La renuncia de Manuel Sevilla, ahora ex ministro de Agricultura, nos ha dejado una buena serie de lecciones. En los últimos 20 años, es la primera vez que vemos dimitir a un ministro por motivos éticos. Y tal vez con ese dato debamos comenzar nuestra reflexión. Porque es evidente que a lo largo de estas dos décadas de historia política de El Salvador ha habido frecuentes situaciones en los Gobiernos pasados reñidas con la ética. Ha habido, ciertamente, ministros que han renunciado. Otros han hablado después de ser dimitidos. Pero ninguno se ha animado a plantear con claridad y públicamente su visión ética como motivo para presentar directamente su dimisión. La selección de gente independiente, libre y que no pertenece a grupos o castas tiene su cierto peligro para los políticos que toman la verdad como traición. Pero para los ciudadanos es un paso adelante. En el pasado, la derecha de este país cerraba filas frente a cualquier desastre, acto de corrupción o de autoritarismo antidemocrático de las autoridades, simple y sencillamente, por defender su aparente estabilidad y permanencia en el poder. Personas como Manuel Sevilla nos ayudan a caer en la cuenta de que la ética está por encima de los intereses políticos. Y, en ese sentido, que la democracia es posible.
Durante muchos años nos hemos estado quejando de los apaños y maniobras de los políticos, los pactos a espaldas del pueblo salvadoreño, los acuerdos unánimes cuando se trata de subirse el salario o regalarse a sí mismos computadoras. Ver a alguien que no tiene miedo a las venganzas del poder es refrescante en el ámbito político. Como es positivo que haya desde el propio partido en el Gobierno gente que sale en defensa del ex ministro.
Esta renuncia nos recuerda también la importancia de la trasparencia. La ley de acceso a la información pública debe aprobarse cuanto antes. La política se ha manejado en nuestro país con demasiados intereses ocultos. Y han sido fundamentalmente los intereses de la derecha los que han querido que la política sea impermeable al conocimiento ciudadano. Por eso resultan escandalosos los lamentos de algunos políticos de izquierda que se quejan de que después de 20 años de aguantar la falta de trasparencia se les esté pidiendo ahora a ellos que se den prisa en aceptar una ley de este tenor. Y decimos que es escandalosa esa posición porque debía ser la izquierda, sin necesidad de que nadie la presione, la que se diera prisa por trasparentar desde las cuentas confidenciales de la presidencia de la República hasta las declaraciones de renta de todos los políticos en puestos públicos. La ética comienza por la trasparencia. Y la política no puede ser nunca una fuente de prerrogativas, sino motivo de mayores responsabilidades abiertas a la mirada del ciudadano.
Y finalmente los ataques. Es lógico que cuando alguien renuncia mencionando irregularidades donde no debía haberlas, quienes permanecen en el poder traten de quitarle hierro a las denuncias. Pero lo que no es justo es dedicarse a desprestigiar a la persona que dimite denunciando. Al contrario, los políticos responsables deben pedir detalles y pruebas de las acusaciones en vez de escudarse en ataques al que queda en posición débil una vez presentada la renuncia.
Es cierto que algunos de los ataques de políticos al ex ministro dan risa. Que algunos diputados del PCN se presenten en público como vírgenes inocentes que jamás han tocado el erario público en beneficio propio, fomenta la carcajada. Los miembros de GANA, por su parte, nos muestran también otros aspectos de la mascarada política. Insultados permanentemente por la propia derecha y acusados sistemáticamente de traición, aparecen ahora atacando a un hombre honesto sin que la propia derecha que tanto les ha embestido se preocupe del asunto. Un gesto más de hipocresía de la derecha criolla que sólo saca en público la careta ética cuando conviene a sus intereses. Dejar solo al honesto y honrado en dificultad, cuando es libre, coherente y no manipulable, ha sido una vieja costumbre de la derecha.
Sin embargo, es más lamentable que las críticas extemporáneas y directas vengan de personas que se supone de altura. En política, se pueden comprender las reacciones inmediatas, pero cuando son violentas o agresivas, despectivas o con muestras de relativa prepotencia, pueden causar el efecto contrario al que se pretende. Manuel Sevilla ha sido un hombre recto y honrado, no depende de la política para autorrealizarse; y si aceptó puestos públicos fue desde una actitud de servicio, y no de lucro o interés personal. No ha sido nunca, además, una persona mentirosa. Podrá haber organizado mejor o peor el reparto de la semilla mejorada. Pero de que ha tratado de hacerlo mejor que sus antecesores, de un modo más limpio y menos contaminado de intereses políticos, estamos seguros quienes lo conocemos. En ese contexto, ante quienes lo atacan será muy fácil que muchos pensemos que el honesto es Manuel Sevilla; y los deshonestos, los atacantes. Por eso, lo repetimos, ante sus denuncias es mejor reflexionar que atacar. Mejor dialogar y preguntar que financiar campos pagados para desacreditarle.