El primero de mayo es siempre tiempo de reflexión sobre el trabajo. Y tiempo de reflexión sobre la marcha del mundo en que vivimos. Porque precisamente del respeto al trabajo y al trabajador dependen muchos de los elementos que componen la vida ciudadana y democrática, así como el desarrollo humano. En este tiempo en que contamos con un Gobierno que ha mencionado sistemáticamente su cercanía al mundo del trabajo, es todavía más importante reflexionar sobre nuestra propia situación laboral.
Debemos partir de una pregunta: ¿hay en nuestra patria una guerra de los ricos contra los pobres? La pregunta no es gratuita: Juan Pablo II definía la situación mundial como dañada por una guerra de los poderosos contra los débiles. Y añadía a continuación que los pobres son legión, es decir, inmensa mayoría. No son pocos los que desde la ética afirman que esa guerra de poderosos contra débiles es fundamentalmente una guerra de ricos contra pobres. Y, ciertamente, si vemos el hambre de muchas de las poblaciones del planeta y las hambrunas que con cierta frecuencia sacuden a ciertas regiones, y las comparamos con la opulencia de muchos millonarios, la idea de guerra se nos muestra más clara. Si al niño desfalleciendo y muriéndose de hambre, a punto de ser comido por un buitre, lo pusiéramos al lado de los banquetes y los lujos de algunas residencias, la situación sería más escandalosa que la de un soldado matando a tiros a otro en la guerra. Cuando se dice que hay guerra de ricos contra pobres, no se exagera.
Para responder a la pregunta que hemos planteado es bueno hacernos una segunda pregunta, también inspirados en el pensamiento de Juan Pablo II: ¿a qué le damos más importancia, al capital o al trabajo? La pregunta no es retórica ni se puede responder superficialmente diciendo que es imposible decir si es primero el huevo o la gallina. El trabajo es una realidad humana y humanizante, mientras que el capital consiste en cosas materiales, fruto en buena parte del trabajo humano, pero nunca tan ligadas íntimamente al ser humano como el trabajo. La lógica y la razón, desde la óptica humana, nos dicen que el trabajo es más importante que el capital. Y, sin embargo, muchos vemos que en la legislación, en la vida ordinaria, en las reuniones de las embajadas, en las relaciones gubernamentales, con demasiada frecuencia se le da más importancia al capital que al trabajo. No estamos construyendo una sociedad plenamente humana si no le damos prioridad al trabajo sobre el capital. Y de momento no parece ser esa la tendencia en El Salvador.
Vivimos en una sociedad que da más al que tiene más. Un pequeño ejemplo nos puede iluminar. En 2008, en subsidiar el gas para cocinar el Estado salvadoreño gastó 255 millones de dólares, según noticia en La Prensa Gráfica. Sin embargo, no somos capaces de pagar una pensión compensatoria de 30 dólares mensuales a todas las personas mayores de 65 años que no han cotizado al Seguro Social. Esto último costaría aproximadamente 125 millones de dólares al año; casi la mitad del costo total anual del subsidio al gas. Pero no queremos recortar el subsidio al gas, que es un regalo y no un derecho, dejándolo solamente para las personas de escasos recursos, mientras simultáneamente ampliamos el derecho a pensión de la ciudadanía salvadoreña. Los ricos pueden tener su gas financiado mientras los pobres, cuyo trabajo hizo más ricos a los ricos, no merecen una pensión compensatoria cuando llegan a una edad donde las fuerzas flaquean.
El Gobierno del cambio se encuentra, desde esta perspectiva, en la necesidad de eliminar nuevamente una guerra. No la guerra cruenta y sangrienta del enfrentamiento armado, pero sí esta guerra silenciosa de ricos contra pobres que acaba teniendo como respuesta la violencia de quienes quieren ser ricos a través de la fuerza bruta. Y de nuevo surge una violencia que la acaban pagando una vez más los más pobres, asaltados en autobuses, en sus calles y esquinas, en sus propias casas sencillas y sin vigilancia pagada.
El camino que la lógica nos indica es muy claro. La guerra de los ricos contra los pobres se frena si priorizamos el trabajo sobre el capital. Priorizarlo siguiendo políticas de pleno empleo; abriendo los servicios básicos y de igual calidad a toda la ciudadanía; reconociendo los derechos adquiridos de los trabajadores, hayan sido amas de casa, campesinos o cualquiera de esos oficios de tantas maneras excluidos de la merecida pensión. Y aquí no basta decir que el trabajo se priorizará sobre el capital para el año 2024. Hay que empezar a demostrar, con medidas visibles y entendibles, que se le da más importancia ya al trabajo sobre el capital.
Como decíamos al principio, el primero de mayo —y ojalá los días previos— es tiempo de reflexión. Tiempo de reivindicación y reclamo. Pero tiempo pacífico de exigencia de los propios derechos. A la violencia estructural no se le puede contestar con la violencia del insulto y de la piedra. Ni la violencia estructural es justa, ni la respuesta violenta a la misma conduce a la justicia. Los instrumentos de esta lucha deben ser siempre la racionalidad, el diálogo, los mecanismos ciudadanos y democráticos, la palabra esforzada y clara. Que este primero de mayo nos lleve a buscar y formular formas pacíficas y pacificadoras que posibiliten que en El Salvador no haya más guerra. Ni guerra irracional de fusiles y masacres, ni guerra de ricos contra pobres, ni guerra de pobres desesperados contra ricos insensibles. Que el diálogo, la racionalidad y esa gran fuerza común que se llama cultura cristiana nos ayuden a todos a vencer cualquier tipo de violencia. La guerra de los poderosos contra los débiles debe desaparecer de nuestro país. Y el primero de mayo es, en ese sentido, bueno para recordar la frase de Pío XII: "Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra".