En nuestras tierras, el exceso de agresividad choca siempre con el deseo mayoritario de vivir en paz. Y en este proceso eleccionario parece que podemos comprobarlo. En la primera vuelta, Arena brilló por su agresividad, considerando negativo casi todo lo hecho por el Gobierno de Funes, mientras que el FMLN se mostró dialogante, cercano y conciliador. Resultado: Arena perdió estrepitosamente. En la segunda vuelta, lo que más brilló fue la agresividad del presidente Funes, mientras que Arena prometía el oro y el moro en un tono mucho más amigable. Y aunque ganó el FMLN, Arena estuvo cerca de saborear el triunfo. Incluso en algún momento del conteo estuvo por delante. Ahora, de nuevo, Arena ha optado por la agresividad, usando un lenguaje guerrero, que en alguno de sus jóvenes se acerca en ocasiones al escuadronero. Mientras el FMLN ofrece diálogo, Arena se empeña en mantener un lenguaje agresivo de todo o nada. Y una vez más, está empezando a cansar a la población.
Si la ONU, la OEA, los observadores de la UE, la ciudadanía y la sociedad civil que a lo largo de nuestra historia ha dado muestras de imparcialidad los hubieran apoyado, podríamos creer en los alegatos areneros. Pero es evidente que están solos ante las opiniones más connotadas por su imparcialidad. Y el problema es que Arena no ha dado muchas muestras de imparcialidad en su historia, y mucho menos cuando se tocan sus intereses. Su lenguaje se parece al de las dictaduras que cuando se sienten atacadas y aisladas, tienden a decir que hay una conspiración internacional contra ellas. Este escenario no es nuevo en El Salvador. Por ejemplo, cuando la Comisión de la Verdad dijo que la parte gubernamental estaba mucho más implicada en violaciones de derechos humanos que el FMLN, Arena se dedicó a denigrar a los miembros de la Comisión, instancia que el mismo partido había aceptado previamente. En el Caso Jesuitas, no solo defendió a los implicados en el asesinato, sino que los condecoró y subió de rango. Lo que no era de su gusto no existía o, si se hacía público, era parte de una conspiración malvada en su contra. Aunque este tono comenzó a cambiar con Antonio Saca, parece haber resucitado bajo la batuta Quijano-Velado.
Arena debería reflexionar. Cuando se ha mostrado colaborador con la gente, tiene mejores resultados que cuando actúa con ese estilo brusco y autoritario, que desprecia o ataca a cualquiera que no piense como ellos. Decir que el testigo de la supuesta salida de presos para votar se presentó enmascarado para que los guerrilleros no lo fueran a matar después, no es más que un modo de mentir, sembrar tensión y querer disimular con lo ilógico esa especie de show mediático que montaron. Para ser creíble, el tal testigo debió presentarse en la Fiscalía a cara descubierta para denunciar el presunto hecho y para que el fiscal adscrito al caso lo investigara. Y si quiere dar declaraciones a la prensa, la cara descubierta también es lo mejor. Hablar de matar testigos, como acostumbraba a hacer la derecha del país durante la guerra, y que lo diga un miembro del Coena a través de Twitter, no le da en absoluto credibilidad a Arena.
El Salvador necesita una derecha sana. Los mismos dirigentes actuales de Arena decían durante la campaña de la segunda vuelta que ellos son la nueva derecha del país. Pero una derecha agresiva, poco dialogante, que ve enemigos en todas partes, no es nueva ni deseable para nuestro desarrollo. Como tampoco lo sería una izquierda prepotente y cerrada al diálogo. Querer forzar artificialmente un ambiente de confrontación semejante al de Venezuela no es válido ni ético. Y quienes lo hacen corren el riesgo de, ante la agresividad tensa y autoalimentada, cansar a la opinión pública y que el propio partido termine esclerotizándose como una derecha marchita o forzado a desbancar a los que ahora tensan esta situación. Caer en la trampa del presidente saliente, excesivamente agresivo en los últimos tiempos, no les ayuda.
El Salvador necesita diálogo. Y las nuevas autoridades se muestran abiertas a dialogar. El discurso del "yo o el caos", que parece propiciar esta sedicente nueva derecha, no nos conduce a ninguna parte. Y es además una especie de misión imposible ante una mayoría que lo que quiere y desea es que se resuelvan sus problemas y no que aumenten a través de tensiones en buena parte artificiales. Arena puede aprender de su derrota. Le fue bien apoyando a la gente en sus necesidades; por ejemplo, en la de renovar el DUI. Hay un camino de servicio que es el que convence a la gente. El camino del grito y del puño levantado no convence a nadie. El FMLN ha comenzado a ganar elecciones; esta es la segunda desde que dejó de amenazar y gritar. Ahora insiste mucho más que en el pasado en la necesidad de diálogo. Algunos de sus ministros han sido un ejemplo de comportamiento equilibrado, dialogante y abierto. Moderarnos todos y acostumbrarnos a vivir en la pluralidad de opiniones, en el respeto a las instituciones y en la búsqueda de soluciones dialogadas es lo que puede hacer que la derecha y la izquierda contribuyan, juntas, en temas estructurales, al desarrollo del país. La agresividad solo conduce al fracaso.