Peligrosa tranquilidad

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En la actualidad, al igual que en otros tiempos, hay temas urgentes que no se tratan. Al contrario, priva ante ellos una especie de tranquilidad peligrosa, sobre todo a largo plazo. En El Salvador en particular, lograr la seguridad alimentaria es un tema urgente. En un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), El Salvador aparece en el promedio de los años 2018-2020 con saldos comerciales deficitarios en el campo de los alimentos. Nuestro país es comercialmente deficitario incluso en el sector de los productos agropecuarios, en los que América Latina en su conjunto tiene un abundante superávit. Mientras otros países de América Latina cuidan la producción agrícola para asegurar la soberanía y seguridad alimentarias, el campo salvadoreño está descuidado. Y mientras permanecemos tranquilos con nuestro déficit comercial, pensando que siempre podremos comprar fuera los alimentos, estos no han hecho más que crecer de precio desde 2007. Con altibajos, pero con una tendencia fuerte al encarecimiento.

Es cierto que la guerra de Ucrania ha incidido en la escasez de algunos productos y, en ese contexto, en el encarecimiento. Pero también el calentamiento global amenaza con disminuir la producción de las cosechas. La India, que es el segundo país con mayor producción de trigo en el mundo, había diseñado un plan de aumento de su producción para sustituir los déficits que producía la guerra de Ucrania. Pero le afectaron unas olas de calor y de sequía, y tuvo que revertir su proyecto para cubrir las necesidades de su población. La adaptación al calentamiento global y la problemática climática continuarán presionando en favor del aumento de precios en los productos alimenticios. El hecho de que los fertilizantes y los combustibles tengan también tendencias al alza agrava la situación, dada la dependencia de los agricultores a estos productos.

Despreocuparse del campo, permitir amplias construcciones en lugares de clara vocación agrícola y con frecuencia importantes reservorios de agua, mantenerse en un déficit comercial en la mayoría de los rubros alimentarios es una especie de suicidio. El hambre salta los muros, decía un viejo adagio. “Comer primero, luego la moral”, decía un coro de personas empobrecidas en una obra de teatro de Bertol Brecht. Despreocuparse por la seguridad alimentaria es llevar al país a la desintegración social. Entre las diversas acciones gubernamentales que han contribuido al apoyo popular que tiene el actual presidente, una es el apoyo con canastas alimentarias que se le dio a las familias durante la pandemia. Pero dar alimentos sin producirlos en el país no es solución en el mediano y largo plazo, en el que se prevé un encarecimiento de los alimentos y una mayor dificultad para producirlos. El turismo, la modernización de El Salvador, las remesas venidas del exterior no son remedios para la carestía alimentaria. Cuando el hambre aprieta, los problemas sociales crecen. Y El Salvador ya ha sufrido demasiado a causa de otros problemas sociales en el pasado.

Cuando los problemas son previsibles y solucionables con políticas públicas, es un grave error no diseñar caminos de solución para los mismos. En el tema de los alimentos y la producción agrícola, satisfacer las necesidades básicas de la población es indispensable para la paz social. Nuestro país ha tenido una tradición agrícola importante en Centroamérica, pero hoy el campesinado no encuentra relevos en la juventud. El campesino joven, acechado en tiempos pasados por la violencia, con una formación mayor que la de sus padres, acosado en algunas zonas por el régimen de excepción, prefiere migrar a quedarse en un tierra que da pocas satisfacciones a quien la cultiva. No hay políticas de apoyo ni salarios o ingresos que permitan una vida medianamente digna. El calentamiento global amenaza y el liderazgo político parece pensar que a El Salvador no le afectará ni el crecimiento del nivel del mar, ni las sequías alternando con terribles temporales. La toma de conciencia y el apoyo al campo son dos necesidades urgente. Si las tenemos en cuenta, podremos pensar en un El Salvador con mayor capacidad de integrarse en el mundo del desarrollo equitativo y digno.

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