Hemos celebrado una vez más el aniversario de la muerte martirial de monseñor Romero. Las expectativas de su beatificación crecen año con año y desde la elección del papa Francisco se han vuelto más intensas. En buena parte por el propio interés del papa en que el proceso de beatificación se mueva. Y este interés y ansia de tanta gente buena en El Salvador hace que muchos veamos la beatificación de Romero como una deuda de la Iglesia con nuestro país. Estamos convencidos de que es mártir, que es santo, que está con Dios. Y nos ilumina en nuestro caminar, animándonos desde su ejemplo a crecer en radicalidad evangélica, en libertad para amar y servir desde la Palabra del Señor, en defensa de los derechos humanos y en esa opción preferencial por los pobres que es desde hace tantos años opción de la Iglesia latinoamericana. Él fue la voz de los que no tenían voz para defender sus derechos, y muchos de los cristianos salvadoreños, desde nuestros fallos y debilidades, tratamos como peregrinos de unirnos a las luchas de nuestros hermanos golpeados por la "economía que mata" o por la cultura del desecho.
El mundo laico ya lo asumió, desde las Naciones Unidas, como un inspirador en la defensa de las víctimas. Si algo se puede decir de Romero es que estaba convencido de que en el rostro sufriente de sus prójimos se podía contemplar el rostro de Cristo. Y ese convencimiento, esa opción y esa fuerza recibida de lo alto, lo hizo merecedor, frente a creyentes y no creyentes, de convertirse en el inspirador de un día internacional proclamado por la ONU: el Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. En su discurso de proclamación de la fecha conmemorativa, Ban Ki-moon, secretario general de las Naciones Unidas, dijo: "En este día, comprometámonos a ayudar a las víctimas, sus familias y la sociedad, a hacer efectivo su derecho a la verdad y a proteger a quienes luchan para que prevalezca la verdad". En la página web del organismo internacional se dice que uno de los objetivos de este día, además de sensibilizarnos ante las víctimas y comprometernos con su derecho a la verdad, es "reconocer en particular la importante y valiosa labor y los valores de monseñor Óscar Arnulfo Romero, de El Salvador", en la defensa de los derechos de los humildes y en sus esfuerzos en favor de la paz. Una tarea que lo llevó a la muerte, infligida por quienes odiaban esos valores de solidaridad y defensa de los pobres.
Lo que es internacionalmente reconocido ha costado asumirlo en el país. Las denuncias de monseñor contra la idolatría de la riqueza y contra la represión gubernamental resultan imperdonables, por lo visto, para algunos sectores, minoritarios, pero con un gran poder, que se sienten tocados en sus intereses y en su ideología. Sin embargo, monseñor Romero nunca los odió. Simplemente les dijo la verdad sobre unas riquezas claramente injustas, como lo siguen siendo hoy las que se benefician de salarios mínimos de hambre. O como las riquezas que prefieren el lujo suntuario y el derroche, mientras sus hermanos y hermanas pasan hambre o carecen de los apoyos básicos para el desarrollo pleno de sus capacidades.
El cristianismo es una religión que cree firmemente en que el amor triunfa siempre sobre la muerte y sobre el mal, aunque sea en el largo plazo. Es el mensaje de Jesús crucificado y resucitado. Y que cree también que las víctimas del egoísmo, la injusticia y la brutalidad humana son recogidas por el amor de Dios y viven junto a Él. Reconocer la verdad sobre las víctimas es, para nosotros, los cristianos, indispensable para alcanzar la salvación, según podemos leer en la parábola del rico condenado que quedó para siempre sin nombre y el pobre Lázaro, pasando hambre a su puerta. Pero la creencia en la salvación de las víctimas no podemos dejarla únicamente para el más allá. Es en el más acá donde se consigue la salvación, desde el amor con obras. Es en el más acá donde las víctimas tienen derecho a acceder a la verdad de su dignidad, a la consecución de sus derechos y al desarrollo de sus capacidades. Romero en vida fue un ejemplo para los salvadoreños. Y sus asesinos lo convirtieron en un ejemplo permanente para la humanidad. La lucha contra la idolatría de la riqueza, que sigue exigiendo sacrificio humano, causando muerte y estando en el origen de muchas formas de violencia, sigue siendo una llamada de monseñor Romero, como parte del compromiso del ser humano con la verdad.