Los santos: hombres y mujeres integrados

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El 1 de noviembre la Iglesia católica celebra el Día de Todos los Santos. Esta es, por tanto, una fecha propicia para reflexionar sobre el sentido de la santidad, la cual, cuando se la mira desde la propia condición humana, no parece tan obvia como a veces imaginamos. Traemos a cuenta, en esta línea, parte de lo que Leonardo Boff ha escrito sobre un santo emblemático de la santidad entendida c El Salvador 1989. El Asesinato de seis jesuitas omo integración de lo negativo de la vida; nos referimos a san Francisco de Asís. Boff, en uno de sus libros, cita una historieta ciertamente iluminadora y que vale la pena tenerla presente cuando abordamos esta temática.

"En cierta ocasión escuché a un viejo, razonable, bueno, perfecto y santo decir: ‘Si oyes la llamada del Espíritu, escúchala y trata de ser santo con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas. Pero si, por humana debilidad, no consigues ser santo, procura entonces ser perfecto con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.

Si, a pesar de todo, no consigues ser perfecto por culpa de la vanidad de tu vida, intenta entonces ser bueno con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas. Si, con todo, no consigues ser bueno debido a las insidias del Maligno, trata entonces de ser razonable con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.

Si, al final, no consigues ser santo, ni perfecto, ni bueno, ni razonable a causa del peso de tus pecados, procura entonces llevar esta carga delante de Dios y entrega tu vida a la divina misericordia. Si haces esto sin amargura, con toda humildad y con jovialidad de espíritu, movido por la ternura de Dios, que ama a los ingratos y a los malos, entonces comenzarás a sentir qué es ser razonable, aprenderás en qué consiste ser bueno, lentamente aspirarás a ser perfecto y, por fin, suspirarás por ser santo’...".

¿Qué lecciones sacamos de esta historia? Boff apunta varias; nosotros parafraseamos al menos tres de ellas. En primer lugar, dentro de cada santo vive siempre un demonio. Las cimas de la santidad coexisten con los abismos de la fragilidad humana. Las virtudes son eminentes porque las tentaciones superadas han sido grandes; por detrás del santo se oculta un hombre o una mujer que han conocido los infiernos humanos y el vértigo del pecado, de la desesperación y de la negación de Dios. Al igual que Jacob con Dios (Gn 23), han luchado y han salido marcados de este combate. La historia pone de manifiesto que en cada corazón habitan ángeles y demonios: la pasión volcánica se extiende a lo largo de todo el tejido humano; instintos de vida y muerte desgarran el interior de cada persona; impulsos de elevación, de comunión y de donación coexisten con pulsiones de egoísmo, de rechazo y de mezquindad. Nada de todo esto está ausente de la vida de los santos. Y si son santos es porque han sentido todo esto, pero no han con-sentido con las energías destructoras, sino que, por el contrario, han sabido enfrentarse a ellas sin reprimirlas, pero canalizándolas en orden a un proyecto de bondad.

En segundo lugar, el relato plantea cuál es el comportamiento que mejor permite crecer en la identidad y ampliar más el espacio de libertad. Hay dos estrategias que se presentan como ideales: la perfección y la integración. La primera responde a la figura de la flecha, que orienta y apunta; mientras que la segunda responde a la figura del círculo, que engloba e integra. La santidad de la que aquí se habla pertenece a esta segunda opción. Ahora bien, para llegar a esta integración es preciso conocer y tener experiencia de los ángeles y demonios que habitan en la vida. La integración resulta de múltiples idas y venidas, ascensos y caídas, renuncias y conquistas, hasta llegar a la cristalización de un poderoso centro que todo lo atrae y armoniza.

Finalmente, la narración habla de que el pecado, cuando es asumido en humildad y simplicidad, puede también ser camino de encuentro con Dios. Y no es que haya que buscar el pecado por sí mismo, que sería un contrasentido, sino que hay que concebirlo como expresión de nuestra situación decadente: un pecado que hay que llorar y lamentar, pero sin amargura ni desesperación desgarradora, porque el pecado no puede impedir que Dios continúe amando y ofreciendo su perdón. La gracia, que se muestra como alegría, siempre excede al pecado.

Así pues, según Boff, Francisco de Asís mostró con su vida que para ser santo o santa es preciso ser humano. Y para ser humano es necesario ser sensible y tierno. Es la santidad de la compasión y la ternura, tan ausentes y tan necesarias en el mundo de hoy.

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