Testigos de la verdad

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Este 16 de noviembre recordamos el aniversario número 32 del asesinato de los jesuitas. Un recuerdo que no es una simple añoranza, sino un estímulo para el presente. Como “los pocos sabios que en el mundo han sido”, que decía fray Luis de León, buscaron siempre la verdad con libertad, pero no una verdad teórica y abstracta. A Ellacuría le gustaba decir que la primera asignatura de la Universidad era la realidad nacional. Buscaban siempre la realidad humana que está detrás de las circunstancias, coyunturas y narraciones interesadas de los acontecimientos. Una realidad humana apoyada en la experiencia intelectual básica de la igual dignidad humana. Y eso les llevaba a la crítica, a la propuesta de transformación de comportamientos y estructuras, y al diálogo abierto y noble incluso con aquellos que aparecían visiblemente como enemigos políticos. Eran muy libres y no tenían miedo. Muy posiblemente, ese par de características posibilitó su cruel asesinato. Una vecina, cuya casa colindaba con el predio donde los mataron, nos dijo que antes de que dispararan contra ellos comenzaron a rezar el Padre Nuestro.

Recordar no es añorar, como decíamos al principio de este pequeño artículo. Ni hacer memoria es repetir fechas y acontecimientos. El recuerdo, cuando es auténtico, es siempre elaboración reflexiva que compromete. Y la memoria es identificación con la racionalidad de una vida en búsqueda de justicia y solidaridad. Tenerlos presentes en el día de hoy es revivir en nosotros sus ideales y cobrar energía para aplicarlos a las nuevas circunstancias históricas que nos toca vivir. La cólera y el dolor de antaño se convierte hoy en compromiso y trabajo para que la historia de quienes dieron la vida no quede inconclusa. Y al deseo de justicia, tan artera y corruptamente dilatada por un sistema judicial que ama la impunidad de los fuertes, se une también la alegría de saber que los asesinados de ayer se han unido a la verdadera historia de la humanidad. Los triunfos impunes de los corruptos, las mentiras y la propaganda de quienes hoy propugnan eso que llaman la época de la posverdad, quedan siempre como farsa y como burla de lo auténticamente humano.

Porque la verdad está siempre en el ser humano, con su capacidad de amar y de luchar contra todo lo que puede destruir o rebajar su dignidad. Cuando Jesús de Nazaret le decía a los maestros de la ley que las prostitutas alcanzarían antes el Reino de los Cielos que ellos, les decía la misma verdad que cuando los jesuitas asesinados les decían a los militares, a los gringos y a los oligarcas salvadoreños que sus masacres, juegos de poder y explotación no solo eran injustos y brutales, sino parte de una construcción de país que no tenía sentido ni futuro. Hoy, 32 años después, cuando domina la superficialidad, el autoritarismo y la irracionalidad agresiva, y cuando al mismo tiempo sentimos la ausencia de un plan de desarrollo que favorezca a los pobres y vulnerables, la necesidad de recordar y hacer memoria de quienes trabajaron en ambientes más duros y arriesgaron la vida puede sin duda fortalecer nuestra esperanza y nuestra acción racional y dialogante.

 

* José María Tojeira, director del Idhuca. 

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