupaciones por el poder. En los dos partidos mayoritarios aparecen nombres de futuros candidatos a la presidencia de la Asamblea Legislativa o se anuncia que se va a reflexionar sobre el tema. Por supuesto, ya han aparecido algunos ofreciéndose generosamente para tan delicado cargo. Esta preocupación por el poder, endémica entre nosotros, entra fácilmente en contradicción con la que debe ser la preocupación básica de la democracia: planificar un futuro cada día más humano y, por supuesto, mejor para todos. Lo lógico sería que nos preocupáramos primero por el futuro, al menos si somos demócratas, y posteriormente por el poder. Pero en la cultura autoritaria de los partidos políticos de nuestra tierra, el poder es un ídolo demasiado atractivo. Un ídolo que, además, beneficia generosamente a quienes le adoran.

El Salvador necesita un futuro radicalmente distinto a lo que estamos viviendo. La pobreza, la violencia y las graves diferencias sociales; el sistema público de salud y de pensiones, con características insultantes que diferencian entre pobres y clase media; los bajos niveles educativos y el deficitario acceso al bachillerato, no digamos a la universidad, son simple y sencillamente una vergüenza. Esa realidad, y cómo solucionar su problemática, debería ser el objeto del trabajo permanente de los políticos. Una preocupación mucho más prioritaria que la búsqueda de poder.

Porque la búsqueda ansiosa del poder divide. Cuando un grupo desea profundamente dominar a otro, el pensamiento y la ideología tienden a polarizarse. Se piensa que el otro todo lo hace mal. Y solo se acaba aprobando aquello que o bien me proporciona algún tipo de beneficio, o bien me ofrece posibilidades de negociar y obtener ventajas. Nuestros grandes partidos nos ofrecen con frecuencia el triste espectáculo de este tipo de polarización. El principio de universalizar bienes no está en sus mentes. El poder tiende a la corrupción, pero ni siquiera se establecen adecuadamente las medidas para prevenir este mal, también endémico en bastantes sectores de nuestra sociedad.

Sin embargo, el poder no es malo en sí mismo. Es un simple instrumento de servicio, un modo necesario de relación humana que debe ser regulado mirando hacia el beneficio de todos. Y la única y mejor manera de regularlo es pensando en el futuro. Ese futuro que, si no lo corregimos, permanece para nuestra ciudadanía lleno de peligros y riesgos, empujando a muchos a marcharse del país. No somos un país de migrantes, sino un país que expulsa de su propio hogar a muchos de sus mejores hijos, amenazándoles tanto con el presente como con el futuro. Tenemos un presente en muchos aspectos miserable, y desde él tenemos que construir y planificar un futuro diferente. Y planificarlo desde las diferentes cuotas de poder que las elecciones nos van entregando en cada ocasión. Pero para ello hay que dialogar. Dialogar entre quienes tienen poder y dialogar también con quienes no lo tienen. Se puede escuchar a quienes tienen intereses particulares, pero hay que reflexionar mucho más al lado de quienes permanecen excluidos de bienes básicos o de quienes acompañan a los excluidos en sus luchas y aspiraciones.

Poder y futuro humano digno no tienen que ser excluyentes o enemigos entre sí. Lo que excluye de un futuro digno es el poder sin diálogo, sin capacidad de llegar a acuerdos en grandes proyectos que universalicen bienes indispensables para la dignidad de la persona. El síntoma de ese poder negativo está presente cuando se busca primero la presidencia de la Asamblea y luego, supuestamente, cómo ponerla al servicio de la colectividad. Un síntoma positivo sería que los dos partidos mayoritarios se pusieran de acuerdo primero en algunos objetivos claramente orientados hacia el bien común y hacia la universalización de bienes y servicios, y solo posteriormente trataran de repartirse los tiempos de presidencia de la Asamblea. Aunque si lograran hacer las dos cosas en esta legislatura, la ciudadanía no se molestaría si hay cambios en el orden o en los ritmos de los dos pasos que deben darse.

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Anónimo
16/05/2013
13:22 pm
¿Y para qué son las elecciones? púes se supone que para acceder a poder, por lo menos a lo que da la esfera estatal. Para quien pueda ser sorpresa eso, a saber. Los que resultan electos no se preocupan por el poder, se ocupan del mismo. Sobre "La preocupación básica de la democracia" Hasta ahora quien sabrá lo que le preocupa u ocupa a la democracia, ¿qué pasará por la mente de la democracia? quien sabe. El poder en este editorial se pone como que no es de aquí ni es de allá. Primero trata de dársele una connotación negativa, asociándolo a los partidos mayoritarios y a la asamblea legislativa (toda una campaña), y luego aseverando que el poder solito, en algún lugar del universo no es malo. ¿Qué relación tienen las preocupaciones por el poder con la preocupación de la democracia de planificar un futuro cada día m&a
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