En la ciencia política contemporánea se habla de los vínculos que partidos y líderes políticos establecen con sus electores. Suelen distinguirse tres tipos de vínculos: programáticos o ideológicos, clientelares y personalistas. Lo usual es que los partidos y líderes utilicen una estrategia de vinculación que combina estos tres tipos. Alguno puede pesar más que los otros, según sea el nivel nacional, departamental o municipal en el que se establezca la vinculación. La estrategia que se adopte tiene consecuencias no solo electorales, sino también en el tipo de políticas públicas que se implementan. Tan es así que en la literatura científica se postula que los gobiernos responsables tienen como base una vinculación programática: responden ante la ciudadanía por el cumplimiento de las promesas de políticas públicas hechas durante las campañas electorales.
La vinculación clientelar se basa en el intercambio de beneficios particulares por lealtad. Los partidos y líderes reparten bienes (empleo, dinero, víveres, materiales de construcción, ropa, insumos agrícolas, recomendaciones, etc.) a cambio del voto de sus seguidores o de la realización de diversas tareas para los partidos y líderes. Esta vinculación supone la existencia de una red clientelar de carácter local para asegurar tanto la distribución de los bienes como la conducta de lealtad esperada. En tiempos de elecciones, el voto partidista es expresión de esa lealtad. La implementación de políticas de corte asistencialista desde el gobierno nacional o local resultan idóneas para reproducir este tipo de vinculación.
Por otra parte, la vinculación personalista se basa en las características de las personas líderes y de la atribución de algún carisma por parte de sus seguidores. Este tipo de vinculación tiene una dimensión afectiva-emocional muy fuerte. Los componentes irracionales predominan, y una comunicación política dirigida al sistema límbico de las personas es fundamental. Bajo esta estrategia de vinculación se exacerban las cualidades del líder, o incluso del partido, y se denigra a los adversarios para alimentar el sentimiento ciudadano de rechazo y aversión hacia ellos. Las acciones de política simbólica pueden llegar a ser más importantes que las acciones de política sustantiva. Se privilegian las sensaciones antes que la racionalidad de la acción de gobierno.
En algunos análisis hechos sobre la política partidista salvadoreña se ha postulado que los partidos Arena y FMLN privilegiaron la vinculación programática o ideológica desde sus orígenes. Bajo una autodefinición anticomunista del primero y socialista el segundo, ambos contaron con una especie de cemento ideológico para movilizar a sus simpatizantes y militantes, primero durante el conflicto armado de la década de 1980 y luego en el período posautoritario de 1994 a 2018. Sin embargo, la vinculación programática no fue suficiente y aprovecharon sus redes clientelares, las políticas asistencialistas cuando fueron gobierno nacional o en los municipios, para acumular fuerza electoral hasta convertirse en los dos partidos predominantes dentro de un espectro multipartidista.
Las cosas comenzaron a cambiar en 2018 cuando ambos partidos perdieron una importante cuota de electores. Un sentimiento de rechazo y de hartazgo estaba desarrollándose en contra de Arena y del FMLN, en parte porque las políticas que implementaban no satisfacían las dos principales demandas ciudadanas: seguridad y una economía familiar favorable. De aquel sentimiento se aprovechó el actual presidente y mediante una exitosa estrategia de comunicación política logró vincularse afectiva-emocionalmente con la mayoría de los electores, quienes le dieron el gane en las elecciones de 2019 y la mayoría legislativa en 2021.
Nuevas Ideas no es un partido programático. Que los vínculos con sus electores no sean programáticos no es el mejor rasgo para constituir una administración responsable. De hecho, las reservas de información que su Gobierno practica van en contra de las mejores condiciones para rendir cuentas. En tales condiciones, su fuerza política es fundamentalmente afectiva-emocional, aunque soportada en parte por redes clientelares. En esto se parece mucho a los partidos tradicionales Arena y FMLN, incluyendo también al PCN y GANA. Pero mantener una vinculación clientelar en el tiempo tiene costos que han de ser sufragados o bien por financistas privados, o bien por las arcas del Estado.
Quienes se oponen a la actual administración y no encuentran alternativa partidista que pueda convertirse en gobierno responsable han de trabajar en la construcción de vínculos programáticos entre una nueva alternativa política y su base social. Aquí es donde encaja todo un programa de democratización del régimen político, de hacer vigentes las garantías constitucionales, de edificar todo un sistema de pesos y contrapesos eficaz para que ningún funcionario público abuse de su autoridad. También será necesario proponer políticas públicas con enfoque de derechos humanos para que cada vez más salvadoreños gocen de educación, salud, vivienda, empleo y servicios dignos. Pero también será necesario un programa de reestructuración de la economía para hacer que esta funcione a favor de los sectores populares y proporcione oportunidades a los empresarios, especialmente los pequeños y medianos
Ahora bien, contar con una plataforma programática que ha de ser elaborada de manera participativa con aquellos sectores económicos y sociales que se vinculen con la alternativa política no será suficiente para ganar elecciones. Siendo importante para constituir gobiernos responsables, no basta para vincular a una mayoría electoral que, hoy por hoy, se mueve más sobre la base de afectos y emociones. Aquí es importante tener claro que, en tanto alternativa, lo ha de ser respecto a los partidos tradicionales (aquellos sobre los que cae el rechazo generalizado de la sociedad) y al partido de gobierno y sus aliados.
Si el Gobierno de Bukele fracasa en dar solución definitiva al problema de la seguridad pública sobre la base del desempeño institucional, el respeto a los derechos humanos —especialmente de las víctimas del Estado y de los grupos delincuenciales— y la mejora de las condiciones de vida de los hogares salvadoreños, se abrirá una ventana de oportunidad afectiva-emocional para el desarrollo de una alternativa política programática. Por de pronto, lo que hace falta es la constitución del sujeto que se hará cargo y cargará con esa tarea en condiciones muy probablemente adversas.
* Álvaro Artiga González, docente del Departamento de Sociología y Ciencias Políticas.