La hora de la igualdad

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No hace mucho, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) publicó un informe titulado La hora de la igualdad. En este se constatan, una vez más, las graves desigualdades que se dan en nuestra Latinoamérica. Somos la región con mayores desigualdades en el mundo, con raíces profundas de discriminación étnica, social y de género. La tendencia a clasificar personas como superiores o inferiores sigue terriblemente presente entre nosotros. A pesar de los esfuerzos que muchos y muchas han realizado, y que incluso han sido de algún modo acuerpados por el actual Gobierno, sigue habiendo una intensa marginación de los débiles y de los pobres. La "aporofobia", mezcla de miedo, rechazo, marginación y desconfianza frente a los pobres, mantiene una fuerte presencia entre nosotros.

Frente a ello, este excelente documento insiste en la hora de la igualdad; en otras palabras, en impulsar la igualdad real entre los que somos ciudadanos de un mismo país. Igualdad que exige más democracia y oportunidades reales para todos y todas. La desigualdad económica en el ingreso no va a ceder mientras las diferencias en la PAES sean de más de cuatro puntos entre los colegios de tradición religiosa, generalmente de clase media, y el promedio nacional. Y esa desigualdad se monta sobre otra desigualdad todavía de mayores dimensiones: un 60% de nuestros jóvenes queda excluido de la secundaria.

Lo mismo podríamos decir sobre la salud, donde las diferencias son escandalosas entre el gasto público y el gasto privado, la atención a los pobres es deficiente y la falta de medicamentos crónica. Desigualdad en el régimen de pensiones, que excluye a la mayoría de la población. Déficit habitacional de medio millón de viviendas dignas, que habla de que aproximadamente la mitad de la población vive hacinada o en malas condiciones de seguridad de la construcción. Eso sin contar a las personas que no tienen vivienda propia ni fáciles condiciones de acceso a la misma.

Esta realidad no sólo es nuestra, sino general, de América Latina. Pero incluso en nuestra región latinoamericana no es raro ver a nuestro país en la cola del desarrollo social. De modo que si para América Latina ha llegado la hora de la igualdad, con mayor razón podemos decir que debe llegar para nosotros.

En ese contexto, es evidente que el Estado debe jugar un importante papel. Nuestro Estado se carga en exceso de burocracia y mala distribución de recursos para algunas cosas, y al mismo tiempo es débil y pequeño para otras, especialmente las que tocan a la protección social universal. Gasta demasiado en burocracia e invierte poco en desarrollo social. La CEPAL recomienda que el Estado sea un factor importante en la promoción de la productividad, en la articulación adecuada del territorio, en la producción de bienes públicos y de protección social con una clara dimensión redistributiva en favor de los que están excluidos o marginados del desarrollo.

Al final se vuelve a un tema clave: no habrá un liderazgo adecuado del Estado sin una reforma fiscal con mayor impacto distributivo. El mercado es insuficiente para reducir las enormes brechas existentes. Sacrificar ahora algunas ganancias para incluso fortalecer el mercado mediante una mayor capacidad adquisitiva de la población es una condición sin la cual el desarrollo no llegará. Y si no llega el desarrollo, la cohesión social seguirá deteriorándose, la violencia aumentando y los conflictos internos serán más agudos con el paso del tiempo. Las leyes no arreglarán los problemas si no invertimos más en solucionarlos. Nuestra propia vulnerabilidad, mientras no tengamos servicios universales de protección social, impondrá grandes frenazos al desarrollo cada vez que una tormenta fuerte, un terremoto o una epidemia nos golpee.

Algunos críticos han dicho que la CEPAL está volviendo a un estatismo fracasado. Lo cierto es que el mercado por sí mismo no ha logrado gran cosa en el campo del desarrollo humano justo; y que el Estado ha fracasado porque ha sido demasiado débil, demasiado dependiente de los dueños del mercado y demasiado corrupto. Ante este doble fracaso, del mercado y del Estado, el campo está abierto para el debate. En El Salvador hay ricos generosos, pero no lo son la mayoría. El Estado, aun con sus programas sociales, continúa hasta ahora reproduciendo la desigualdad. El cambio de línea es necesario si queremos una sociedad diferente en todos los órdenes. Mayor generosidad y, en algunos casos, mayor sacrificio son indispensables para lograr el desarrollo y salir del estancamiento en el que nos hallamos. Con razón Benedicto XVI afirma: "Las estructuras justas son, como he dicho, una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal".

La solución no puede ser autoritaria, porque en esto del desarrollo social se necesitan consensos. Nadie es generoso a la fuerza. Mercado y Estado deben buscar la manera de coincidir y encontrar una relación ganar-ganar que no sea excluyente y que no favorezca preferencialmente a ricos sin conciencia y a burócratas corruptos o socialmente insensibles. La búsqueda de un pacto social, que incluya una mejor redistribución del ingreso, es indispensable, y hay que buscarlo con rapidez si queremos un país mejor. Ojalá que ese instrumento que se llama Consejo Económico y Social despierte la generosidad y la capacidad de diálogo entre todos los que en él participan, y se convierta en un camino hacia dicho pacto.

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