La política comercial del actual Gobierno no ha cambiado en relación a la de los anteriores. Comparte con ellos la falta de políticas sectoriales (para la industria y la agroindustria) que busquen, por una parte, la integración vertical y horizontal de las diferentes cadenas de valor a través de una innovación tecnológica; y por otra, la seguridad y —sobre todo— la soberanía alimentarias. La política comercial de apertura y la falta de políticas de apoyo sectorial han reforzado la tendencia al aumento del déficit comercial en detrimento de la producción nacional, debido al rezago competitivo, a la mayor vulnerabilidad ante la inestabilidad económica mundial y a la concentración de los riesgos en términos de dependencia internacional.
Para un país pequeño, tomador de precios de los principales commodities internacionales, atrasado en términos tecnológicos y de procesos, con una competitividad internacional basada en bajos salarios y con un mercado interno estrecho (sobre todo, en términos de ingreso), la lógica económica básica indica adoptar un manejo flexible del tipo de cambio para amortiguar los choques externos y ejecutar una política comercial que no abra demasiado las fronteras y empresas a la competencia de corporaciones transnacionales o internacionales con avances tecnológicos de primera línea.
Si un país como el descrito fija el tipo de cambio y abre sus fronteras al comercio internacional unilateralmente o a regiones y países más avanzados, lo más seguro es que el intercambio comercial le sea desfavorable, incurriendo en una creciente balanza comercial deficitaria. Este resultado adverso en materia de comercio exterior responde a dos razones. Primero, a la competitividad de precios, porque esta se verá rápidamente deteriorada por la diferencia de precios internacionales sin que se pueda hacer algo al respecto; y segundo, a la falta de herramientas y fundamentos económicos sólidos que permitan competir con base en una mejora de la calidad o en innovaciones tecnológicas.
Además, en El Salvador, la fuerza laboral evidencia escasa capacidad de realizar trabajo complejo y el empresariado gerencia, con deficiencia, sectores productivos en su mayoría atrasados y poco relacionados entre sí. Es decir, el nivel de desarrollo de nuestras fuerzas productivas está rezagado en relación al de las fuerzas productivas mundiales.
Tales condiciones se traducen en una situación de escasa capacidad de independencia frente a la economía global, con lo cual resulta ilusorio pensar —y, peor aún, creer— que somos una nación independiente, aun cuando este mes celebremos 192 años de independencia patria. Sin duda, la independencia y la autonomía económica son claves para consolidar una soberanía nacional. Sobran ejemplos que ilustran cómo los acreedores internacionales "deciden" cuáles son las mejores políticas económicas para un país. Mediáticamente, aparecen nombres como la "troika", conformada por organismos que ayudan a los países a salir airosos de sus deudas. En el caso particular de Grecia, la troika incluye al Fondo Monetario Internacional, a la Comisión Europea y al Banco Central Europeo.
Menuda independencia la que se adquiere al no lograr consolidar un flujo adecuado de divisas a causa de un sector productivo en extremo deficiente y falto de competitividad (en todas sus ramas), así como por una apertura comercial excesiva, sobre todo en un país que necesita de la principal moneda de cambio internacional, el dólar estadounidense. La vulnerabilidad y dependencia se acentúan porque carecemos de una política fiscal consolidada que desempeñe un rol anticíclico o pueda amortiguar los efectos de un golpe externo fuera de control. Si a esto sumamos la escasez de recursos naturales y la falta de mano de obra calificada, la capacidad de autonomía y autodeterminación —al menos, en términos económicos— es ilusoria, y depende más bien de cuán permisivos o duros se presenten nuestros acreedores a la hora de honrar las deudas.
Asimismo, El Salvador padece de vulnerabilidad externa por varias razones de orden estructural. Lamentablemente, la política económica (cambiaria, monetaria, fiscal y comercial) ha incrementado la dependencia económica. En la actualidad, de nuevo se escuchan presiones para lograr acceso a dineros como los del Fomilenio II, de parte del Gobierno de Estados Unidos. Estos países "amigos" no tienen problema en opinar y, menos aún, convencer a la opinión pública y a los tomadores de decisión locales acerca de la legitimidad de sus planteamientos.
En resumen, a pesar de que el desempeño de la economía salvadoreña presenta sobradas evidencias de los efectos contraproducentes de las políticas implementadas (tal como la enajenación de los bienes públicos o estratégicos de la nación en el marco de la privatización), se reiteran los discursos proclives a la profundización de la dependencia y vulnerabilidad externa. Ojalá que este mes de la independencia nos permita reflexionar y nos mueva a exigir cambios para la autodeterminación de nuestro pueblo. Y ojalá que al alcanzar los dos siglos de independencia de la corona española, hayamos logrado enderezar el rumbo y caminar hacia una verdadera independencia.