El dengue, las infecciones respiratorias y las diarreas son males endémicos para la población salvadoreña. Todos los años, miles de niños, niñas y adultos son afectados por estas enfermedades. Sin embargo, se pueden evitar. Todas están relacionadas con las condiciones ambientales y de salubridad en las que vive la población. Los mosquitos y las bacterias se reproducen en aguas negras o se acumula en desechos. Por eso, la persistencia de estos padecimientos demuestra también las carencias de controles sanitarios y de prevención.
El sistema de salud no funciona como tal. No existe un adecuado manejo de las aguas negras ni de la que se acumula por las lluvias. Tampoco se ha logrado que el agua potable llegue a todos los hogares y que lo haga de forma regular. Precisamente la intermitencia del servicio o la carencia total de este líquido hace que la gente, al conseguirlo, lo almacene en pilas o barriles. Allí se reproduce el mosquito.
Tampoco se supervisa las condiciones en que se vende la fruta, la verdura u otro tipo de comida en las calles, escuelas o establecimientos de comida. Y el control ambiental también es ineficiente: las empresas siguen tirando sus desechos al aire o en los ríos sin que haya sanciones. Aunque el control de emisión de gases en el transporte colectivo es obligatorio para renovar la tarjeta de circulación y el permiso de línea, todavía es usual que haya unidades llenando de humo las calles del país.
Para enfrentar eficazmente el dengue y las enfermedades respiratorias y gastrointestinales en el país, es necesario atender también estas condiciones. Durante muchos años eso no ha ocurrido. De continuar así, de nada servirán las campañas en medios y las fumigaciones que organice el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social.
Es cierto que se requiere atender la situación actual para evitar que se complique y mueran personas, pero también urge que se elabore, al más corto plazo, una política de prevención de epidemias que sea integral y considere estos elementos y otros que puedan incidir en la persistencia de estos males.
No se puede ni se debe seguir ensayando con la vida de la gente, en especial de los niños y niñas. La improvisación debería ser una de las características a cambiar en las actuales autoridades de salud. La insensibilidad frente al dolor de quienes pierden a sus seres queridos por enfermedades evitables no debe convertirse en otro mal endémico de este país.