Un nuevo informe de desarrollo humano

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La semana pasada el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó en El Salvador un nuevo informe mundial sobre desarrollo humano. La presentación tuvo, además, un significado histórico: se cumplían 20 años del primer informe, aparecido en 1990. Desde entonces, año con año, y conscientes de que la "verdadera riqueza de las naciones es su gente", los informes han ido avanzando en la medición del desarrollo desde factores cada vez más ricos, más humanos y más complejos, desligados de una simple visión economicista. Y ofrecen, cada vez con mayor precisión, líneas de investigación y reflexión sobre el desarrollo, que no puede verse sino como un fenómeno multidimensional.

Los avances en la medición del desarrollo han llevado a los técnicos de las Naciones Unidas, desde hace ya bastantes años, a fijarse especialmente en la desigualdad. En el informe actual, aparece por primera vez un cuadro en el que se ajusta el índice de desarrollo humano según los grados de desigualdad de cada país. La idea es espléndida, porque la desigualdad es generalmente una de las lacras mayores de la convivencia social, generadora de desconfianzas, violencias, manipulaciones de la ciudadanía. Podemos decir siempre que a mayor desigualdad menor riqueza democrática, social y humana en cada país, sobre todo si la desigualdad se da en proporciones alarmantes.

En ese contexto es interesante ver los índices de desarrollo humano de El Salvador. En anteriores informes, El Salvador oscilaba entre las posiciones 101 y 103 de los aproximadamente 170 países que suelen evaluarse. Hoy aparecemos en posición 90, que aparentemente debería ser para nosotros una buena noticia. Sin embargo, cuando acudimos a ver nuestra posición en el índice ajustado por la desigualdad, nos encontramos con que nuestra posición desciende 14 puestos. Una realidad que indudablemente debe golpearnos. Porque significa que tenemos capacidad de estar mejor en lo que a desarrollo humano respecta, pero que no aprovechamos adecuadamente nuestras posibilidades para estarlo. Hay países, tanto entre los que tienen un desarrollo alto como entre los de desarrollo medio, que al ajustar el índice con el elemento de la desigualdad aumentan su nivel en el índice general de desarrollo humano. Son países, en ese sentido, con una mayor igualdad, y eso mejora la calidad de su desarrollo Y otros, como nosotros, que lo bajamos.

Evidentemente, este dato debe llamarnos a revisar nuestro modelo de desarrollo. Es cierto que casi todos los países de América Latina sufren pérdidas de posición a causa de las desigualdades. Ecuador y Nicaragua son de los muy pocos latinoamericanos en los que la menor desigualdad genera un ascenso en la tabla de desarrollo humano. Pero en la mayoría de países, la situación tiende a ser negativa. Realidad triste que refuerza la crítica a estos sistema nuestros que, a pesar de la propaganda de los políticos, siguen generando desigualdad. Y con ella toda una serie de problemas. Porque un desarrollo que produce desigualdad conlleva siempre y sistemáticamente tensiones de muy diversa índole. La desigualdad debilita la democracia, engendra violencia, crea tensiones y polarizaciones que dificultan asumir proyectos nacionales de realización común. De hecho, la migración y la violencia son fenómenos que tienden a repetirse con mayor frecuencia en los países que tienen índices altos de desigualdad. Y ambos fenómenos son señales claras de un malestar nacional que va más allá de la legislación existente o de las capacidades del Estado de controlar situaciones conflictivas.

El informe de desarrollo humano es siempre una oportunidad para la reflexión y el debate. En El Salvador con frecuencia se discuten temas económicos sin contemplar el valor de la persona humana como fundamento de cualquier economía. Los derechos de la economía libre están mejor protegidos que los derechos de la solidaridad, también fundamentales para una sana convivencia en democracia. El informe 2010 del PNUD tiene la virtualidad de recordarnos que la economía del desarrollo es compleja, requiere mayor investigación y debe extender su atención a un amplio conjunto de factores sociales, culturales y políticos. Y nos ayuda a reafirmar no solo nuestra capacidad de abrir nuevos caminos, sino de afianzarnos en esa verdad básica sobre la que quieren mantenerse los informes: la verdadera y principal riqueza de los pueblos es su gente.

Eso nos lleva, si somos coherentes, a examinar lo que invertimos en nuestra gente, y si lo que invertimos es suficiente para eliminar el hambre, mejorar la calidad y las oportunidades educativas de la población, dar posibilidad de salario y vida decente a todos los y las compatriotas. Si no caminamos en esa dirección con mayor energía, el síndrome de la desigualdad seguirá haciendo estragos en nuestra convivencia ciudadana y en nuestras esperanzas de futuro. En definitiva, seguirá dañando gravemente nuestras posibilidades de cohesión social y desarrollo.

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