La independencia de Centroamérica es un acontecimiento del pasado. Su significado para hoy depende en muchos aspectos de lo que recordemos de ese momento. Hay quienes prefieren ver la independencia como un paso valiente frente a un poder superior. Por eso, deducen de sus recuerdos, a nuestros países les conviene armarse. “El ejército vivirá mientras viva la república” es probablemente la frase que más repiten quienes piensan en una independencia armada. No importa que la realidad haya sido distinta, que la independencia haya sido pacífica y que los ejércitos nacieran en nuestras tierras para servir a las oligarquías locales que desmembraron la Centroamérica unida. Recordar la Asamblea Constituyente de 1823 resulta más interesante para entender los propósitos de la independencia y para reflexionar lo que la misma nos entrega para una positiva reflexión actual. En esa Asamblea se ratificó la independencia y se construyó el país que la gente noble deseaba. No recordar los ideales de aquel entonces y enturbiar la política con intereses particulares y egoístas nos ha llevado a una historia triste y a estar en la cola del desarrollo humano, al menos en los cuatro países más norteños de Centroamérica.
España, la potencia colonial de la que se independizó Centroamérica, abolió la esclavitud formalmente en 1837, pero siguió permitiéndola en sus territorios americanos: en Puerto Rico hasta hasta 1873 y en Cuba hasta 1886. Y por supuesto, nobles españoles con propiedades en Cuba continuaron involucrados en el tráfico de esclavos hasta avanzado el siglo XIX. En México, del que dependimos brevemente después de la independencia, el fin de la esclavitud llegó en 1829. En Estados Unidos, cuya independencia temprana de Inglaterra inspiró a muchos independentistas americanos, la abolición de la esclavitud llegó hasta 1863. En Centroamérica, la abolición se produce en 1824, en la Asamblea Constituyente de Centroamérica, auténtica fundadora de la República, bastante antes que nuestro principales vecinos. Un profundo humanismo inspirado en la religión, la lógica democrática y la reacción frente al sistema colonial que legitimaba la esclavitud estuvieron en el fondo de los razonamientos. En las deliberaciones hubo una fuerte discusión sobre la indemnización a los dueños de esclavos, una vez liberados por el Estado. También se discutieron las penas, pidiendo algunos incluso la de muerte para quienes traficaran esclavos. Al final, un salvadoreño, el sacerdote José Simeón Cañas, pidió la aprobación inmediata de la liberación de los que él llamó “nuestros hermanos esclavos”. Su razonamiento era limpio y claro: el despojado de sus bienes tiene derecho a la restitución. Y no habiendo bien mayor que la libertad, resulta humanamente indispensable restituir el derecho básico a la misma. Habiendo además declarado libre a la nación, es necesario que todas sus partes queden libres. Ofreció también su salario como diputado para el fondo de indemnización a los propietarios de esclavos.
Independencia es eso: libertad y fraternidad para todos. Sin pensar que otros países, aunque sean más poderosos, hagan otras cosas o mantengan costumbres y normas que uno no considera coherente con la democracia y los valores republicanos. En el hoy nuestro es necesario reflexionar sobre las personas a las que hacemos sufrir injustamente, como a las que metemos presas siendo inocentes o las que tienen dificultades para comer los tres tiempos. Independencia es dar libertad y dignidad, trabajo digno y protección social a todos los que viven en el país. Así como la esclavitud era necesario abolirla en una país que se consideraba libre, así también hoy tenemos que enfrentar las necesidades de los más pobres y vulnerables de nuestro país, que en algunos aspectos conservan situaciones impuestas semejantes a las antiguas de los esclavos. Celebrar es recordar el pasado, no manipularlo al capricho del poder. Recordar lo bueno es indispensable para que nuestro país sea cada vez más centroamericano, más democrático y más justo.