El Salvador continúa viviendo el crecimiento de la pandemia del COVID-19. Cada día más casos y más muertos. Hospitales saturados y poca información ponen de manifiesto dos grandes deudas estructurales que el Estado salvadoreño no ha saldado y que han posibilitado esta tormenta perfecta: el acceso desigual a la salud y a la educación. Mientras durante los últimos treinta años la discusión ha girado en torno a los problemas de seguridad, la violencia de las pandillas y las urgencias de la economía cotidiana, la salud y la educación han continuado un lento, pero continuo deterioro. Con una población que ha tenido poco acceso a la educación es difícil sentar las bases para combatir una pandemia de forma integral.
La pandemia implica movilizar lo que pensamos de nuestro cuerpo, del cuidado de nuestra salud, de la higiene personal y colectiva. Esta pandemia que enfrentamos implica además tener la capacidad de discutir, analizar y cuestionar la información que nos llega y ponerla a la luz de las discusiones científicas actuales. Combatir y encontrar soluciones a la pandemia requiere de un colectivo de profesionales de la salud y de investigadores que puedan planificar y proponer soluciones acordes a cada región. Nada de esto tenemos. La mirada y los análisis cortoplacistas han intentado que la sociedad salvadoreña responda reactivamente a un reduccionismo que funciona muy bien en cualquier melodrama: hay un grupo de personas malvadas y con mucho dinero que nos han robado desde hace mucho y quieren que todos muramos. Para ello, lo más importante es que la sociedad salvadoreña no tenga memoria.
La memoria política nos permite poner en perspectiva el análisis. No hay un grupo de personas malvadas, pero sí, durante larguísimos años, hemos sido un país sistemáticamente saqueado y con muy pocas soluciones a largo plazo. Las únicas propuestas que suelen aparecer son las que tienen rédito electoral o, en efecto, beneficio económico. La memoria política nos debe ayudar a entender el pasado pero sobre todo por sus efectos en el presente actual y en los posibles futuros.
Esta semana, a pesar de que el ruido de la pandemia y el concierto mediático que ahora se ha colocado ya, casi descaradamente, en función de las próximas elecciones municipales y legislativas, la sociedad salvadoreña ha vivido un acontecimiento central para entenderse y entender los posibles futuros que vienen. El juicio al Coronel Inocente Montano, implicado en la masacre de los seis jesuitas y dos de sus colaboradoras que se está llevando a cabo en Madrid, ha permitido que algunos coloquen la mirada social en perspectiva de larga duración. Un día tras otro, los testigos han declarado con detalle qué fue lo que sucedió durante esos largos días y noches de noviembre de 1989.
En México, después del asesinato de los 43 estudiantes normalistas una consigna empezó a circular por las redes sociales, como un grito de denuncia que incendiaba los caminos de la red: #FueElEstado. Esa frase hoy día puede decirse en El Salvador, durante esta semana, en el contexto que vivimos: fue el Estado.
Fue el Estado salvadoreño el que asesinó a los seis jesuitas y sus dos colaboradoras. Y fue el Estado salvadoreño quien encubrió los hechos. Nos queda claro. Fue el Estado, este que construyeron Arena, el FMLN y los distintos grupos que han gobernado el país quienes, con sus decisiones, empoderaron y fortalecieron a las pandillas, quienes privaron a buena parte de la población del acceso a la salud y a la educación que hoy podrían salvarnos la vida y la economía, no con una cuarentena estricta, sino a pesar de ella, pues ya muchos países están mostrando que las cuarentenas no resultan funcionales. Fue el Estado. El Estado es, pues, culpable.
Pero la frase puede tener también un segundo sentido, el del pasado en este presente sin memoria. El estado ya fue, el Estado no es más. Se ha terminado. Somos una sociedad sin Estado en donde la ley no se respeta. Un Estado en donde se ha negociado con criminales y se han incumplido los debidos procesos para contratar personal o comprar material para combatir la pandemia. No somos ya un Estado.
¿Es posible todavía encontrar esperanza de manera colectiva? Más que nunca es urgente que los movimientos sociales se fortalezcan. Los movimientos ecologistas, feministas, de inclusión racial, sexual, política tienen hoy la posibilidad de construir una historia diferente y una memoria en donde nuestros muertos, todos, los de 1989 y los de hoy puedan encontrar justicia, descanso y memoria. Que las políticas de la memoria nos permitan mirar al pasado para construir el futuro.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 6.