Oxfam, la confederación internacional de lucha contra el hambre, dio a conocer su más reciente informe sobre la realidad alimentaria del mundo, titulado "Cultivar un futuro mejor". Podemos resumir el contenido del reporte en tres afirmaciones globales que luego explicaremos: el sistema alimentario mundial está descompuesto; por encima de todo, es el poder el que decide quién come y quién no; y, la tercera, la actual crisis ofrece una oportunidad para construir una nueva prosperidad. Veamos cómo se explica en el documento cada una de estas aseveraciones.
Que el sistema alimentario esté descompuesto significa que el hambre es crónica y persistente; que los precios de los alimentos tienden a subir en espiral (se estima que para 2030 podrían subir entre el 70% y el 90%); que los mercados son manipulados en contra de muchos y a favor de unos pocos; que el cambio climático nos empuja hacia una segunda crisis de precios; que la demanda va en aumento sobre una base de recursos agotados (la proporción de tierra dedicada a la producción de alimentos ha alcanzado su punto máximo). A esto se debe agregar el aumento de conflictos por el agua y el incremento de poblaciones vulnerables a las sequías y las inundaciones. El impacto de todo esto en la población mundial es grave: a inicios de 2011 había 925 millones de personas hambrientas (al menos 53 millones de ellas viven en América Latina y el Caribe); cuando el año termine, el clima extremo y el alza en el precio de los alimentos puede llevarnos de nuevo a la cifra de los mil millones, una cantidad que se alcanzó en 2008.
Surge una pregunta razonable y humana —aunque el sistema alimentario vigente no entiende de razones ni de humanidad—: ¿por qué en un mundo que produce alimentos más que suficientes para todos hay tanta gente (una por cada siete) que pasa hambre? La respuesta a dicha pregunta nos sitúa en el ámbito de las causas. Para algunos, esto se debe a la insuficiente inversión tecnológica (en biotecnología, por ejemplo), al crecimiento desbocado de la población o a la obsesión romántica con la agricultura tradicional. Sin embargo, la causa más profunda se encuentra, según el documento de Oxfam, en el poder de quienes han construido un sistema alimentario por y a favor de una minoría, cuyo principal propósito es producir beneficios; en los insaciables grupos agrícolas de presión de los países ricos, enganchados a dádivas que inclinan los términos comerciales contra los agricultores del mundo empobrecido; élites egoístas que amasan recursos a costa de las poblaciones rurales pobres; inversores que intervienen en los mercados de materias primas como si de casinos se tratase, para quienes los alimentos son simplemente un activo financiero (como las acciones, los bonos o los títulos hipotecarios); enormes empresas del sector agrícola ocultas al público, que funcionan como oligopolios globales, imponiendo las reglas en los mercados sin dar cuentas a nadie. En pocas palabras, es este poder el que decide quién come y quién no.
Pero, para Oxfam, esta injusticia alimentaria no tiene por qué ser definitiva; puede y debe revertirse en una dirección que dé lugar a la cooperación en lugar de la competencia, donde el bienestar de las mayorías se anteponga a los intereses de unos pocos; es decir, establecer un rumbo hacia una nueva prosperidad. Para ello, según el documento, se necesitan tres grandes cambios. En primer lugar, se debe construir una nueva manera de gobernar a escala mundial, para la cual la prioridad máxima sea enfrentar el hambre y reducir la vulnerabilidad mediante la creación de empleo, la adaptación al clima, la reducción del riesgo de desastres y la inversión en protección social. En segundo lugar, se debe forjar un nuevo futuro agrícola, priorizando las necesidades de los productores de alimentos a pequeña escala en los países empobrecidos (los Gobiernos y empresas deben adoptar políticas y prácticas que garanticen el acceso de los agricultores a los recursos naturales, la tecnología y los mercados). Y en tercer lugar, se debe establecer un nuevo futuro ecológico, movilizando la inversión y cambiando el comportamiento de empresas y consumidores, a la vez que dando forma a los acuerdos globales que permitan distribuir los escasos recursos de forma equitativa.
Para los miembros de Oxfam, la lucha por contrarrestar la injusticia alimentaria ya está en marcha: están surgiendo en todo el mundo redes y movimientos por una nueva prosperidad; productores pobres reclaman una parte justa de los presupuestos nacionales y de las cadenas de valor; ONG de desarrollo trabajan en agricultura sostenible; grupos de mujeres reivindican sus derechos sobre los recursos; organizaciones sociales exigen que se respete el derecho a la alimentación. En suma, el informe nos recuerda el clamor de las 925 millones de personas hambrientas que hay ahora mismo en el mundo; esos hombres y mujeres, niños y ancianos, jóvenes y adultos exigen una respuesta técnica y ética del Estado, el mercado y la sociedad civil. Y eso implica, al menos, encargarse de tres retos: la producción sostenible, la equidad en el acceso a los alimentos básicos, y la capacidad y voluntad para superar los intereses creados que están en la raíz del actual sistema alimentario, productor de muerte por hambre.