La pauta de los problemas que hay que atender en nuestro país casi siempre está determinada por lo urgente, posponiendo o descuidando lo importante. Y como tenemos muchas urgencias (inseguridad pública, crimen organizado, vulnerabilidad ambiental, deterioro ecológico, violencia, etc.), terminamos ahogándonos en la coyuntura. Y si a esto agregamos que los nuevos problemas rápidamente desplazan a los anteriores sin que estos hayan sido solucionados satisfactoriamente, da la impresión de que nunca terminamos de atender la urgencia y que la respuesta a nuestros problemas estructurales sigue postergándose por tiempo indefinido.
Por supuesto, no se trata de quitarle peso a lo urgente; en muchos de estos problemas están en juego la vida, la seguridad personal y social, el cuidado de la naturaleza, y las acciones inmediatas para la prevención de daños futuros y la regeneración de daños pasados. Pero, reconociendo esto, mal haríamos si nos olvidáramos de los problemas estructurales, que en buena medida componen la raíz de las diferentes crisis que nos atormentan en el día a día. Lo urgente requiere de actitud activa y proactiva; y lo importante exige objetividad, realismo y compromiso con la realidad que se quiere transformar.
Por lo anterior, acá queremos reiterar los rasgos que se proponían en el documento "Bases para el Plan de Nación" —un valioso esfuerzo ciudadano que parece ya olvidado—, donde se planteaba lo que El Salvador necesita para ser un país moderno, en el que todos los habitantes tengan cubiertas sus necesidades básicas, en el que se multipliquen y aseguren opciones de presente y de futuro para nuestros hijos y para las generaciones futuras. Vale la pena resumir y volver a considerar los siete rasgos que allí se proponían para ocuparnos de lo importante.
Primero, el país necesita una sociedad sin marginación para erradicar efectivamente la pobreza. Eso implica construir una economía incluyente; una sociedad en la que tanto hombres como mujeres compartan los mismos derechos y disfruten de igualdad de condiciones; donde se eliminen las condiciones de marginación y exclusión social; donde los niños y los jóvenes encuentren espacios de convivencia y realización.
Segundo, una sociedad participativa, con autoestima e identidad cultural basada en el sentimiento de pertenencia. Es decir, hay que hacer de El Salvador un país de todos y para todos, donde se potencie nuestras capacidades en función de un objetivo común; donde la juventud encuentre nuevos vínculos de pertenencia; donde la participación ciudadana sea efectiva y la democracia esté presente en todo el hacer social.
Tercero, una sociedad segura, fundada en el Estado de derecho y con un sistema judicial efectivo. Hay que trabajar por un país con seguridad jurídica, con seguridad social y ambiental, sin expresiones de violencia, comprometido con el combate a la corrupción y la impunidad de cualquier orden; y asegurar que todos los habitantes tengan garantizadas las condiciones para el pleno goce de sus derechos humanos.
Cuarto, una sociedad con una economía integradora y competitiva, con más y mejores oportunidades de trabajo. La sociedad salvadoreña requiere de una economía sólida y productiva, que funcione de manera incluyente y equilibrada, con estabilidad y crecimiento sostenido; que nos aleje de la angustia e inseguridad que provoca la falta de empleos y el deterioro en la calidad de los mismos.
Sexto, una sociedad comprometida con la gestión racional del medio ambiente. Esto implica un sistema legal que contribuya a adaptar las actividades humanas a la dinámica de la naturaleza, incentivos que estimulen a los empresarios a entrar en la responsabilidad ambiental y una cultura sensible a los equilibrios de los ecosistemas.
Séptimo, una sociedad con firmes estructuras familiares, interactuando a partir de valores fundamentales para la convivencia pacífica. En otras palabras, hacer esfuerzos por relanzar la función de la familia, así como la credibilidad y la confianza en las estructuras familiares, de modo tal que se pueda formar a los niños y a los jóvenes con ejemplos de relaciones personales basadas en el amor, el respeto, la responsabilidad, la disciplina, la espiritualidad y la honradez.
Estos siete rasgos, claro está, no son aspiraciones máximas ni son suficientes para construir la sociedad que anhelamos. Pero representan, eso sí, pasos que debemos dar para ir, con horizonte realista, del país que tenemos al país que queremos. En esa misma perspectiva podemos considerar los ocho Objetivos del Milenio, orientados a que los Gobiernos den prioridad a la solución de los problemas estructurales que generan desigualdad e injusticia social.
Los Gobiernos suelen pasar administrando las crisis coyunturales, y eso habrá que seguirlo haciendo. Pero para ir a la raíz de esas crisis habrá que enfrentar las causas de fondo con responsabilidad y realismo, con medidas, recursos y plazos concretos. Las energías y la creatividad no tienen que agotarse sólo en lo urgente; también tenemos que potenciarlas en lo importante, es decir, en la creación de propuestas deseables y posibles que apunten a la negación de los males estructurales. Para tener presente lo que debe ser alcanzado y no perderlo de vista, hemos hecho estas reiteraciones que consideramos necesarias.