Niños migrantes

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La semana pasada se presentaron en la UCA los resultados de una investigación sobre los niños migrantes salvadoreños. Para comenzar, se estima que en el país hay 200 mil niños afectados por la migración de sus padres. Aunque en general tienen un mejor nivel de vida desde el punto de vista económico, sufren simultáneamente una infelicidad profunda. La nostalgia por el amor de los padres y el deseo de reunificación crea con frecuencia heridas y dolores que dificultan el sano desarrollo afectivo. Por otra parte, está creciendo el número de niños deportados. De los 34 mil deportados de este año, aproximadamente el 5% eran niños o adolescentes. Hablamos de 1,962 niños, una cantidad impresionante a la que le ha tocado sufrir diversas vejaciones a lo largo del frustrado viaje.

A pesar de los encomiables y generosos esfuerzos de nuestros cónsules en Tapachula y en otras ciudades mexicanas, lo niños viajan expuestos a diversas formas de violencia, que van desde el secuestro y la extorsión a sus parientes hasta el abuso, incluido el sexual. El reclutamiento forzoso para actividades delictivas, muchas de ellas vinculadas a la droga, es también uno de los riesgos que enfrentan. Los coyotes son la fuente principal o los cómplices necesarios en la larga lista de abusos, a pesar de la confianza que con frecuencia gozan de una parte de la población migrante. Por otra parte, cuando son detenidos, a los niños se les mantiene en cárceles. Los que el Estado mexicano llama "alojamientos" son formas de detención carcelaria, aunque el trato interno, alimentario, etc., no sea deficiente. Las autoridades mexicanas hablan también de "aseguramiento", buscando siempre en el lenguaje una suavización de la realidad. Pero lo cierto es que los detenidos están sometidos a un internamiento controlado que no puede ser calificado sino como cárcel, que a veces se prolonga por demasiado tiempo. Retorno rápido de los niños, y por avión, debería ser una exigencia permanente de nuestra parte al Estado mexicano.

Mientras los grandes medios de comunicación exaltan los éxitos de nuestros compatriotas en Estados Unidos, el número de personas que fracasan, son deportadas después de llegar o maltratadas en el camino aumenta de día en día. Y si el maltrato al migrante es una ofensa a los derechos básicos de humanidad, el maltrato a los niños es un verdadero crimen. El deseo de reunificación familiar, que está en el trasfondo de muchas de las partidas hacia el Norte, es positivo. Pero lo negativo es la presión de las autoridades mexicanas y estadounidenses para impedir el reencuentro. Y, por supuesto, el maltrato permanente a los niños, sus riesgos y el negocio que hacen los coyotes a costa de los migrantes, así como la frecuencia con que las rutas de la migración se confunden o se aprovechan para vincularlas a las rutas de la droga.

De los migrantes se habla con frecuencia. E incluso en algunos artículos y lugares se comentan sus sufrimientos y se denuncian los abusos cometidos. Pero de los niños migrantes apenas se habla. Solo de vez en cuando aparece alguna noticia, cuando algún niño salvadoreño queda abandonado a mitad del camino, tiene un accidente y se logra que el hecho trascienda. Una campaña informativa sobre los riesgos a que se exponen los niños que marchan sin papeles hacia el Norte es indispensable. La protección y cuidado de los menores dentro de nuestras fronteras, imprescindible. Pues además del sueño de la reunificación, no faltan los jóvenes adolescentes que se sienten amenazados por el clima de violencia y ven en la migración la única salida de la situación incierta en la que viven.

En medio de esta penosa situación hay que reseñar el excelente trabajo que con recursos limitados emprenden nuestros cónsules en Tapachula y otras localidades, muchas veces incluso poniendo tiempos y recursos propios en apoyo a los migrantes. El mismo hecho de que el Viceministerio para los Salvadoreños en el Exterior colabore con las investigaciones sobre migrantes, preocupado por sus derechos, es también positivo. Pero sus esfuerzos pueden ser insuficientes si como sociedad salvadoreña no retomamos el tema. Hacer conciencia de los riesgos, especialmente para los niños, es un primer paso. Pero los riesgos siempre tenderán a imponerse si a nivel nacional no ofrecemos a nuestros niños y jóvenes una adecuada perspectiva de seguridad y futuro. No podemos convencer a nadie que permanezca en el país si no ofrecemos la posibilidad de desarrollar las capacidades que los niños tienen y si no podemos garantizar seguridad e integración en una sociedad que ofrece trabajos con salario digno. Mientras aquí dentro haya riesgo de violencia, estancamiento educativo, frustración de capacidades, no podemos esperar que no prefieran los riesgos de huir al Norte. Los niños, lo decimos siempre, son lo más respetable de nuestra sociedad y el futuro de El Salvador. Pero fomentando desde la pobreza, la violencia y la desigualdad su salida del país, no hacemos honor a estas palabras, ni a nuestros principios, ni a nuestras leyes.

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