Instrucciones para construir al enemigo

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Proceso
20/08/2020

Gobernar, dice el diccionario, es mandar, dirigir, guiar, regirse según una norma, regla o idea. En comunicación política se dice que no basta con gobernar, hay que hacer parecer que se gobierna. Para El Salvador, resulta que el ejecutivo actual parece haber decidido hacer un ejercicio matizado de esto: no es necesario gobernar, basta con parecer que se gobierna.

Y para ello, lo más importante es construir un enemigo. Para parecer que se gobierna, pero en realidad no guiar, sino sacar beneficio privado de algo, es importante confeccionar un enemigo que canalice todas las culpas. Queremos gobernar, pero el enemigo no nos deja. Edificar el enemigo es un ejercicio que no puede ser tomado a la ligera. Se debe obrar con mucho tino, mejor aún si se respeta la tradición. También es posible reinventar un poco.

En El Salvador, la tradición del enemigo ha sido utilizada por todos los gobiernos de turno, al menos a partir del 4 de diciembre de 1931, cuando el general Maximiliano Hernández Martínez encontró la ventaja de confeccionar uno a la medida de los miedos del país: el otro es indígena, comunista. En realidad, Hernández Martínez no tuvo que inventar mucho. Ya estaban ahí, a la vuelta del siglo que recién se iniciaba, las declaraciones del intelectual David J. Guzmán (1843-1927) que había señalado de los peligros de nuestra sociedad, de acercarse al indio y al negro y la necesidad de volcarse a lo blanco, prístino y moralmente superior. No hubo que hacer demasiado esfuerzo para construir un enemigo que impedía que El Salvador brillara en su esplendor. Y había que hacer lo que se hace con los enemigos: exterminarlo.

Los gobiernos que siguieron buscaron cimentar mejor esa figura, aunque los rasgos del indígena empezaron a difuminarse, pues cada vez la población era menor y debía esconder su vestimenta, su lenguaje y su cultura toda para no ser blanco de ataques, quedaban siempre los comunistas. Quedaban los comunistas y jóvenes. Los rebeldes. Los hippies. Los estudiantes. Los gobiernos continuaron confeccionando con cuidado sus características. Ese pensamiento que venía de fuera, que no debíamos permitir. Esa necesidad de defender la patria. Y al arribar la década de 1980 fue aún mejor. Esos jóvenes comunistas en realidad eran unos guerrilleros terroristas y había que hacer lo que se hace con los enemigos: exterminarlos.

Pero firmamos la paz, eso trajo algunos inconvenientes. Firmamos la paz con el enemigo. ¿Cómo continuar con su elaboración? ¿Quién podrá hacerse cargo de que este país tenga una situación de desigualdad tan grande? Por suerte, las deportaciones estaban ahí, y los jóvenes también. Ahora usaban tatuajes, rifaban el barrio, parecían unos nuevos guerreros listos para robarnos esa maravillosa promesa de paz. Gracias a una observación atenta y los buenos consejos de preocupados asesores internacionales los nuevos gobiernos reedificaron al enemigo. Era un nuevo terrorista, mataba sin piedad, había aprendido del mal en las cárceles del norte. Se ensañaba con los pobres y había que hacer lo que se hace con los enemigos: exterminarlos.

Dos décadas después y ya entrados en el siglo XXI había que recomponer al enemigo. Pero afianzarse en la tradición parecía complejo. Entonces vino a la luz, como un golpe de suerte, una realidad que imaginábamos pero que ahora el periodismo de investigación había probado. Los gobernantes, los políticos todos habían negociado con los jóvenes, pandilleros, terroristas. Habían jugado con el país entero por sus pequeños y mezquinos intereses. Así se dispuso el nuevo enemigo: los mismos de siempre.

Los mismos de siempre tienen una gran ventaja frente a las construcciones anteriores. No tiene demasiadas características y puede ser llenado por nombres y rostros según la demanda. Por supuesto son los políticos que negociaron con el enemigo previo. Pero también son, según se requiera, todos los políticos, o enemigos anteriores como los pandilleros. El enemigo se puede reconfigurar a demanda: hoy es un académico, mañana la iglesia católica, varias universidades, todos los periodistas, los ignorantes abogados; eso sí, tiene que ser transparente, no hay lugar para matices o escalas de grises. El bien está aquí, el mal está allá. Por eso hay que hacer lo que se hace con los enemigos. Por eso los enemigos son mil veces malditos, por eso debemos hacer patria y matarlos.

Y si la construcción del enemigo funciona, no hay necesidad de gobernar. Ya sabemos que en nombre de la patria, esa invención de hace casi doscientos años, se ha exterminado, se ha asesinado, se ha muerto. Y la culpa es siempre del enemigo. Pero el enemigo no va a derrotarnos. Debemos ser guerreros, después de derrotar la constitución, los jueces, los periodistas, los fiscales, las feministas, los profesores, los empresarios, los mismos de siempre, los malos, los que no piensan como yo, quizá entonces sea necesario hacer gobierno, concertar, guiar, regirse según la norma. Por hoy, lo importante, es seguir las instrucciones.

 

* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 10

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Daniel589889002
21/08/2020
10:38 am
La frase final "Por hoy, lo importante, es seguir las instrucciones.", plantea varias preguntas anudadas: ¿En qué consisten tales instrucciones?, ¿Quién las dicta?, ¿Quién las recibe?, ¿Cómo se reformulan para implementación?, ¿Que requerimientos tiene su puesta en práctica? ¿Cómo se sabe si fueron bien, mal o a medias aplicadas? entre muchas más...
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