Pro-Búsqueda

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Pocas instituciones en El Salvador tienen tan alto contenido humano como Pro-Búsqueda. Es una obra de solidaridad con los niños que a todos nos ha hecho un poco mejores. Es un respaldo a gente buena que perdió a sus hijos tiernos en medio de masacres, persecuciones y tiroteos. Y es un trabajo permanente de reconciliación. Todavía muchos recordamos impresionados uno de los reencuentros entre niños perdidos y reaparecidos, abrazando a sus padres. Un soldado del batallón Atlacatl había salvado a un niño pequeño de ser exterminado. Lo llevó a su casa y lo crio. Y bastantes años después, sus padres biológicos, humildes campesinos que huían de la barbarie del Ejército, se reencontraron con el niño y con el soldado. Los padres le agradecían a este que hubiera salvado a su hijo y el exsoldado se alegraba de que el niño, ya adolescente, lograra conocer a sus padres biológicos. La hondura humana de ese gesto no tiene parangón con discursos o firmas de tratados.

Pues bien, esta institución tan tierna, servicial y bondadosa, reconciliadora y reparadora de grandes sufrimientos, ha vivido la semana pasada un atentado brutal. Se ha entrado por la fuerza, armas en mano, al igual que en el pasado secuestraban niños, y se ha intentado destruir archivos, computadoras e incluso parte del banco de ADN que la institución posee. Esta vez, el interés ha sido destruir la memoria. No bastaba con secuestrar niños, con darlos en adopción de modo irresponsable e ilegal, a veces incluso corruptamente. Ahora se trataba de destruir su historia. De eliminar la posibilidad de que estos niños puedan un día ver de nuevo a sus padres biológicos y de impedir que estos puedan contemplar la sonrisa de sus hijos ya jóvenes maduros. Así como en nuestra historia ha habido militares que salvaron niños en la guerra y que no han tenido inconveniente en reencontrarse con los padres biológicos y festejar juntos ese reencuentro, así también los hubo asesinos de niños y secuestradores sin piedad. Mercaderes de la muerte y de la inocencia infantil. Y los que han entrado en Pro-Búsqueda a destruir posibilidades de reencuentros y reconciliaciones son los claros herederos de los asesinos.

Es indispensable investigar y aplicar la justicia. El artículo 14 de la Lepina habla de la "prioridad absoluta" de los derechos de la niñez y la adolescencia. Si la desaparición forzada de personas es un crimen de lesa humanidad, la desaparición forzada de niños añade una crueldad especial. Destruyen lo más puro y tierno de nuestras sociedades. Para la propia Fuerza Armada actual, no implicada en desapariciones forzadas, es indispensable desligarse de este acto de barbarie cometido contra Pro-Búsqueda. Todos los datos que tenemos apuntan con claridad a la autoría intelectual de militares retirados, implicados en desapariciones. Si la Fuerza Armada no se desmarca de ellos, le caerá, y con toda razón, el calificativo de cómplice. Y la mejor manera de desmarcarse es condenar públicamente el hecho y colaborar en lo posible con la investigación que lleve a detener y enjuiciar no solo a los hechores materiales de este acto de barbarie, sino también a quienes lo ordenaron.

Vivir en El Salvador es tarea difícil. La violencia, la injusticia estructural, la debilidad de las instituciones y la indiferencia de algunos frente al dolor de los pobres abren nuevas heridas cada día. Atentar contra los niños, impedir los esfuerzos reconciliadores de una institución tan ligada a los más sencillos y buenos del país, añade injusticia y sufrimiento a una vida ya de por sí adolorida. Con frecuencia se oye decir a quienes no quieren verdad ni justicia que hablar del pasado abre heridas. Pero ese lenguaje es pura farsa, como queda en evidencia cuando vemos la indiferencia con la que esos sectores han reaccionado frente al atentado contra Pro-Búsqueda. Si una institución trata de curar heridas en este país macheteado por la violencia y la impunidad es precisamente Pro-Búsqueda.

Hemos oído hasta la saciedad decir a los políticos que los niños y los jóvenes son el futuro de la patria. En este tiempo electoral, no faltan los candidatos que alzan niños en brazos y los besan en la frente. Cuando se aprobó la Lepina, se dijo que los niños nos unen a todos. Ahora es tiempo de unión frente a la barbarie y el abuso, frente a la falta de sensibilidad humana y frente a un delito en el que, además de daños materiales y humanos, se ha querido asesinar de nuevo la memoria de nuestros niños. No solo se trata de un crimen, sino de una muestra clara de que hay estructuras semejantes a las de los escuadrones de la muerte. No se han atrevido a matar personas, pero han comenzado a matar memoria y derechos de los niños. ¿Es el comienzo de una nueva etapa terrorista contra el que disienta o contra el que amenace intereses oscuros e injustos? Esperemos que no. Pero solo una investigación seria y eficaz, y una justicia pronta y severa pueden garantizar la eliminación de esta hidra cuyo veneno mata todo lo humano y cuya cabeza parece renacer.

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