La vulnerabilidad puede entenderse como la incapacidad de una población, comunidad o individuo para hacer frente, resistir y recuperarse de los impactos de un desastre. Es un concepto socioeconómico porque está relacionado con la pobreza, la educación, la voluntad política y el desarrollo sostenible; y es también un concepto ambiental porque los desastres pueden desencadenarse por la falta de prevención y de preparación ante los fenómenos naturales, y porque se ha comprobado que la degradación medioambiental hace más severos sus impactos. Sin embargo, no es una condición permanente.
En 2002, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer las fases del ciclo del manejo de desastres en el documento “Salud ambiental durante emergencias y desastres: una guía práctica”. Según la OMS, este es un enfoque sistemático e integrado que ha tenido éxito en muchos países y que se basa en la aplicación de una cadena continua de actividades antes y después de que ocurra un evento catastrófico. Entre sus objetivos se encuentran aumentar la preparación de los países ante los desastres naturales, mejorar la capacidad de generar advertencias, reducir la vulnerabilidad y fortalecer la prevención durante cada iteración del ciclo. No obstante, el mismo documento menciona que, aunque pueda ingresarse a la cadena en cualquier punto, la aplicación desordenada de las acciones de manejo puede resultar en el aumento de la vulnerabilidad y en la pérdida de preparación para enfrentar situaciones de emergencia.
Específicamente, la OMS señala que las acciones que deben realizarse antes de un desastre natural, catalogadas también como de desarrollo sostenible, incluyen la implementación secuencial de la evaluación de riesgos y de vulnerabilidad; la elaboración de planes de prevención y mitigación que respondan efectivamente a los hallazgos de dicha evaluación; la preparación para la emergencia, que consiste en crear un programa de actividades a largo plazo para gestionar eficientemente todos los tipos de emergencia, la transición de la crisis a la recuperación, y el regreso al desarrollo sostenible; y la creación de planes y políticas a nivel comunitario, nacional e internacional para garantizar que se lleven a cabo todos los programas de prevención y mitigación de desastres con objetivos claros, recursos suficientes, estructuras de gestión y asignación de roles para todos los actores involucrados, sin excluir la participación de los sectores que serán potencialmente afectados.
Entre las medidas que deben tomarse posteriormente, referidas también como de acción humanitaria, se encuentran la respuesta ante la emergencia, que dependerá de la naturaleza del desastre y de la efectividad con que se elaboró toda la logística previa; y la etapa de rehabilitación, reconstrucción y recuperación, que depende en igual medida de las acciones previas y que solamente puede impulsarse cuando la emergencia se encuentre bajo control. Esta última fase introducirá también la evaluación, en la cual se identificarán los puntos de mejora para dar paso nuevamente al consorcio de acciones previas o de desarrollo sostenible que deben estar siempre listas y correctamente formuladas. Con esto en mano, podría pensarse que reducir la vulnerabilidad depende solamente de mejorar las condiciones materiales de la población, elaborar planes de acción y apegarse a ellos, pero, como se mencionó antes, la degradación ambiental puede agravar cualquier desastre natural, y en la disminución de sus impactos todos tenemos responsabilidad, aunque unos más que otros.
A nivel estatal, la priorización histórica del capitalismo por encima de la vida y del medioambiente ha traído consecuencias desastrosas, que difícilmente podrán revertirse. Por poner un ejemplo, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) estimó que, en 2015, El Salvador contaba solo con el 10% de sus bosques. Este alto grado de deforestación, que sigue vigente o que posiblemente ha empeorado en los últimos años, ha hecho que nuestros suelos sean más susceptibles a deslizamientos y que aumenten los riesgos de desbordamiento de ríos y de inundaciones. Además, pone de manifiesto lo que sucede cuando el Estado otorga permisos de construcción a diestra y siniestra para favorecer a élites económicas y empresariales; menosprecia los componentes ambientales, técnicos y sociales que siempre están presentes durante la implementación de cualquier proyecto; y se esfuerza por amarrarnos a un modelo de desarrollo que está totalmente alejado de la realidad del país. Por eso, cuando hayamos superado completamente la crisis por las recientes lluvias y entremos en la etapa de rehabilitación, reconstrucción y recuperación, debemos exigir un cambio radical del sistema y de la forma en que hasta hoy se ha conducido nuestra sociedad, de modo que la justicia y la vida en todas sus formas sean el centro del quehacer político, y no el bienestar desmesurado de unos pocos a costa de la muerte diaria y paulatina de las grandes mayorías pobres y excluidas.
A nivel ciudadano, o personal, debemos aprender a respetar el medioambiente y entender que dependemos de él, y no al revés. En esto tendrá que ver otra vez el Estado, a través de programas culturales y educativos de concientización. Se requerirá también la participación de todos los agentes que directa o indirectamente puedan ayudar a que deje de botarse la basura en las calles —en los casos más sencillos—, o que puedan hacer que un trabajador o trabajadora decida cambiar sus prácticas o denunciar las de sus empleadores si sabe que se está poniendo en riesgo el bienestar de la naturaleza. Esto último supondría la creación un sistema de regulación alternativo e impulsaría un cambio en el modo de producir y en el manejo de los recursos naturales. En estos momentos de mayor tragedia, que ya eran lo suficientemente graves con la pandemia y que ahora nos están dejando más hambre, luto y dolor, debemos saber que hay una salida, pero que solamente podremos sacar al país de las ruinas si sabemos usar la buena voluntad salvadoreña para exigir cambios en el modo de hacer las cosas y para que hagamos de la centralidad del medioambiente una lección aprendida, permanente e invulnerable.
* Violeta Martínez, docente del Departamento de Ingeniería de Procesos y Ciencias Ambientales.