Apareció en La Prensa Gráfica del primero de mayo: el 87% del territorio salvadoreño es vulnerable y el 95% de la población vive en situación de vulnerabilidad (entendiendo "vulnerable" como la posibilidad de ser afectado por algún desastre natural: terremotos, inundaciones, huracanes, etc.). Mientras se publicaba esta noticia, los dueños de autobuses organizaron un verdadero caos vehicular para protestar por los bajos subsidios al transporte. En ese sentido, sumaron al caos permanente que los buses causan en el tráfico (parando donde quieren, atravesándose por todas partes, deteniéndose el tiempo que se les antoja y manejando buses en mal estado) un caos ya más programado y terrible para la gente que tiene que llegar a su trabajo o cumplir con obligaciones.
La vulnerabilidad y el caos, sin embargo, no son sólo riesgos que tenemos ante los fenómenos naturales o frente al transporte público; se extienden, como plaga, a muchos y más diversos campos de la vida nacional. La vulnerabilidad frente a las enfermedades sigue siendo muy fuerte en nuestro país, especialmente para los niños, aunque hay que reconocer que la actual administración está haciendo verdaderos esfuerzos por reducirla mediante los proyectos de vacunación. Vulnerables también frente al maltrato y la violencia, porque todavía la gran mayoría de esas anomalías del comportamiento humano quedan impunes.
El caos es otro tema, muchas veces desproporcionado según conveniencias políticas, pero real en nuestra vida cotidiana. Si entendemos el caos como un desorden estructural, no hay duda de que lo tenemos y de que convivimos con él, muchas veces con demasiada tranquilidad. Y no son sólo los buseros los que lo propician; basta ver el manejo del DUI para entender lo que es un caos burocrático, rodeado además de requisitos sólo racionales en la mente calenturienta de algunos diputados. El caos ha sido habitual en muchos aspectos de la vida ciudadana. Legislaciones complicadas y contradictorias, burocracias empecinadas en requisitos ridículos, posibilidades de trampa, plagio y soborno han estado a la orden del día en los últimos años. Incluso en el Ministerio de Educación hay un reglamento de la Ley de Educación Superior pendiente de revisión desde hace demasiados meses. Un reglamento absurdo, heredado de los últimos días de la administración anterior, que por alguna misteriosa razón no es revisado y que no está haciendo más que complicar la vida a las universidades con requisitos burocráticos sin sentido. Por su parte, los pleitos en la Asamblea entre el presidente Funes y su propio partido muestran que el caos y el desorden no eran patrimonio exclusivo de Arena. Sigue habiendo desorden y tendencia al caos.
El Seguro Social, mantenido y pagado directamente por empresas y trabajadores, continúa con su maldita manía (y nunca mejor dicha la palabra "maldita", pues se han perdido vidas por esa norma estúpida del ISSS) de no admitir —ni siquiera a emergencia— a quien se presenta al Seguro sin el certificado que da cuenta de su afiliación. Da la impresión de que al Seguro no llegan las computadoras ni la posibilidad de mantener en línea la vigencia de sus asegurados. Sin inteligencia artificial disponible, da la impresión de que tampoco hay inteligencia humana suficiente.
Cuando votamos al Gobierno del cambio, muchos salvadoreños queríamos salir del caos y enfrentar nuestra de sobra conocida vulnerabilidad con formas racionales de prevención. Y aunque algunas cosas se van haciendo, hay una lentitud que no deja de ser preocupante. Frente a la vulnerabilidad y el caos hay siempre dos caminos eficaces: la razón apoyada en el conocimiento y el estudio de los problemas, y la planificación seria del futuro. Con la estrategia de la razón y la planificación se pueden dar pasos rápidos. El ejemplo sería una campaña de vacunación sistemática como algunas de las emprendidas, o la todavía más importante vacunación programada ante el neumococo, que tantas víctimas deja entre los más débiles de nuestros niños. Pero las más de las veces la prevención racional y planificada da resultados en el mediano o largo plazo. La fuerte herencia de convivencia tranquila e insensible con el caos no ayuda en ese proceso. Constancia y perseverancia en el seguimiento de pautas racionales son también valores de una democracia seria.
Pero la política y los políticos, tan dados a vivir de imagen, buscan con frecuencia deslumbrar más que planificar, hablar más que hacer, contestar a cualquier crítica que se les haga en vez de reflexionar. La tendencia a aprovechar políticamente cualquier circunstancia, a cultivar la imagen más que la realidad, a cuidar las apariencias más que el futuro, es una enfermedad clásica de la política en el mundo actual, y los salvadoreños no estamos vacunados contra ella. Con el agravante de que nuestra pobreza, mala distribución de la renta y altos niveles de corrupción convierten a este modo superficial de hacer política en un verdadero atentado contra el desarrollo justo de nuestro país. No saldremos del atolladero nacional (más fuerte que el que provocan los buseros) comprándoles a los diputados inteligencia artificial (computadoras portátiles de lujo). Necesitamos inteligencia y racionalidad humanas, que vean dónde están los problemas fundamentales del país y que den pasos, aunque sea poco apoco, hacia soluciones auténticas. Soluciones de desarrollo equitativo, de enfrentamiento de la vulnerabilidad y de orden racional y humano en medio del caos.