Independencia a la medida

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Rodolfo Cardenal
18/09/2025

La independencia del 15 de septiembre de 1821 no es la de Bukele, que se ha hecho una a su medida. Aquella no se ajusta a sus ambiciones. Pertenece a un pasado del cual prescinde. La suya es totalmente nueva. Aquella escapa a su control, mientras que de esta dispone a su antojo.

Los próceres de 1821 declararon la independencia de Centroamérica como una totalidad. Escribieron una Constitución y organizaron un Estado federal donde cabían todos los países de la región. El proyecto fracasó por razones que aquí no vienen a cuento. En consecuencia, El Salvador nace como parte de un todo mayor. Conmemorar la independencia, al margen de Centroamérica, es desconocer la realidad histórica. Un mal comienzo para quien pretende crear un país nuevo, porque el futuro está determinado por el pasado y el presente. No se puede construir futuro sin contar con los condicionamientos existentes.

El interés presidencial no es honrar la tradición de la nación, sino usarla para reforzar el autoritarismo. El sentido literal de la voz “independencia”, no depender de nada ni de nadie, sirve bien a esa finalidad. Una ilusión, porque los entes no están aislados. Las cosas son lo que son porque están en respectividad unas de otras. Bukele imagina que construye un país libre de influencias externas, una empresa imposible en un mundo cada vez más globalizado. Su invento depende de préstamos e inversión extranjera, del comercio exterior, de la moneda estadounidense y de las remesas. Piensa que nadie le puede decir qué hacer, pese a que su futuro inmediato depende de Trump. En tres años, cuando este sea relevado, su posición se debilitará.

Bukele conmemora la independencia de los tratados, los organismos y las obligaciones internacionales, que considera “imposiciones inaceptables”; y de la institucionalidad democrática, un obstáculo perverso. Aun cuando se imagina independiente de la comunidad internacional, le molesta muchísimo sus reclamos y sus críticas. Si fuera tan independiente, tal como alega, estos debieran tenerle sin cuidado. Pero no puede, porque anhela que la comunidad internacional lo reconozca como el creador de un modelo de país inédito. El afán de fama mundial lo mantiene atado al qué dirán.

Las contradicciones son habituales en la retórica presidencial. El subdesarrollo o la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades de la mayoría de la población salvadoreña no son obra de extranjeros entrometidos, sino de las oligarquías, que desde siempre han sabido acomodarse a las circunstancias para acaparar la riqueza nacional. Décadas atrás, Estados Unidos intervino con la connivencia de la oligarquía y los militares. Este es el caso de la Alianza para el Progreso, del consenso de Washington, de la AID, de los agentes de los servicios de inteligencia estadounidenses y de la guerra contrainsurgente. En la actualidad, de la lucha contra el narcotráfico en altamar. Buena parte de los millones de dólares prestados y donados fueron a parar a los bolsillos de quienes colaboraron con los estadounidenses. El responsable no está afuera, sino dentro.

Tampoco se puede sostener con verdad que la independencia de Bukele haya traído prosperidad. La inversión directa extranjera no solo es de las más bajas de la región, sino también tiende a disminuir. El crecimiento económico es lento. El déficit comercial tiende a crecer, dado que el país importa más de lo que exporta. El déficit fiscal y la deuda pública tienden a aumentar. Los servicios sociales tienden a deteriorarse. Ciertamente, a las mayorías no les va mejor con la nueva independencia, donde las oligarquías antiguas y recién llegadas deciden.

El modelo de país inédito, donde el nivel de vida de la mayoría de sus habitantes no aumenta y donde estos viven aterrorizados por los agentes de seguridad, tiene mucho de antiguo. La fuerte presencia militar en el desfile del 15 de septiembre confirma que El Salvador que se dice nuevo no es diferente de la dictadura militar del pasado. Si “la seguridad nos devolvió la paz”, el despliegue de efectivos, armamento y vehículos de combate muestra que el país de Bukele está en pie de guerra, al estilo de las potencias imperialistas, pero ante un enemigo desconocido. En cualquier caso, el nuevo país disfruta del espectáculo, las armas y los uniformados.

La independencia conmemorada no es la de 1821, sino la que inauguró el régimen de excepción. El discurso presidencial recurrió a la de 1821 para legitimar el “nuevo El Salvador”, modelado sin embarazo ni impedimento alguno, no “por nosotros y para nosotros”, sino por y para la familia Bukele. Ahora ellos, los Bukele, son “infinitamente más independientes de lo que jamás” fueron. Dios lo permite porque respeta la libertad de la humanidad. Pero Él tiene la última palabra. Cuando llegue el momento, preguntará, como a Caín, qué has hecho de tu hermano.  Las obras de Bukele, el criterio incuestionable, no son las de un enviado divino con una misión liberadora.

 

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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