Reconocer, dialogar

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Una de las mayores dificultades en la política es reconocer los errores propios. Suele ser difícil en todas las instituciones, pero cuanto más cerca se está del poder, o más poder se tiene, más difícil es el reconocimiento público de los errores. Se prefiere cambiar de discurso y decir tranquilamente que ese es el verdadero, el que siempre se ha tenido. La mentira no es un problema en política, aunque sea evidente la falsedad o el error. La autodefensa suele ser una plaga en los partidos y con frecuencia se convierte en uno de los obstáculos mayores para un diálogo franco, especialmente si este se hace en público. En privado, el diálogo puede ser más sereno y sincero, pero se estanca cuando las cámaras o la información pública se acercan.

En El Salvador, cualquier tema sirve para dividirse. El ejemplo más curioso de los últimos tiempos es el referéndum. Un instrumento democrático que existe en la mayoría de países es objeto de polémica entre nosotros. En vez de confiar en que adecuadamente formulado y regulado puede favorecer la mejora de la democracia, quienes se oponen piensan que se quiere usar para destruirla. Y esto se repite en la política en general. La tendencia entre nuestros grupos dominantes es a pensar, o a hacer pensar, que el contrario quiere utilizar la democracia para limitar los derechos del adversario y aminorarla en general, valiéndose del poder para la propia conveniencia. Sin reconocimiento mutuo, es difícil iniciar proyectos de realización común. Y la democracia, en realidad, es un proyecto de realización común entre seres humanos que tienen unos principios básicos compartidos. Pero en el país, cuando se ven los debates, cuesta pensar que compartimos algo más que la bronca y el insulto. Al menos públicamente, pues en privado, como decíamos, los entendimientos suelen ser bastante más factibles.

Este discutir en público casi todo con muy parecida acritud ha llevado al desprestigio de los partidos políticos. Y no faltan los comentaristas que empiezan a criticar la antipolítica, al contemplar a algunos sectores juveniles que están haciendo campaña a favor de anular el voto o de no ir a los centros de votación. Se mira como incorrecta la posición de estos jóvenes desesperanzados ante el espectáculo de los políticos, sin reparar en que los verdaderos causantes de esa actitud no son solo los políticos, sino todos los que se suman al juego del grito, la mentira, la falsa promesa y el insulto, muy frecuente en nuestros dirigentes. La política, que debería ser un verdadero arte de avance hacia el bienestar común desde el debate sincero y la renovación de pensamientos y apuestas, se convierte en el juego de las emociones y las maniobras. Se desvirtúa a sí misma y consigue enemigos donde debía encontrar amigos: entre los jóvenes.

Es evidente que en El Salvador la política no se renueva al ritmo generacional adecuado. De vez en cuando, no con mucha frecuencia, algún muchacho bien domesticado accede a un puesto de cierta relevancia. Y todo para desaparecer pronto del ámbito político o estancarse. Porque te sumás al grito y al insulto, parecen decir los dueños de la política, o no hay sitio para vos en este lugar. Así, mientras los políticos resguardan de ese modo su continuidad en el poder, muchos jóvenes salvadoreños se mueven en otro ámbito. Buscan debates sinceros, trabajan juntos —incluso, desde diferentes modos de pensar— en voluntariados donde asumen proyectos comunes, tanto entre ellos como con la gente. Son jóvenes que aspiran a una transparencia cada vez mayor. No hay falta de democracia entre ellos. En todo caso, hay irritación por el modo de ejercerla de los funcionarios repetitivos.

Revertir este alejamiento de los jóvenes será una de las tareas principales del nuevo Gobierno. Y la distancia solo se reduce con escucha, diálogo y transformación de estructuras. Especialmente de aquellas que nos llevan a pensar que unos tienen más dignidad que otros, que las minorías tienen más derechos que las mayorías, que los que tienen más (dinero, conocimiento o poder) gozan automáticamente de más derechos que los que tienen menos. Estructuras que siguen existiendo, aunque el Gobierno actual haya comenzado a tocar algunas de ellas durante su ya casi extinto quinquenio. Solo un camino de lo que podríamos llamar una democracia radical puede conseguir que jóvenes generosos se incorporen a la política, compitan, dialoguen y trabajen por construir un mejor país, con equidad y justicia social.

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Anónimo
05/03/2014
21:20 pm
En el actual escenario politico que se desarrolla para las elecciones presidenciales hay una muestra clara de como a los jovenes se les enseña, por parte de los dirigentes, erroneas maneras de hacer politica, y me refiero al spot donde jovenes salen poniendo imagenes de los acontecimientos sociales por los que atravieza un pais sudamericano. Lo mejor seria enseñarles a elaborar propuestas concretas y realistas que sirvan de insumo a los candidatos para la elaboración de politicas públicas referidas al sector joven de la población. Por eso muchos jovenes se muestran escepticos en los procesos electorales, pues los dirigentes politicos no dan buen ejemplo de hacer politica.
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Anónimo
05/03/2014
14:45 pm
Entonces desde la uca en vez de estar desprestigiando a los políticos y a los partidos políticos y apoyar a jóvenes que no quieren votar o piden anular el voto, mejor enseñen ese arte de la política y proyecten esa enseñanza en estos editoriales, porque su posición política como uca parece no estar clara, y esa falta de claridad es una posición política, que no enseña mucho a los jóvenes.
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