En su discurso de toma de posesión inconstitucional, Bukele mostró la preocupación de su régimen con la temática económica. Una preocupación que deriva de la amenaza que la situación de la economía supone para su popularidad y que podría implicar cuestionamientos del supuesto cheque en blanco que la población le ha entregado. Las envalentonadas palabras del discurso contrastan con la ausencia de propuestas ante la principal problemática que aqueja a los salvadoreños.
La ausencia de propuestas refleja dos posibilidades: el Gobierno no cuenta con medidas de política económica o no considera importante transmitirle a la población cuáles son sus planes. El mandatario se excusa de los pobres resultados económicos de sus primeros cinco años aludiendo a su enfoque en la seguridad. Lo anterior confiesa la ineficiencia de este Gobierno. El gabinete económico aparece como un mero adorno sin capacidad de tomar decisiones trascendentales, a la espera de las órdenes que deriven de Casa Presidencial. Más allá del discurso, la problemática económica es una realidad que —para desgracia de la especialidad del mandatario— no se resuelve ni con propaganda, ni con negociaciones fraudulentas, ni a través de la violencia.
En espacios de opinión se escucha hasta la saciedad la necesidad de un ajuste fiscal (incrementar ingresos o reducir gastos) y generar condiciones para la atracción de inversión privada. Desde esta perspectiva, las soluciones se reducen a responsabilidad en la política fiscal y respeto del Estado de derecho. Ante un Gobierno que no se característica por ninguna de las dos cosas, estas soluciones parecen plausibles. Lastimosamente, la problemática es más compleja.
La deuda pública es la forma más inmediata en que se presentan los problemas de nuestro modelo económico. En una economía dolarizada, el funcionamiento depende de la inyección de dólares. El Salvador se ha caracterizado por obtener estos dólares principalmente a través de endeudamiento público y de remesas, mientras que los negocios de bienes y servicios con el exterior representan una salida de dinero, puesto que compramos más de lo que vendemos. Además, recientemente, a la salida de dólares por el déficit comercial se le ha sumado el pago de préstamos externos y un déficit en el ingreso primario, es decir, salida netas de las ganancias de las inversiones realizadas en nuestro territorio.
El Salvador se beneficiaría de una mayor circulación de cada dólar que entra en la economía para así lograr validar diferentes fuentes de empleo. De esta manera, cada dólar de gasto público y de remesas generaría mayor ingreso. Sin embargo, al ser una economía con bajos niveles de productividad y completamente abierta al comercio exterior, la mayoría de los bienes se importan y los incentivos de la inversión se concentran en sectores de servicios que únicamente compiten internamente por los pocos dólares que circulan.
La inversión, en principio, debería contribuir a romper estos ciclos de baja productividad. De aquí se desprenden las opiniones de la necesidad de inversión extranjera que no solo inyectaría dólares, sino que también incrementaría la productividad. Se insiste en que la principal medida para la atracción de inversiones es generar un buen clima y certidumbre para los negocios. Aunque en la fantasía de las medidas pro mercado esto significa un fortalecimiento de la democracia, la realidad dista de ello. El capital es atraído por la tasa de rentabilidad esperada; en ese sentido, efectivamente la estabilidad de las inversiones juega un papel importante. Sin embargo, la certidumbre jurídica que el capital exige podría ser compatible con regímenes autoritarios. Así lo muestra el silencio de las gremiales empresariales y sus tanques de pensamiento ante la gestión de Bukele.
Por otro lado, la rentabilidad juega un rol esencial en los procesos de acumulación. Con el modelo económico impulsado en los noventa y que se mantiene vigente hasta la fecha, El Salvador abrió su economía a pesar de las enormes asimetrías productivas con socios comerciales como Estados Unidos y la Unión Europea. Lejos de las predicciones de los impulsores de esta apertura indiscriminada a los mercados internacionales, el déficit comercial se ha profundizado y la poca competitividad ha disminuido las tasas de rentabilidad en los sectores que podrían dinamizar la economía. Así se genera un círculo vicioso de baja productividad, baja inversión. Sumado a lo anterior, las inversiones externas que se presentan como solución podrían generar una profundización del déficit primario descrito anteriormente.
En suma, la actual crisis económica es una crisis de modelo que amenaza pero trasciende al Gobierno de Bukele. La principal manifestación de esta problemática se materializa en la elevada deuda pública, pero está íntimamente vinculada con el funcionar de la economía como un todo. Dejar en manos del mercado la solución es un despropósito. Sin embargo, las alternativas lideradas por el Estado se ven dificultadas por un Gobierno poco transparente, autoritario, con fuertes indicios de corrupción y que se encuentra aliado con los representantes del capital que promueven soluciones de mercado.
* Armando Álvarez, académico del Departamento de Economía.