Como muchos han conocido al P. Dean Brackley, quiero compartir con ustedes sus últimos momentos. Para los que no lo conocieron: Dean, jesuita norteamericano, vino a El Salvador en 1990 para continuar el trabajo de nuestros mártires; se ofreció como voluntario inmediatamente después de la masacre en la UCA. Su paso de 21 años por El Salvador fue una especie de enamoramiento creciente de estas tierras y, sobre todo, de su gente. Se nacionalizó salvadoreño y se integró plenamente en la Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús. Se multiplicó en servicios en zonas rurales (Jayaque), en zonas marginales urbanas (Las Palmas) y hacia población pobre que quería estudiar en la UCA (a través de un programa de becas). Fue párroco de la capilla de la Universidad tras la muerte del P. Ibisate, profesor de Teología Moral y hombre de servicio permanente a todo el que se le acercaba.
* * *
El miércoles 5 de octubre, al advertir una baja de proteínas que debilitaba la ya muy frágil salud de Dean, lo internamos en el Hospital de la Mujer, en San Salvador. La idea era tenerlo tres días mejorando sus niveles proteínicos y minerales. En los dos primeros, tuvo una mejoría notable. Pero al tercer día, cuando pensábamos en traerlo de nuevo a la casa, tuvo una obstrucción intestinal. Su estancia en el hospital se prolongó hasta el jueves 13, implantándole los doctores una sonda en el intestino delgado para poder alimentarlo. Desde el día de la obstrucción, su debilitamiento fue constante y rápido.
En medio de sus sufrimientos en el hospital, nos dijo que los ofrecía para que Dios infundiera solidaridad con las víctimas de las lluvias que asolaban en esos momentos a Centroamérica y México. También nos confió que veía en su enfermedad una oportunidad para dar testimonio de su fe en el Señor. Consciente de que el fin se aproximaba, preguntaba a los doctores cómo iba el proceso. Conservaba buen humor, diciéndonos que el único trauma hospitalario era el de pasar de calzoncillos a pampers (pañales). Su sonrisa, tanto en este comentario, como sobre todo para agradecer cualquier momento de cercanía, visitas, etc., era constante. La palabra "gracias" fue la más repetida en sus labios para quienes le escuchamos o visitamos.
Ya en la casa, cayó en un semiletargo, sumamente débil y con todos los signos de que su vida se iba apagando. El sábado, logró comunicarse con sus hermanos en Estados Unidos para despedirse de ellos. Aunque prácticamente no podía hablar, estaba plenamente consciente de la situación. El domingo, a eso de las 8:15 de la mañana, comenzó a bajarle la presión arterial. La enfermera llamó a la doctora Miny Ester Romero, que lo ha atendido como médica de cabecera con mucho cariño y cercanía desde que volvió de Estados Unidos, a finales de septiembre. Y la doctora nos dijo que estaba entrando en agonía.
Rodolfo Cardenal le dio la unción de los enfermos y posteriormente le estuvo leyendo diversos salmos. Desde ese momento hasta su final, le acompañamos los miembros de la comunidad de Santa Tecla, así como Vicente Espinoza y Rafa Sivatte, quienes se unieron poco después. Nos acompañó también, ya al final, Eugenio Palumbo, un laico muy amigo de él. Cuando Eugenio le saludó, fue la única vez en todo el proceso que Dean abrió los ojos y trató de esbozar una sonrisa. El final, muy suave, como quien se duerme en los brazos del Padre, le llegó a las 11:15 de la mañana.
Dado que su hermana y algunos de sus amigos vendrán desde Estados Unidos al entierro, la velación, que será en la capilla de la UCA, no comenzará hasta que tengamos la fecha de llegada de su familia. Lo más probable es que comience este lunes o el martes.