El próximo día 25 de noviembre celebramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Así lo aprobó la Asamblea General de las Naciones Unidas en recuerdo de las tres hermanas Mirabal, asesinadas por el general Trujillo en República Dominicana en 1960. Aunque este día se celebró por primera vez en el año 2000, bajo el auspicio de las Naciones Unidas, las organizaciones de mujeres venían luchando contra la erradicación de la violencia desde mucho tiempo antes.
Entre nosotros, como en todo el mundo, la violencia contra la mujer tiene su origen en la prevalencia de la mayor fuerza física del varón y la imposición de la misma como principio de autoridad. Querer imponerse sobre la mujer es solo una manifestación de fuerza bruta; en otras palabras, el acto más animal y menos humano que puede realizar la persona. Esta afirmación habría sido incomprendida hace años, porque la humanidad se movió, durante demasiado tiempo, apoyándose precisamente en la fuerza bruta. De hecho, la evolución humana ha consistido en ir venciendo esa tendencia animal, tan presente en cada persona y tan presente también en la política internacional. Norberto Bobbio decía que "la primera tarea de los intelectuales debería ser la de impedir que el monopolio de la fuerza se convierta en el monopolio también de la verdad". Pensamiento —lo que se dice auténtico pensamiento humano— y fuerza bruta siempre han sido antagónicos en la historia de la humanidad. No es para nada disonante recordar a aquel militar español que ante las reflexiones del pensador Unamuno contra la violencia reaccionaba gritando "muera la inteligencia, viva la muerte".
Erradicar la violencia contra la mujer es volvernos más humanos. Quien pega a su esposa por el hecho de ser mujer y la considera más débil o con menos derechos es simplemente un animal. Y un animal enemigo del desarrollo no solo cultural, sino económico y social. Los países del norte de Europa lograron una buena parte de su éxito económico incorporando a la mujer plenamente al trabajo productivo. Pero en condiciones de igualdad. La desigualdad ni siquiera es rentable. Y cada día se puede hacer una relación mejor entre subdesarrollo y desigualdad, incluida la desigualdad de género.
En nuestro país, aunque ha habido importantes avances gracias a la lucha de las mujeres, todavía queda un largo recorrido para llegar al pleno reconocimiento de la igualdad de género. A pesar de mejoras sustanciales en la legislación, continúa habiendo maltrato en el hogar. Hace aproximadamente diez años, la mitad de las mujeres decía todavía, en una encuesta de la UCA, que en la violencia intrafamiliar nadie de afuera debería meterse. Las violaciones de niñas se dan especialmente en el seno del hogar y provienen con demasiada frecuencia de parientes. El feminicidio ha venido ascendiendo gravísimamente en El Salvador, cuadriplicándose en número en relativamente pocos años. Las denuncias de violencia y acoso contra la mujer sumaron 650 en 2004, pero han pasado a más de 1,300 en lo que va de este año.
Y frente a esto hay poca crítica y poca conciencia. Incluso algunos representantes de la empresa privada se dan el lujo de dar declaraciones muy poco respetuosas con las mujeres. Cuando el Gobierno actual abrió la posibilidad de que las trabajadoras del hogar se incluyeran en el Seguro Social, la posición de algunos líderes empresariales fue vergonzosa. Simplemente se opusieron, en vez de ofrecer caminos para superar los inconvenientes que ellos supuestamente percibían en la decisión gubernamental. Olvidando así que las trabajadoras del hogar sufren con frecuencia, no sólo en El Salvador, pero también en nuestro país, una "forma moderna de esclavitud" (en palabras de una representante de las Naciones Unidas especializada en los derechos de la mujer). Si quienes tienen el liderazgo económico de este país quieren que se les respete, tienen que trabajar más por tener al mismo tiempo liderazgo moral. Y de momento no lo tienen.
Un estudio reciente del PNUD afirmaba que la mujer salvadoreña trabaja como promedio una hora más que los hombres. En ese mismo informe, el valor económico del trabajo doméstico no remunerado de 2005 se calculaba en 5,436 millones de dólares. De ese trabajo, el 86% correspondía al trabajo femenino y sólo el 14% a los hombres. La mujer salvadoreña es enormemente productiva, pero carece de prestaciones adecuadas en el campo de la salud materna y su trabajo en el hogar no queda reflejado en la pensión que recibirá, si la recibe, cuando llegue a la tercera edad. ¿Es justo que aún encima sufra violencia por el simple hecho de ser mujer?
La fecha del 25 de noviembre no es una fecha más. Es una llamada lacerante a enfrentar una realidad en muchos aspectos vergonzosa. No se trata de atacar o insultar a todos los varones. Es evidente que están, y no son pocos, los que respaldan a las mujeres en sus luchas. Pero la situación no es halagüeña y el trabajo que queda por delante es abundante. Cambio en la cultura machista, mejoramiento en la normativa, eliminación de la impunidad frente a los golpes recibidos y decisión política real en la famosa tolerancia cero frente al acoso son cambios indispensables tanto para la cohesión social como para el desarrollo. Y, todavía más, cambios estrictamente necesarios para poder hablar de justicia.