Todos nos alegramos cuando vemos jugar a la selección de fútbol de playa. Le echan ganas, con valor, y representan al pueblo sufrido de El Salvador; han salido adelante por méritos propios, sin que el Estado, los políticos y todos los que se llenan la boca diciendo que son servidores públicos hayan hecho nada a su favor, al menos antes de que tuvieran éxito. Pero no solo son expresión del valor de nuestro pueblo, sino que, viéndolos al lado de la selección de fútbol profesional, se convierten en una especie de parábola de nuestro país. En efecto, los del fútbol playa son los pobres, los que nunca gozaron del favor de ricos y poderosos, ni de políticos o de los medios. Nadie contrató técnicos extranjeros para ellos ni los incluyó en el Presupuesto nacional. Aprendieron a jugar en la playa, cuando volvían de pescar y de ganarse el sustento duramente. Vivían en pobreza y hoy siguen viviendo en austeridad. Pero traen triunfos, alegría y honestidad al país. Los jugadores de fútbol profesional, por su parte, son los seleccionados, los que tienen himnos y cantos a su favor, los que ganan dinero, los ricos del fútbol, dentro de lo que cabe en un país de recursos escasos como el nuestro. Y lo que traen al país son derrotas y amaños, trampa y mentira. Por supuesto, no todos son así ni lo han sido en el pasado. Pero en estos días han mostrado un rostro donde el individualismo egoísta está por encima de los sentimientos hondos de la familia salvadoreña. A una afición generosa, que fácilmente se encariña y se contenta con ellos, le devuelven disgustos, amaños, mentiras y desdén.
Pasa en el fútbol, pasa en la realidad. Los emigrantes a Estados Unidos son generalmente pobres; en definitiva, expulsados de El Salvador por la pobreza, la violencia, la falta de trabajo. Maltratados en su propia tierra, no pagan mal por mal. Al contrario, envían remesas y hacen posible la sobrevivencia. En la práctica, su ayuda es más importante que la inversión social del Estado; son ellos la verdadera seguridad social de la mayoría de nuestra gente. En 2012, las remesas sumaron 3,900 millones de dólares. Casi la misma cantidad del Presupuesto nacional, con la diferencia de que llegaron directamente a las familias, y a través de ellas a todo El Salvador. Y mientras estos expulsados de la patria envían dinero, muchos de los pocos que aquí concentran la riqueza en sus manos sacan el suyo hacia paraísos fiscales. Global Financial Integrity afirma que de El Salvador salieron hacia paraísos fiscales, entre 2001 y 2010, la friolera de 8,700 millones de dólares. Frente a la generosidad de los migrantes, de los pobres, vemos, como en el reverso de la moneda, los amaños de los ricos.
Y cuando se habla de una reforma fiscal, quienes envían dinero fuera insisten en que hay que trabajar y producir más. Acaparan una alta proporción del dinero enviado por los pobres y lo envían a producir a paraísos fiscales. El dinero de los pobres que no encontraron trabajo o salario decente, y que laboran con esfuerzo y excelencia en Estados Unidos, salva al país. El dinero en manos de unos pocos parece que contribuye a perder al país. Pues en vez de invertirlo aquí, lo envían fuera. La venta de los bancos y de las pocas grandes industrias salvadoreñas significó una buena entrada de millones. ¿Dónde están ahora? ¿No es suficiente motivación para invertir en el país el haber comprado baratos los bancos y hecho fortunas con ellos? ¿O es que se quiere ocultar en paraísos fiscales, fuera de El Salvador, lo que fue un verdadero robo?
Cualquier Gobierno que venga tendrá que enfrentar simultáneamente una política de austeridad severa y una reforma fiscal. La pregunta que queda pendiente es a quién se le colgará la carga de la austeridad y los impuestos. Cuando se habla de impuestos a los ricos, estos suelen decir que primero hay que producir. ¿No les basta con que para poder producir los salvadoreños tengan que salir del país? ¿O es que se considera producción trabajar por ese salario mínimo de hambre que se ofrece en todos los sectores, pero sobre todo en el sector agropecuario? Es evidente que este lenguaje no les gusta a los que tienen mucho dinero. Pero ¿hay que callarse siempre ante ellos y respetarles un liderazgo económico que ha sido un verdadero fracaso para El Salvador? ¿O ahora nos van a decir que no tienen poder actualmente o que nunca han estado en el poder?
El Salvador tiene que enfrentar una situación de verdadera crisis económica. Y tiene que enfrentarla solidariamente. Y en este terreno, no hay que engañarse: quienes tienen que esforzarse más son quienes tienen más. Porque a muchos en El Salvador, como al país mismo, no les quedan más que deudas. Nuestra cultura consumista no viene de un gen heredado. Es una cultura inducida por los tiburones del mercado. Son esos mismos escualos los que corrompieron a los de la selección de fútbol profesional, haciéndoles creer que el ser más estaba en el tener más. Y son los pescadores, los que no le temen a los tiburones, los del trabajo honrado pocas veces reconocido, los que han tenido que dar a El Salvador una lección de dignidad. Como los hermanos migrantes y como la gran mayoría de trabajadores de nuestro país, que siguen esperando que el liderazgo económico y político se vuelva más austero, más inclusivo y más capaz de sacrificarse por los que siempre se han sacrificado por ellos.