Una de las novedades más llamativas del Gobierno actual es que ha forzado a una buena parte de la población a enterarse de la coyuntura del país por medio de Twitter. Nayib no es el único gobernante que lo hace, pero podríamos pensar que junto con Trump, cada uno en un extremo del poder político mundial y de la extensión territorial, se han convertido en los dos exponentes más claros no tanto de gobernar por Twitter, sino de forzar a que asuntos coyunturales, e incluso estructurales, sean tratados preferentemente por este medio digital. Ambos presidentes, ligados al mundo de la publicidad, muestran así su tendencia al mensaje breve, cargado de propaganda y con alto impacto verbal. Sin embargo también muestran su debilidad y poca eficiencia a la hora de gobernar con base en proyectos nacionales claros, afincados en la legalidad, y con estructuras adecuadas de diálogo y debate democrático.
Decisiones que requieren estudio, debate serio y reflexión colectiva han sido manejadas desde el poder Ejecutivo con un grado alto de personalismo y una negativa intensa a dialogar frente a la crítica, por muy apoyada que esta estuviera en razones, leyes, o experiencias. Ya antes de que la pandemia incidiera con una trágica fuerza en el país, las decisiones se tomaban en Twitter, probablemente para producir la ilusión del cambio con la publicidad e inmediatez de la orden. El ejemplo clásico fue el tuit que ordenó borrar el nombre de Domingo Monterrosa del muro de la Tercera Brigada de Infantería en San Miguel. Aunque el nombre se borró y despertó emociones positivas, la realidad posterior dejó muy clara la falta de disposición para abrir los archivos militares y contribuir así al establecimiento de la verdad en casos como la masacre del Mozote y otros, fundamentales para abrir un verdadero proceso de justicia y reconciliación en la historia salvadoreña. Hasta el presente, el Twitter y la coyuntura salvadoreña no han logrado caminar a un ritmo al menos semejante.
La amenaza de la covid-19 y el creciente peso y presencia de la pandemia en El Salvador aumentaron el personalismo en el campo de las decisiones políticas y multiplicó la presencia del presidente en Twitter a la hora de dar explicaciones o atacar a quienes mostraban desacuerdos con decisiones o modos de actuar gubernamentales. Un ejército de troles y de funcionarios se sumaron rápidamente a esa especie de mercado de la opinión en la que se ha convertido esa red digital. Quien no cultiva la razón y la ciencia, decía Platón en la República “no seguirá el camino de la convicción por argumentos para llegar a los fines que se proponga”. Al contrario, “empleará en todas las ocasiones la fuerza y la violencia” para alcanzar sus fines. Twitter ofrece la oportunidad de que la fuerza de la propaganda y la violencia verbal se enseñoreen de la coyuntura, al menos momentáneamente.
Pero precisamente por su debilidad racional y su dependencia de la clase media, Twitter termina siendo un instrumento débil de Gobierno. En la evaluación de los seis primeros meses del período presidencial de Nayib Bukele, el Instituto de Opinión Pública de la UCA (Iudop) había mostrado la muy alta y bien conservada popularidad del mandatario. Seis meses después, en una nueva encuesta que otorga resultados positivos a la gestión del poder ejecutivo, se observa un claro descenso de la popularidad y aceptación del Gobierno en aproximadamente 20 puntos sobre los más de 90 de la encuesta anterior. Los tuits cambiaron inmediatamente de signo y la que anteriormente era una fuente seria y confiable (el Iudop) se convertía ahora en vocera del instrumento político-social de la empresa privada que todos conocemos como ANEP. Este intento de corregir la coyuntura nacional a golpe de tuits ejecutivos es la que conduce a la debilitación del propio Gobierno, aunque en el caso de la encuesta no pueda decirse que es una tragedia, dado el alto grado de aceptación que aún mantiene el Gobierno.
Para un pensamiento racional, y después de tanto problema, desorganización y muerte durante la gestión de la pandemia hasta el presente, se podría decir que el costo ha sido relativamente pequeño para el Gobierno. Pero muy probablemente es más grave de lo que parece. El Ejecutivo está perdiendo su guerra en Twitter, por su forma errática, propagandística e insultante. Y perder la guerra en esa red, dominada fundamentalmente por la clase media, significa también un claro alejamiento de este sector respecto a Nuevas Ideas. Y perder a la clase media nunca es bueno electoralmente, pues este sector suele ser el que más influye, en el mediano y largo plazo, en el imaginario político ciudadano. Como la propaganda bien hecha, un tuit puede deslumbrar al ciudadano. Pero con el paso del tiempo la racionalidad se impone.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 8