Gracias a los avances tecnológicos, el martes 18 de febrero pudo enlazarse una comunicación entre la dignidad de las víctimas y la solidaridad de quienes, en tanto integrantes del Tribunal Internacional para la Aplicación de la Justicia Restaurativa en El Salvador, las han venido escuchando año tras año desde 2009, con respeto y admiración. En efecto, en la UCA se llevó a cabo la lectura de la sentencia producto de la quinta ocasión en que sesionó el Tribunal. Simultáneamente, se hizo lo mismo en España. También se contactó en Brasil a Carol Proner, juez del Tribunal, y Belisario Dos Santos, otro de los jueces, envió un mensaje audiovisual al acto que se desarrolló en la ciudad de Valencia. Esta experiencia fue, de alguna manera, la globalización de la legítima lucha de quienes antes y durante la guerra enterraron familiares, o de quienes después siguieron buscando familiares para desenterrarlos.
El esfuerzo desplegado por José María Tomás y Tío, presidente del Tribunal, en compañía de José Ramón Juániz, miembro del mismo desde que inició hace cinco años, convocó a Encarnación Fernández, directora del Máster de Derechos Humanos de la Universidad de Valencia, y a la decana de la Facultad de Derecho de esa casa de estudios, María Elena Olmos. Esas dos mujeres y esos dos hombres, comprometidos con este esfuerzo transnacional y transicional, estuvieron ante una audiencia de casi cien personas interesadas en aprender de las víctimas salvadoreñas.
En medio del acto, hubo tres intervenciones desde este lado del mundo: las de Gerardo Leiva y Digna Recinos, víctimas sobrevivientes de tanto dolor y terror en Santa Marta, Cabañas; y la del autor de estas líneas. Y en ellas hubo alegría y optimismo porque la semilla que se sembró en el marco del trabajo de la Comisión de la Verdad ha crecido, cultivada por las víctimas y abonada con la solidaridad de personas e instituciones en Brasil, España, Paraguay y Estados Unidos. Alegría y optimismo porque la verdad, la justicia y la reparación para las víctimas ya son parte de la agenda del Estado salvadoreño, de forma mínima y tímida, si se quiere, pero positiva y afirmativa a fin de cuentas.
No queda más que seguir adelante. Las personas, expresé, pasan; pero si logramos contribuir en algo a que las causas se queden, nos vamos con la frente en alto y el corazón henchido de satisfacción y esperanza. Pero más allá de lo que yo pude haber dicho, importa sobre todo conocer parte de lo que dijo Digna a quienes colmaron el espacio físico en la Universidad de Valencia. "Yo creo que todas las personas como yo, que hemos sufrido, merecemos que se haga justicia. Sabemos que a nuestros familiares no los tenemos junto a nosotros, pero, primero Dios, algún día va a haber justicia [...] Yo solo [quiero] agradecerles mucho a todos ustedes, a todos los diferentes jueces que estuvieron en este Tribunal, agradecerles infinitamente porque yo nunca pensé que iba a estar frente a un tribunal denunciando la injusticia que yo vi con mis hermanos".
En ese instante, de a poquito, las lágrimas comenzaron a deslizarse sobre el rostro de Digna; también, de a poquito, siguió diciendo: "Me duele, pero tengo que seguir luchando. Y que, primero Dios, estos criminales van a pagar. Eso sí, tengo la fe en Dios [...] Y los espero en mi comunidad. Que así como vine aquí, voy a luchar para que otras personas denuncien como yo lo hice". Y hospitalaria, terminó así: "Mi comunidad es su casa y, primero Dios, nos vamos a ver ahí".
Al siguiente día de la presentación concurrente de la sentencia, el Presidente del Tribunal notificó desde Valencia que el acto en esa ciudad —además de ser transmitido íntegramente y estar ya en la página web de la Fundación por la Justicia— tuvo un significativo impacto mediático. Televisión Española grabó una parte y entrevistó a los jueces del Tribunal que estuvieron en el evento. El País solicitó a una de las periodistas presentes que escriba un artículo al respecto. Hay, además, otras notas que ya están circulando en Internet.
En Valencia, se presentó un video preparado por el Idhuca con imágenes de las sesiones que hubo el año pasado. El fondo musical fue la versión de Sanampay (histórico grupo de los años setentas, pletóricos de joven rebeldía) de Libertad, poema escrito por Paul Éluard en 1942. Una de sus estrofas dice así: "Por la idea perseguida, por los golpes recibidos, por aquel que no resiste, por aquellos que se esconden... Por el miedo que te tienen, por tus pasos que vigilan, por la forma en que te atacan, por los hijos que te matan, yo te nombro... ¡Libertad!".
¿Por qué ese poema? Porque la libertad nunca será completa ni auténtica mientras no se liberen también la verdad y la justicia del lugar donde hasta hoy permanecen secuestradas. Por eso, y por todo lo que cuesta rescatarlas, es libre la decisión de las víctimas de luchar para ello sin importar el cómo ni el cuándo, pero sí el porqué: porque solo así alcanzarán la reparación integral que les niegan quienes les causaron terror y dolor, quienes protegieron a los criminales con la impunidad y quienes no tuvieron el valor para revertir eso cuando pudieron. Y porque solo así liberarán a El Salvador de un peligro real que amenaza el porvenir: la repetición de esa historia. Si la libertad plena es reclamada, algún día será ganada.