Con la reciente admisión de la demanda de inconstitucionalidad de la amnistía decretada el 20 de marzo de 1993, se volvió a alborotar el panal. Y como ha ocurrido desde hace más de dos décadas al salir a flote el asunto, se oyen mentiras que se caen solas, a las que se añaden temerarias amenazas que únicamente reflejan la desesperación de quienes nunca antes habían sentido tan cerca los pasos de las víctimas. Qué terrible ha de ser el trance en que se encuentran los que se consideraron intocables y qué chocante el papel de quienes los defienden escribiendo o diciendo necedades.
Un ejemplo: el expresidente Francisco Flores acaba de sacar del baúl de los recuerdos la frase que pronunció el 18 de octubre de 2002, para recrearla en el escenario actual. "La amnistía es la piedra angular del proceso de pacificación del país", dijo días atrás. Hace casi 13 años también la llamó "piedra angular", pero de los Acuerdos de Paz. Más locuaz, atrevido y falaz que ahora, agregó entonces que la amnistía "fue lo que nos permitió a nosotros perdonarnos [...] La persecución de los crímenes de guerra hubiera producido otra guerra [...] A mí me parece que aquellos que buscan quitar esa piedra angular de los Acuerdos de Paz pueden sumergirnos en un grave conflicto adicional".
Menuda pieza de antología esa desdichada perorata; primerísimo lugar en la competencia mundial de hipocresía retórica y barata. Según el acuerdo de Ginebra, el que marcó el principio del fin de la guerra, además del adiós a las armas pactado, en El Salvador se debía impulsar la democratización, garantizar el irrestricto respeto de los derechos humanos y reunificar la sociedad. Esos eran los componentes del proceso de pacificación que, con muy buen tino, establecieron las partes negociantes el 4 de abril de 1990 ante el entonces secretario de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar.
Por más que uno lee y relee ese documento y el resto de los acuerdos, desde el de Caracas hasta el de Chapultepec, no encuentra en algún lado la palabra "amnistía". No hubo compromiso al respecto. Así que Flores se sacó de la manga lo de la "piedra angular" tanto de los acuerdos como del proceso de pacificación; más bien, la amnistía ha sido la piedra de tropiezo que ha impedido avanzar en democracia y respeto de los derechos humanos. Porque este país no es ni será democrático, ni respetuoso de los derechos humanos, mientras siga sin tratar por igual a sus habitantes.
Y es que solo para ciertas personas ha habido verdad, justicia (en alguna de sus expresiones) y reparación. Eso les permitió perdonar a sus victimarios cuando se los pidieron. Son determinadas y contadas excepciones, pertenecientes a las minorías privilegiadas de viejo y nuevo cuño, las que dan fe de ello. Pero eso fue posible porque experimentaron el proceso necesario para sanar y cerrar sus heridas. Son gente de las élites económica, social, política y militar a las que, según Francisco Flores, la amnistía les facilitó perdonarse entre sí. Y quizás por eso el expresidente habla del perdón en primera persona y en plural, aunque no sea tan amplio el círculo, pues a su suegro lo ejecutó con lujo de barbarie la guerrilla; también porque de haberse opuesto Flores a la amnistía, seguramente habría arriesgado muchas de las ventajas que lo llevaron a estar donde está dentro del poder.
"La persecución de los crímenes de guerra", sostuvo Flores, "hubiera producido otra guerra". Además, para este personaje, quienes demandan la nulidad de la ley de amnistía "pueden sumergirnos en un grave conflicto adicional". O sea que, desde su óptica retorcida, las víctimas se convertirían en victimarios. ¡Por favor! Como cantan Sabina y Páez, qué falta de respeto y qué atropello a la razón. Pero hay más. Los que pretenden devaluar y hasta deslegitimar la lucha por la verdad, la justicia y la reparación integral para las víctimas no han leído o les tiene sin cuidado el numeral cinco del primer capítulo del acuerdo de Chapultepec, que trata sobre la Fuerza Armada.
"Superación de la impunidad" se lee en dicho párrafo, que en resumen establecía la necesidad de "esclarecer y superar todo señalamiento de impunidad", principalmente en casos de irrespeto de derechos humanos. Esa papa caliente se la pasaron a la Comisión de la Verdad, reconociendo que "hechos de esa naturaleza, independientemente del sector al que pertenecieren sus autores, deben ser objeto de la actuación ejemplarizante de los tribunales de justicia, a fin de que se aplique a quienes resulten responsables las sanciones contempladas por la ley".
Eso fue lo acordado: superar la impunidad investigando hechos y castigando responsables sin importar su bando, mediante el funcionamiento de las instituciones del sistema interno de justicia. Superación, no fortalecimiento. O para quienes ocupan tan gastada figura: curar y cerrar heridas; no mantenerlas abiertas, infectando el cuerpo social con inseguridad y violencia, muerte y pesar a lo largo de la posguerra. Porque el grueso de las víctimas lo siguen poniendo, con o sin tregua, las mayorías populares. En el Idhuca, desfilan a diario rostros marcados por el dolor y el temor. Ese perenne constatar autoriza para asegurar que las víctimas no salen de los entornos de Flores, de Joaquín Villalobos o de Paolo Luers, quien sostiene que la amnistía es "uno de los pilares del proceso de paz, de reconciliación y de la reconstrucción conjunta del país".
¿Cuál paz entre las mayorías populares, que mueren lenta y violentamente? ¿Cuál reconciliación, más allá de los brindis y abrazos de criminales en recepciones diplomáticas o en la bohemia de alguna cantina? ¿Cuál reconstrucción conjunta del país, si lo que uno hace el otro lo deshace? ¿Cuál si el tejido social que dinamitaron los guerreros no se restaura ni se restaurará mientras las víctimas tengan que vivir junto a sus victimarios envalentonados por la impunidad que los protege?
Villalobos es cuestión aparte. La Comisión de la Verdad determinó en su informe tener plena prueba de que él decidió y ordenó, junto con Jorge Meléndez y otras personas, asesinar a varios alcaldes en el oriente del país. Al hoy amanuense de Antonio Saca, la Comisión le atribuye una responsabilidad especial por ser entonces el jefe máximo del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Además de esos crímenes, carga sobre su espalda la infame ejecución de Roque Dalton y la indignante desaparición de su cadáver. Quizás por eso presume de haber "jugado un papel muy importante para viabilizar la amnistía". Claro, no le conviene quedar descobijado.
Como su cinismo parece no tener límite, arremete sosteniendo que derogar la amnistía no es "trascendental para el país" y que la impunidad que generó "no es de interés nacional". Hoy, dice Villalobos, lo que importa es la "impunidad masiva de las maras". ¡Qué descarada contradicción! Esta da para otro comentario más adelante. Porque desmontar sus sofismas, igual que los del otro par, no cuesta mucho. Y entre más triunfos vayan consiguiendo las víctimas, que luchan contra la impunidad que tanto daño le ha hecho y le sigue haciendo a este país donde sobreviven, se verán y se oirán más cosas. Eso ha ocurrido en Guatemala, donde la verdad, la justicia y la reparación integral para las víctimas están en pañales, pero están. No como acá, que no cuentan ni siquiera con ese pedazo de tela o celulosa para absorber la obscena suciedad entre la que se esconde tanto criminal y tanto defensor de criminales.