A nivel mundial, y con mayor fuerza en América Latina, la población se va concentrando en las ciudades en detrimento de las zonas rurales. Este proceso de urbanización ha creado ciudades enormes, que en algunos casos, como Ciudad de México, Sao Paulo (Brasil), Buenos Aires (Argentina), Santiago de Chile, Bogotá (Colombia) y Lima (Perú), llegan a tener más habitantes que algunos países centroamericanos. Se calcula que el 60% de la población mundial vive en zonas urbanas y se espera que la cifra llegue al 68% en los próximos 30 años. Esta dinámica supone nuevos y grandes retos.
Aunque las ciudades centroamericanas palidecen en tamaño frente a las megalópolis de América Latina, padecen de los mismos males que estas. La movilidad es uno de ellos. Fruto de un crecimiento desordenado, sin ningún tipo de planificación, sin atender los criterios y principios propios de todo espacio que pretenda ser un hábitat para el buen desarrollo de la vida personal y comunitaria, movilizarse en nuestras ciudades es un suplicio diario, lo que incide negativamente en la calidad de vida. En el área metropolitana de San Salvador, cada día, miles de vehículos circulan por unas calles que no dan abasto, obligando a que los desplazamientos hacia el lugar de trabajo o de estudio requieran cada vez más tiempo. Solucionar eficazmente este problema es uno de los mayores retos de la capital, que a la fecha no ha sido atendido como corresponde.
Otro aspecto fundamental para la calidad de vida en la ciudad es el acceso a zonas verdes y recreativas. Y en esto también aplazamos el examen. La urbanización sin regulación, la especulación, la falta de visión y el desprecio a la sustentabilidad han dejado a barrios y colonias sin áreas verdes. Si se hubiera reservado espacio para parques arbolados y bosques en los que se pudiera pasear y relajarse, nuestras ciudades serían muy distintas; la dinámica de esparcimiento personal y familiar, y la convivencia social serían otras, más humanas y constructivas. Una buena planificación, con una visión de desarrollo y desde las necesidades de la población, hubiera permitido que San Salvador contara con varios parques Cuscatlán.
Asimismo, una ciudad requiere de espacios públicos como plazas, jardines y calles peatonales, en los que se pueda transitar de manera cómoda y placentera, pero ello no está en la mira de los desarrolladores urbanos salvadoreños, a excepción de los que construyen casas para los sectores de altos ingresos. La norma es que los nuevos proyectos no cuenten con estos espacios tan importantes para una sana dinámica ciudadana. Esto solo se explica porque las autoridades municipales y metropolitanas no velan por la calidad de vida de la gente en función de favorecer el lucro de lotificadoras y desarrolladores urbanísticos.
Otro factor esencial es la sostenibilidad ambiental de las urbes, un terreno en el que el país se mueve hacia el precipicio: la mayoría de ciudades salvadoreñas son zonas de gran contaminación, focos de infección del aire, el agua y el suelo. Por ello, es necesario desarrollar programas y actividades verdes: nuevos sistemas de tratamiento de aguas negras y grises, de recogida y gestión de desechos sólidos, de transporte no contaminante y de energía limpia, entre otros. Esta es tarea del Ministerio de Vivienda y Desarrollo Urbano, que en conjunto con el de Medio Ambiente y Recursos Naturales debe velar por una urbanización inclusiva y sostenible. Las ciudades pueden y deben ser más que sitios grises, sucios y caóticos.