A principios del siglo XX, Arthur McDonald trató de demostrar el vínculo entre la pobreza y el alcoholismo, y entre ser pobre y alcohólico con ser delincuente o "loco-criminal". En sus palabras: "La relación de la criminalidad a las demás formas patológicas y anormales de la humanidad representa tan solo uno de sus grados. Si representamos el crimen, que es su grado más alto, por A6, A5 podremos decir que corresponde a la locura criminal, y A4 al alcoholismo, quizás A3 al pauperismo, A2 a otras maneras más débiles de ser de la humanidad (...) Así pues, el crimen es la forma más exagerada del mal, pero estas formas son todas esencialmente unas. Tan agua es una gota como un océano".
Los políticos también han utilizado a los pobres, los marginados, las prostitutas y los vagos. Después de todo, siempre es más fácil y conveniente criminalizar a los pobres y a los indigentes que combatir la pobreza haciendo frente a la corrupción que la sostiene o la inequidad que la genera. Por ello, el pulso no le falló a Maximiliano Martínez cuando consideró que la delincuencia era alarmante, y ratificó en 1940 la Ley de Represión de Vagos y Maleantes, que criminalizaba desde ser vago o tahúr hasta ser mendigo sin licencia o fingir enfermedad para pedir limosna. Una ley muy efectiva si por efectiva entendemos llenar cárceles dejando intacta la miseria. Algunos historiadores nos recuerdan que para 1945 se había detenido a más de 4 mil personas, lo que vendría siendo la mitad de la población de Cabañas para ese año.
El mando castrense cambiaría, pero no la estrategia de guerra, y es así que en mayo de 1953 el teniente coronel Óscar Osorio ratificaría la Ley de Estado Peligroso, agregando como arma en la lucha contra la delincuencia las medidas de "seguridad indeterminadas", es decir, la posibilidad de sustraer a alguien "peligroso" de la sociedad durante el desarrollo de su vida natural. Más adelante, con la firma de los Acuerdos de Paz, seguiría la batalla campal contra la pobreza y el abandono, o mejor dicho, contra los pobres y los abandonados.
Fusades, para el caso, sugería en diciembre de 2010 la promulgación de nuevas leyes de peligrosidad como estrategia clave contra la criminalidad. Aunque el tanque de pensamiento de derecha no abundó en los estilos de vida que deberían considerarse "peligrosos", no ocultó su desdén contra uno que otro que "representa un peligro para los demás", mencionando a los huele-pega y mujeres que ejercen la prostitución abierta. Curiosamente, no incluyó en la lista de indeseables —los que merecen especial represión— a personas cuyas actividades causan daños reales, mensurables incluso en millones de dólares, autores de delitos ya olvidados o rara vez procesados.
Personas como los corruptos, que roban en un año lo que la mayoría de prostitutas no reunirían en una vida entera; los patronos que irrespetan los derechos laborales; los que realizan la ya endémica evasión de impuestos; los que se dedican con esmero a la extendida práctica de retener las cuotas de sus trabajadores para provecho propio. Ninguno de estos fue mencionado. Quizás porque en el fondo, aunque se trata de comportamientos peligrosos, no son más peligrosos que el terrible y temible huele-pega, perdido en un mundo donde no aporta a la economía.
El asalto final contra el pobre y el desocupado es la tarea que se ha propuesto Norman Quijano, quien, aprovechando los frentes abiertos por otros, ha prometido una ofensiva radical contra el malvado y el holgazán. Así, pues, en un giro de campaña que retorcería de placer al general Martínez, el candidato Quijano ha prometido el reclutamiento forzoso de todo aquel que tenga entre 18 y 30 años, y que no trabaje o estudie. El morbo y la suspicacia están a la orden del día, sobre todo considerando que en El Salvador hay unos 165 mil desocupados y que al sistema penitenciario le bastaron 25 mil reclusos para colapsar al 315%.
¿Dónde meterá a toda esta gente? ¿Con qué recursos la alimentará? Seguramente, para evitar el rebalse, Norman aplicará selectivamente los reclutamientos forzosos. Por supuesto, en las colonias de alcurnia, los barrios de la "gente bien", no entrarán las tanquetas, pues se trata de lugares sin vagos, sin mujeres de la "mala vida". Esos respetables ciudadanos no conocerán los camiones reclutadores; los demás solo tendrán una opción: marchar con Norman.