A partir de este 1 de junio, El Salvador inicia un ciclo político de signo distinto. En su discurso de investidura, el nuevo presidente, Mauricio Funes, lanzó fuertes críticas hacia las gestiones previas de Arena, señaló su modelo a seguir y anunció algunas medidas a implementar durante su gobierno.
Sobre las críticas, vale decir que la pobreza, el desempleo crónico, la falta de acceso a servicios básicos como salud y educación para las mayorías o los precarios servicios recibidos por unos cuantos, la corrupción en el manejo de la cosa pública, la negación de justicia hacia las víctimas, la impunidad histórica, entre otros graves problemas nacionales, son el resultado de las gestiones del partido saliente.
Si bien tales desigualdades sociales y económicas tienen raíces históricas, ciertamente fueron profundizadas por las decisiones de Arena. Ahora bien, no hay que perder de vista que el resto de partidos, incluido el FMLN, también ha tenido su cuota de responsabilidad en ese estado de cosas, aunque, claro, no en los mismos niveles ni ámbitos.
Además de críticas hacia las gestiones previas, el Presidente también señaló en su discurso la figura del mandatario brasileño Luiz Inácio Lula da Silva como un modelo a seguir en términos de política social.
Contrario a las expectativas de algunas bases del partido y de algunos sectores de la derecha, el nombre de Hugo Chávez no figuró en el discurso inaugural. Esta omisión podría ser parte del llamado que hiciera Funes a la unidad de la sociedad salvadoreña y a la construcción de un diálogo incluyente.
En términos de propuestas, el nuevo mandatario señaló la generación de empleos temporales como una medida para paliar la crisis económica. Si bien falta conocer con más detalle tales intenciones, es necesario indicar que esta medida podría resolver de manera momentánea tal situación, pero carecería de sostenibilidad en el tiempo, sobre todo en el marco de crisis internacional y el deterioro de las finanzas públicas.
Rescatable del discurso de Funes es la actitud crítica que da origen a sus señalamientos. Una cualidad que no deberá perder a lo largo de su gestión, pues solo así podrá impulsar los cambios anunciados y cumplir con las altas expectativas de la población hacia su gobierno. De lo contrario, si el poder nubla la mirada y dificulta la racionalidad crítica de Funes, la sociedad salvadoreña será, una vez más, la gran perdedora, por más esperanzas que haya depositado en la idea del cambio.
En ese sentido, es necesario subrayar que este cambio en el país debe servir no para regocijo ciego ni para triunfalismos ideológicos; no debe dar pie a equivocaciones. Parafraseando al mismo Funes, frente a esta nueva etapa política, la ciudadanía es la que no puede equivocarse: debe permanecer en actitud crítica hacia el Gobierno.
Racionalidad, centralidad de las víctimas y los más necesitados, creatividad y actitud crítica son las bases fundamentales de un cambio real; bases que deben ser potenciadas, construidas y vigiladas por la ciudadanía. La esperanza reside en las y los salvadoreños, y no puede considerarse patrimonio de un partido político ni de un Gobierno.