El papa Francisco publicó recientemente un mensaje, La alegría del Evangelio, que para muchos define lo que será su servicio desde la sede de Pedro en Roma. Aunque toca diversos temas, muchos de ellos referidos a la vida interna de la Iglesia, plantea con energía y crítica profética la situación del mundo en que vivimos. Al papa le preocupa en especial la economía de la exclusión. Sus palabras son muy directas: "Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas".
Esta economía, demasiado extendida en el mundo en que vivimos, considera a una enorme proporción de personas como descartables. Se las utiliza para producir riqueza y se las descarta cuando ya no son útiles, como si fueran cosas. El trabajo no se valora en su dignidad, lo mismo que no se respeta la dignidad del trabajador. Y una de las causas primordiales de este modo de proceder es lo que el papa llama la "idolatría del dinero", término que debería sonarnos familiar a los salvadoreños, recordando que monseñor Romero mencionaba como causa principal de nuestros males la "idolatría de la riqueza". Y al igual que en el pasado Romero ponía a la riqueza idolatrizada como causa de la violencia en El Salvador, el papa sigue insistiendo en que "hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia".
Las teorías neoliberales del "derrame", la deuda externa, la corrupción generalizada y la evasión de impuestos son mencionadas dentro de esa "economía que mata" y que niega los principios evangélicos y la llamada sistemática de la Iglesia a la generosidad. La contemplación de las inequidades lleva al papa a decir que "el sistema social y económico es injusto en su raíz". Un sistema que crea y acepta "el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor". Y desde esa reflexión invita a los líderes de Gobiernos, partidos y empresas a poner la economía al servicio de las personas y no a servirse de ellas en provecho de sus economías. Incluso les recuerda la famosa frase de san Juan Crisóstomo, que les decía a los ricos que "no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos".
Este modo franco y abierto de examinar y hacer la crítica de la economía imperante debe ayudarnos también a examinar la realidad económica de El Salvador. Después de las denuncias de monseñor Romero contra la "idolatría de la riqueza", ¿ha habido algún cambio de rumbo serio en El Salvador? La respuesta es no. Aunque ha habido avances sociales, la economía continúa llena de inequidades. E incluso algunas de las instituciones económico-sociales marcan diferencias graves e injustas a la vez que crean aceptación de la desigualdad. No hay una revisión seria del pasado que ofrezca enfrentar y corregir los abusos salariales, institucionales y fiscales (contra pobres y a favor de ricos) cometidos en el país. Ni hay deseo de reflexionar y trabajar juntos en las correcciones necesarias.
Y es precisamente el capital el que muestra de modo sistemático la mayor oposición a hablar de corregir una economía que le es favorable o de universalizar los servicios de unas instituciones que clasifican a la gente según su capacidad de cotizar y marginan o dan servicios de inferior calidad al de menos recursos. La oposición de no hace mucho de la ANEP a que las trabajadoras del hogar pudieran ser atendidas en el Seguro Social no puede menos que ser catalogada de racista, además de esgrimir argumentos falsos. Si aquí dijéramos que nuestra economía mata, nos calificarían de locos y extremistas. Pero esa afirmación del papa Francisco tiene indudablemente sus aplicaciones en nuestra patria. Siempre saldrán algunos diciendo que esa afirmación está bien para África, pero no para El Salvador. Y es que cerrar los ojos a la realidad ha sido con demasiada frecuencia una costumbre de nuestros potentados. Los salvadoreños que cortan caña, sin ir más lejos, no son tratados mucho mejor que los africanos en las plantaciones de aquel continente. Cambios estructurales son necesarios desde la óptica básica del Evangelio.