Todavía lamentábamos la muerte de dos ejemplares cristianos, Miguel Cavada y don Samuel Ruiz, cuando nos llega la triste noticia del fallecimiento de otro teólogo cercano a los pobres y amigo nuestro. José Comblin, uno de los más importantes representantes de la Teología de la Liberación, murió el 27 de marzo a los 88 años en la ciudad brasileña de Simoes Filho, por causas naturales. Comblin, belga de nacimiento, trabajó en América Latina, sobre todo en Brasil, desde 1958; visitó nuestro país en varias ocasiones y tuvo participación en los congresos organizados por el Departamento de Teología de la UCA. En El Salvador se le recuerda con mucho cariño, especialmente en las comunidades eclesiales de base, con las que compartió su experiencia de fe y sus amplios conocimientos bíblicos, teológicos e históricos.
Con su hablar claro, libre y sin rodeos —y por eso a veces incómodo para quienes lo escuchaban—, criticó un Evangelio reducido a religión, y con espíritu profético estableció las diferencias entre ambos. Solía decir: "El Evangelio procede de Dios y, por tanto, no puede cambiar; la religión es creación humana y puede y debe cambiar. Si la religión no cambia, aparece cada vez más como obsoleta, irrelevante, y los pueblos la abandonan. El Evangelio quiere acciones concretas y corporales en la vida individual y social; la religión quiere acciones simbólicas. El Evangelio es renuncia al poder, no lo busca y no lo acepta; la religión busca el poder y el apoyo de los poderes políticos y económicos. El Evangelio da prioridad a los pobres porque Dios les ha revelado su Reino; la religión trata a los pobres con la limosna y todas las formas de asistencialismo. La política de la religión es el acuerdo con las autoridades establecidas; la política del Evangelio es la búsqueda de la justicia y de la fraternidad universal". En pocas palabras, Comblin nos advierte de los peligros que entraña la tendencia, hoy dominante, de convertir el Evangelio en religión, de quedarnos en el culto a Jesús, pero sin seguimiento a él y su proyecto.
Y no cabe duda de que Comblin fue un seguidor ejemplar de Jesús de Nazaret como cristiano, sacerdote y teólogo. Llegó por primera vez a Brasil en 1958 atendiendo la petición que Pío XII dirigió a la Iglesia europea para que enviara misioneros voluntarios a regiones con carencia de sacerdotes. Se estableció inicialmente en Campinas, al interior del estado de Sao Paulo, donde sirvió como profesor y se acercó a la Juventud Obrera Católica, para la que trabajó como asesor. En Sao Paulo, en donde permaneció hasta 1962 antes de viajar a Chile, fue profesor en la Escuela Teológica de los Dominicos, y educó a frailes que se destacarían después como teólogos de la liberación y en la resistencia a la dictadura brasileña; entre ellos, Frei Betto y Frei Tito. Luego de tres años de dar clases en la Facultad de Teología de Chile, regresó a Brasil en 1965 al recibir una invitación de Hélder Cámara, entonces obispo de Recife, para que se desempeñara como profesor en el Instituto de Teología de Recife. Por su compromiso con los pobres, fue blanco del régimen militar brasileño, que ordenó su arresto y deportación en 1971. Vivió durante 8 años como exiliado en Chile, donde ayudó a crear un seminario rural. Sin embargo, tras la publicación de un libro sobre la ideología de la seguridad nacional, fue expulsado por el régimen de Augusto Pinochet en 1978. Además de sus obras teológicas y de los seminarios que ayudó a fundar, Comblin también creó varios movimientos para laicos, como Misioneros del Campo y Misioneros del Medio Popular. Toda una vida dedicada generosamente a la causa del Reinado de Dios y su justicia.
En uno de sus escritos, al preguntarse qué es lo que el cristianismo ofrece para la liberación de la humanidad, nos dice: "En primer lugar, no una doctrina, una concepción de vida o una plan sobre el mundo, sino unos hombres y mujeres concretos reunidos en comunidades. El obrar de las comunidades cristianas en medio del mundo es la contribución de los cristianos a la liberación. Las doctrinas, las ideas, los temas cristianos no hacen más que contribuir a ello en la medida en que representan, animan y estimulan la acción de las comunidades". Para Comblin, la comunidad representa al hombre y mujer nuevos frente a todos los individualismos y totalitarismos sociales, tanto si son eclesiásticos como si son civiles o militares. La comunidad es la verdadera superación de las relaciones de dominación. Por tanto, lo que hace a una comunidad no es ni una organización, ni un reglamento, ni la sumisión a una autoridad, ni unos bienes determinados o buscados de común acuerdo. La comunidad existe en el compromiso vivido de cada uno de sus miembros, una vida común que es participación de todos en los mismos bienes. Esta práctica, tan propia del Evangelio y de las comunidades eclesiales de base, la expresó gráficamente Rutilio Grande: "El mundo material es para todos sin fronteras. Luego, una mesa común con manteles largos para todos, como esta eucaristía. Cada uno con su taburete. Y que para todos llegue la mesa, el mantel y el conqué". Este fue el sueño del padre Comblin, y a su servicio puso su talento teológico, su trabajo pastoral y su solidaridad constante con los pueblos latinoamericanos. Físicamente ha desaparecido, pero su legado seguirá presente en la teología, en la espiritualidad laical, y sobre todo, en la vida de las comunidades cristianas de nuestro continente. Seguirá siendo Evangelio, esto es, buena noticia para los pobres e interpelación para los poderes del capital, de la política o de la religión.