Como ya es costumbre en estas fechas, el Idhuca coordinó, junto con otros actores, diversas actividades en el marco de la semana dedicada a la gente que emigra; pero también en el del aniversario de su fundación y, sobre todo, para homenajear a su fundador. Casi en la misma época del año, 10 años antes de la fundación del Idhuca, Segundo Montes impulsó la creación de algo novedoso en el país y la región: el Socorro Jurídico Cristiano. Así, en 1985 y 1975, respectivamente, se fundaron y pusieron esos dos organismos al servicio de las mayorías populares víctimas de la violación de sus derechos más fundamentales. Montes lo hizo con absoluta independencia de criterio, libre de cualquier condicionamiento político en una época de gran convulsión (represión gubernamental, violencia guerrillera y conflicto armado) y comprometido con esa población sufriente. Vale la pena congratularse año tras año, entonces, de tener como impulsor de ese par de obras de la Compañía de Jesús a un ser humano visionario, coherente y vigente.
Visionario, porque a mitad de la década de 1970 se lanzó, junto a un grupo de jóvenes estudiantes de derecho y algunos abogados con varias horas de vuelo, en la arriesgada cruzada de defender derechos humanos en un país donde la sangre ya corría por las ciudades y el campo. Los vientos que soplaban en El Salvador eran de muerte, luto y dolor, pero había que asumir el desafío. Visionario también porque fijó su atención con rigor académico y sentido humano —quizás antes que nadie en el país y la región— en aquellos seres humanos que debían abandonar sus modestas viviendas para buscar refugio o huir del país debido a la amenaza real de la muerte violenta, pero también por el proceso de muerte lenta producida por el hambre, las enfermedades y otras precarias condiciones de existencia.
Visionario porque alcanzó a advertir, con mucha antelación, lo que después de su brutal ejecución se le vino encima al llamado "triángulo norte" centroamericano. En 1985, habló de "una profunda modificación de la estructura y las relaciones sociales en El Salvador". "Previsiblemente", aseguró hace veintiocho años, "se va a conformar o se está conformando en El Salvador una nueva categoría social, prácticamente inexistente hasta el momento si no es una proporción insignificante". A renglón seguido, Montes se refirió a la población desplazada internamente, la que calculaba en medio millón de personas. Ese colectivo, "dadas sus características previas, agravadas por la situación presente, carentes de niveles educativos y de capacitación, lanzadas a un sistema incapaz de generar puestos de trabajo suficientes, de absorber dignamente a esa multitud, y de suministrarles los requerimientos mínimos e indispensables para una vida productiva y digna, no tendrá otra alternativa que convertirse —en una proporción significativa y alarmante— en lumpenproletariado, con todas las consecuencias que acarrearía para la estructura social del país". Sin estigmatizar a esas personas, ¿estaría Montes anunciando una de las causas que originaron a las maras?
Fue, además, coherente hasta el final de su vida, arrebatada por criminales que ahora tiemblan ante la posibilidad de ser condenados por la justicia universal. Segundo Montes pensó, predicó, educó, escribió y trabajó siempre en la misma dirección: la del respeto de la dignidad de las personas. Fue un hombre teórico y práctico, fiel a esa perspectiva de vida. Vida que no terminó con su infame asesinato, porque los ámbitos en los que desarrolló su labor y el contenido de sus aportaciones están vigentes como parte de la agenda pendiente en El Salvador.
En 1985 también habló de la familia. Si es la base de la sociedad, sostuvo, "como lo reconoce la Constitución política y lo aceptan las ciencias sociales, dado que es el primero y fundamental socializador, la desarticulación de gran parte de esas familias va a repercutir profundamente en la generación futura y en la sociedad en general. La muerte violenta, o la ausencia del padre o de varones adultos; el proceso de socialización familiar anormal, de muchos niños —a veces ni siquiera parientes— bajo el cuidado de una mujer sola y/o con frecuencia de algún anciano, en condiciones de vida ‘artificiales’, no puede menos que grabar una profunda huella en la conformación de las personalidades individuales y sociales de una proporción considerable de la sociedad salvadoreña". ¿No es esto un diagnóstico de la realidad nacional actual?
Por todo lo anterior, vale la pena celebrar el paso de Segundo Montes por El Salvador. Además del seminario especializado en el que se abordaron la trata de personas, el desplazamiento forzado por violencia y la política migratoria, este año la actividad central para conmemorar el aniversario de la fundación del Idhuca fue en Arcatao, Chalatenango, el sábado 8 y domingo 9 de septiembre. En ese municipio, en medio de las difíciles condiciones de vida en las que se encuentra la mayoría de sus habitantes, el Instituto trabaja con el comité de víctimas de la guerra; sobrevivientes que luchan por conocer la verdad sobre las atrocidades que sufrieron y por que se imparta justicia reparadora. También trabaja con población emigrante que ha retornado o que planea emprender la aventurada travesía.
Qué mejor lugar para recordar al padre Montes y su obra. Porque Arcatao es el reflejo de lo que ocurre en un país donde el verdadero problema —como lo escribió él mismo, en 1982— "está en pasar de la ‘democracia formal’ a la ‘democracia real’, para que el pueblo tenga y exprese su ‘voluntad propia’, su soberanía".