Cada mañana, muy temprano, recorre las calles de uno de los barrios de San Salvador. Las paradas preferidas de la joven mujer son los talleres de mecánica y los negocios de lavado de carros de la zona. A la espalda carga un pesado dispensador de café caliente, que la fuerza a caminar con lentitud. En una mano lleva una canasta de pan, que vende como complemento del café entre los trabajadores en ayunas; con la otra sujeta a su niña, de unos 4 años, que a ratos pide ser cargada. Si no vende, no come. Con la escasa ganancia se mantienen ella y su hija, y logran sobrevivir el domingo, día de descanso obligado porque los negocios que visita están cerrados.
Ejemplos de lucha diaria por ganarse la vida honradamente abundan en El Salvador. Miles de casos como este reafirman que son más las personas que luchan por salir adelante que los que recurren a la trampa, el engaño o el crimen para sobrevivir. Lo que sucede es que los medios de comunicación no hacen eco de testimonios de vida como el anterior, sino que están plagados de historias que venden, pero que no son nada edificantes para la ciudadanía, especialmente para la juventud y la niñez. Y es que todo lo que huele a escándalo, a corrupción, a violencia vende más. Algo de esto hemos visto en los últimos días. El Fiscal General acusa al Ministro de Defensa de promover su destitución. El Presidente de la República califica con adjetivos peyorativos al Fiscal. El presidente de la Asamblea Legislativa amenaza de nuevo con abrir una investigación de los cuatro magistrados de la Sala de lo Constitucional. Y uno de esos magistrados contestó los señalamientos de Mauricio Funes con palabras que no merecen repetirse. Por su lado, el Director del Instituto de Medicina Legal contradice en público las posturas de otros funcionarios.
Y no es que el choque de opiniones sea negativo; lo lamentable de estos casos es que desde las más altas esferas del poder se recurre a la pelea, al irrespeto a las ideas de otros y a la ausencia de autocrítica como primera y principal opción. La cultura política del país hace que los funcionarios entiendan toda defensa de la independencia de poderes o de la autonomía de las instituciones como una afrenta personal. Con derroche de mala educación y de improperios, estos funcionarios parecen más empeñados en ventilar mediáticamente su pobre cultura y falta de sensatez que en dedicarse a las labores que demanda el país. Tal vez piensan que entre más aparezcan en los medios atacando a otro funcionario, mejor valorará la población su desempeño. En realidad, hacen un gran daño. Si para la mayoría de personas la política es sucia, corrupta y un modo indecente de ganarse la vida, esto es obra del modo de proceder de una buena parte de los funcionarios públicos. A tan lamentables espectáculos nos han acostumbrando los altos servidores del Estado y los grandes medios de comunicación.
Pero si los espacios de difusión están faltos de buenos ejemplos, la realidad del pueblo salvadoreño rebalsa de ellos. Hay decenas de ONG y fundaciones que ayudan a los más desfavorecidos a resolver sus problemas de la vida diaria. Muchas instituciones están empeñadas en potenciar las capacidades y habilidades de personas pobres, a fin de que puedan salir adelante por su cuenta. Congregaciones religiosas que van a donde otros no quieren, atendiendo a enfermos terminales, adictos a las drogas, indigentes, migrantes. Colectivos que se dedican a defender los derechos de las mujeres, la diversidad sexual, la conservación de la naturaleza. Grupos de jóvenes que construyen viviendas para familias sin techo. En fin, mucha gente metida en labores en las que deberían estar compenetrados los funcionarios públicos.
Y qué decir de las miles de personas que están ocupadas en ganarse la vida de manera honrada, pese a saber que solo podrán sobrevivir, sin salir del círculo de la pobreza, aunque los de arriba nos enseñen lo contrario. De estos ejemplos estamos llenos y son los que necesita el país para salir adelante. Las personas que, como la muchacha que vende café y pan, se ganan la vida con honestidad, con esfuerzo, merecen funcionarios éticos, dedicados a fondo a resolver los graves problemas de El Salvador; esos problemas que dificultan en extremo vivir con dignidad.