Está a punto de iniciar un nuevo Gobierno en El Salvador y con él se abre una buena cantidad de expectativas generadas por las promesas electorales. Entre esas expectativas tenemos la configuración del nuevo gabinete. Son varias las voces que se han escuchado haciendo sus propuestas al presidente electo.
Nosotros no queremos formular una propuesta, pero sí hacer mención de algunos criterios éticos y útiles para que la selección de los nuevos funcionarios no esté dominada por la negociación política, el oportunismo de quien siempre gusta estar con los "ganadores", la apelación de quienes "sudaron" la camiseta del partido y todo tipo de razones de similar índole.
Nuestra idea fuerza es que el perfil de un buen funcionario debe integrar vocación y profesión. Hacer las cosas por vocación implica tener la voluntad y el espíritu de aportar en servicio a la sociedad, con desprendimiento y libertad. La vocación, por tanto, alude a la motivación ética de quien se siente responsable ante los desafíos de la realidad. Ser "responsable" significa estar listo y dispuesto a responder a una necesidad, a un desafío, a un clamor, movido primariamente por el afán de servir.
Pero ese servicio, esa vocación, hay que realizarlo de una manera técnica que no rehúye las exigencias académicas. Precisamente, porque se quiere servir con responsabilidad, hay que estar preparados profesionalmente en las áreas específicas. Cuanto mayores sean los problemas y desafíos, mayor debe ser el compromiso ético y la exigencia técnica.
En este contexto de búsqueda de un gabinete a la altura de los tiempos, bueno es recordar y sacar lecciones de aquella fábula bíblica que se encuentra en el libro de los Jueces, capítulo 9, versos del 6 al 15. Dice la fábula: "Una vez fueron los árboles a elegirse rey, y dijeron al olivo: Sé nuestro rey. Pero dijo el olivo: ¿Y voy a dejar mi aceite, con el que engordan dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron a la higuera: Ven a ser nuestro rey. Pero dijo la higuera: ¿Y voy a dejar mi dulce fruto sabroso, para ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron a la vid: Ven a ser nuestro rey. Pero dijo la vid: ¿Y voy a dejar mi uva, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles? Entonces dijeron a la zarza: Ven a ser nuestro rey. Y les dijo la zarza: Si de veras quieren ungirme rey de ustedes, vengan a cobijarse bajo mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano".
Las tres primeras plantas mencionadas son las más comunes y estimadas en Palestina. El aceite procedente del olivo se usa para honrar a Dios en los sacrificios y a los huéspedes; la higuera es estimada por la dulzura de su fruto; y el vino no sólo alegra el corazón del ser humano, sino también se ofrecía en sacrificio a Dios. La zarza, en cambio, es la más inútil y molesta de todos los arbustos. Su invitación a cobijarse bajo su sombra es ridícula. Pero cuando amenaza con que salga fuego de ella y éste devore los cedros del Líbano, su amenaza es real: tiene poder para destruir.
Una de las lecciones de esta fábula —nuestros oyentes o lectores sacarán las suyas— es que quien más suele ambicionar el puesto de poder no es precisamente el que más sirve ni el que está mejor preparado, sino quien busca privilegios o imponer sus intereses particulares sobre los intereses sociales.
El olivo, la higuera y la vid prefieren seguir sirviendo en aquello que mejor pueden hacer: curar, alimentar, alegrar. La zarza, por el contrario, quiere hacerse servir; y si eso no ocurre, amenaza con destruir.
Aplicando la fábula al tema que hoy nos ocupa, podemos afirmar que, si queremos contrarrestar a estos "asaltadores" del poder, debemos exigir que el perfil de los hombres y mujeres que integren el nuevo gabinete se configure por la unidad entre vocación y profesión. Vocación para servir y profesión para que ese servicio sea eficaz. En pocas palabras, que sean personas creíbles.
Y la credibilidad apunta hacia rasgos muy concretos, tales como coherencia entre las ideas que se predican y la práctica que se ejerce; competencia técnica que hacen a la persona elegible para el cargo; conocimiento crítico de la realidad del país, más allá de las ideologizaciones de temas y personas; conciencia del deber, entendida como la actitud de cuidado con los ciudadanos y con los bienes públicos; capacidad de diálogo, respetando y valorando las opiniones, propuestas y dificultades de los demás; formación permanente, procurando estar al día con los saberes propios de su profesión; honradez con uno mismo y con la realidad, para ser consciente de las posibilidades y límites de lo que se puede hacer a favor de las mayorías; capacidad para valorar los talentos de cada uno de los miembros del equipo con el que se trabaja; apertura a lo nuevo, para poner a producir con creatividad y audacia la propia vocación y profesión, ahora en el marco de los desafíos que plantea el país.
Un gabinete con estas características es lo que podríamos llamar un equipo de Gobierno creíble, condición de posibilidad para empezar a responder a tantas expectativas despertadas en la población salvadoreña.